DOMINGO 9 DE JULIO DE 2000

Empezó el álgebra

 

* Rolando Cordera Campos *

Terminó la recta final y volvió la complejidad de la política que se mantiene como un crucigrama de la política presidencial, a pesar del cambio fulgurante del domingo pasado. Hay, qué duda cabe, una sociología detrás de la victoria panista y de su abanderado, pero habrá tiempo para ir sobre ella. Por lo pronto, hacer sociología instantánea, del tipo "triunfó la modernidad sobre la tradición o el atraso... o la sociedad sobre la comunidad" es tentador y hasta lucidor, pero nos sirve de poco para precisar los términos de la ecuación que el triunfo de Fox le plantea al sistema político y, en verdad, al conjunto de la sociedad mexicana.

Vayamos a los asuntos que la coyuntura del 2 de julio puso de inmediato sobre la mesa. En primer término, habría que decir que como era previsible la elección se dio en clave no sólo presidencial, lo que es obvio, sino presidencialista: con uno o con el otro, luego vendrá lo demás que, sin embargo, es al final lo que importa. Esperemos que esta sea la última elección presidencialista de nuestra historia, pero es bueno asumirlo así. El vuelco electoral abre la puerta para un cambio mayor de sistema y de régimen, pero no lo decide ni determina a golpe de votos. Lo que queda por hacer en materia de instituciones, pero también de cultura política, es mucho; pero el tiempo para emprenderlo se acorta a medida que la explosión de expectativas se da en cadena. De aquí en adelante, la esperanza deja de comprar tiempo; en realidad lo acota y se vuelve presión y acoso para la reflexión y la acción política.

El gran enigma de hoy no es lo que el candidato Fox va a hacer o decir la mañana siguiente, sino lo que harán o no los priístas realmente existentes, que se quedaron sin eje pero con muchos votos y poder entre las manos. Por lo pronto, consignemos el lugar común del momento: la incapacidad del PRI para comportarse como una formación política moderna. En este caso, como era de esperarse, la cultura presidencialista se lleva al patetismo. Sin poder reconocer la realidad ni la historia, el priísmo se vuelca a la búsqueda de chivos expiatorios y cadalsos virtuales, para resolver de un tajo angustias y nudos. Lo malo, para el PRI y el país, es que el asunto no admite soluciones como esa. Culpar al Presidente o exculparlo, o que el Presidente se defienda mediante su vocero o con referencias al deber cumplido, nos lleva al mismo punto de partida del cual el país debe salir cuanto antes.

Al mirar hacia abajo y hacia atrás, pero no a la historia ni a sus bases, el PRI ahonda su enfrentamiento interno y destructivo, del que podría surgir una balcanización presentada como estrategia de supervivencia, y nuevas fuentes de inestabilidad política y social. Un tobogán centrífugo, cuando lo que se requiere es precisamente lo contrario.

Pero candidato triunfador habemus y pronto habrá presidente electo. Al reconocerlo, tal vez el PRI encuentre su perdido hilo de Ariadna: el primer culpable de su derrota es quien les ganó, que se llama Vicente Fox y al que tendrán que decirle presidente por seis años. Más que principio de realidad, este es el principio elemental para ubicarse y definirse ante una circunstancia de cambio profundo y rumbo complejo, todo lo opuesto de la cultura elemental de la línea y de la recta.

El interregno es largo y parecerá absurdo a todos, una vez que asumamos la mutación formidable en la que estamos y que la normatividad electoral apenas puede encauzar en sus inicios. El desafío inmediato para el PAN y su candidato triunfante es producir una densidad retórica e institucional que le dé realismo histórico al cúmulo de expectativas que se crearon y se crean con los días. Producir tiempo y certidumbre madura es función de los sistemas políticos consolidados, pero en nuestro caso es preciso aludir a la responsabilidad concreta de los actores, de los partidos desde luego, pero también de los agentes sociales que hoy sólo aciertan a leer decálogos... en privado.

Sin duda, en la espera de la transferencia del mando pueden abrirse perspectivas de aliento. Una de ellas sería entender la formación del nuevo gobierno como una empresa de renovación institucional, de las relaciones entre los poderes del Estado que dan sentido al gobierno y de las relaciones entre los gobernantes y los gobernados. Es decir, como algo que va más allá de los "cazadores de talento" de que hoy se habla.

Esta podría ser la vía para que el cambio electoral se inscribiese en un cambio político mayor, que acompañe y dé cauce a la mudanza que viene de lejos, en las mentalidades y las conductas sociales. Poner en sintonía el cambio político con el social y el cultural es una tarea que no debería esperar al nuevo sol del 1o. de diciembre. Eso sería política rutinaria y corrosiva. Más que anticlimática, deprimente. *