DOMINGO 9 DE JULIO DE 2000
La revolución conservadora
* Guillermo Almeyra *
Un cómico italiano decía, de otra "revolución pasiva", que "la situación es grave, pero no seria". En efecto, el populismo de derecha está preñado de graves peligros, pero también de escándalos y sorpresas. En primer lugar, porque nadie vota con fe en un supuesto salvador sino que lo hace contra un régimen aborrecido y desprestigiado. De modo que el beneficiario de este movimiento de repudio ųy no de este impulso de confianzaų debe ganarse desde el primer día de su mandato una base popular, convirtiendo en positivo el apoyo electoral que recibió como resultado del rechazo a su adversario.
Ahora bien, como lo único que une a su electorado es el primitivismo político del "voto útil", del sufragio por el mal menor y el conservadurismo implícito en la idea de cambiar pero sin poner en riesgo el sistema, difícilmente el demiurgo podrá satisfacer a sus votantes. Sobre todo porque está ligado con soga doble a la gran finanza nacional y extranjera que espera de él que acabe, con su populismo de derecha, con los restos del populismo de izquierda. ƑAcaso Fujimori no llegó al poder sólo sobre la base del desprestigio total de APRA, el partido histórico de masas, y lo primero que hizo fue el "fujichoc" económico en favor de los potentes?
La única forma de salir por la derecha de las consecuencias de la demagogia es, por consiguiente, reforzar los elementos dictatoriales: Fujimori disolvió el Parlamento, se apoyó en las fuerzas armadas, se hizo relegir... Porque la característica esencial de una revolución conservadora es que los votantes que llevan al poder al demiurgo no votan por él (al cual realmente no conocen), ni tienen motivaciones de derecha (porque quieren acabar con la corrupción, el fraude, la prepotencia), pero votan por un partido y un hombre de derecha porque, simplemente, no creen en la opción que les presenta la izquierda.
De modo que en la revolución conservadora hay una doble contradicción entre el demiurgo y sus votantes: la que establece la diversidad de objetivos entre ambos y la que fija la inestabilidad del apoyo que le vino de la impotencia de la izquierda o del escaso poder de atracción de la misma, cosas ambas que pueden cambiar a mediano plazo.
La fuerza principal de una revolución conservadora consiste evidentemente en los cambios sociales que han disgregado el apoyo social clásico de la izquierda, al golpear duramente al campo y a los trabajadores urbanos organizados. Los efectos sociales y económicos de la mundialización hacen, en efecto, que en varias partes del mundo las protestas sociales sean canalizadas electoralmente por demagogos populistas derechistas, e incluso asuman formas regionalistas, xenófobas, racistas. Sólo los ilusos pueden creer que la crisis del capitalismo conduce inevitablemente hacia la izquierda, sobre todo cuando la izquierda no cumple con su papel o no existe. Porque este es otro de los motivos principales de la revolución conservadora: aquella que se presenta como izquierda no sólo es conservadora y no ha marcado claramente una diferencia ideológica en todos los terrenos con la derecha, sino que también la ha legitimado políticamente, realizando con ella sucesivas alianzas o proponiendo incluso programas comunes y, en su funcionamiento interno o en la selección de sus aliados, ha demostrado total carencia de principios. Eso le ha quitado credibilidad y, por consiguiente, ha hecho que aparezca como "igual a todos" pero con un ingrediente de salto al vacío, que viene de la conciencia confusa sobre su fondo radical y sobre el odio por ella que tiene el establishment.
La memoria histórica existe, aunque avance con altos y bajos constantes: si las mayorías dieron varias veces una oportunidad a esa izquierda esperando un cambio que no se produjo, al ver que no pasaba nada pueden buscar ese cambio en la orilla política opuesta. De modo que los cambios sociales desfavorables para los trabajadores dan la base para la revolución conservadora, pero no la explican totalmente. No se puede olvidar la responsabilidad de aquellos cuya impotencia, conservadurismo, oportunismo o tacticismo suicida hicieron crecer como opción a quienes ni lo eran ni lo son. Las revoluciones conservadoras, los regímenes populistas de derecha, utilizan en seguida la corrupción, la prepotencia, los caciques, los aparatos sindicales de los depuestos. Y les agregan el control de los medios y de la enseñanza, para lo cual cuentan con el apoyo de la primera burocracia en la historia y del organismo más totalitario y fundamentalista que jamás haya existido: la Iglesia católica.
Por eso, o se derrumban al deslizarse su base, hacia la izquierda, a la prueba de las políticas concretas, o van hacia regímenes autoritarios. La economía internacional, con sus reflejos sobre la nacional, por un lado, y la capacidad de la izquierda de aparecer como tal y de luchar por una alternativa, decidirán todo. *