SABADO 8 DE JULIO DE 2000
El significado del 2 de julio
* Alberto J. Olvera *
El 2 de julio la ciudadanía decidió terminar con el régimen político autoritario que había dominado la vida política del país durante décadas. La forma en que los ciudadanos votaron demostró una gran madurez política y un agudo sentido de la oportunidad histórica. Votaron por el candidato que podía derrotar al PRI, pero no le otorgaron una mayoría parlamentaria; eligieron en la ciudad de México a un político de otro partido, al cual tampoco le otorgaron mayoría parlamentaria. No le han dado un cheque en blanco a nadie ni su voto refleja una supuesta derechización del país. Por el contrario, la voluntad ciudadana es la de propiciar un cambio profundo y sustancial del sistema político en un marco de estabilidad y gradualidad. Quien no comprenda este mensaje se quedará atrás en los cambios acelerados que traerá consigo la fase de transición a la democracia abierta el 2 de julio.
La izquierda reclama una injusticia histórica en los resultados de la jornada electoral. El PRD y su líder indiscutible, Cuauhtémoc Cárdenas, fueron desplazados por el electorado a un lejano tercer lugar, a pesar de pertenecerles el mérito de haber combatido al régimen de manera frontal y haber logrado el aggiornamento democrático de la izquierda mexicana. Si tomamos una mirada comparativa, este hecho no resulta inusual. En España, el Partido Comunista fue un factor fundamental en la desaparición del franquismo; no obstante, fue después conducido a la marginalidad política. En Brasil y en Chile, la izquierda partidaria y las movimientos populares forzaron la transición a la democracia, y sin embargo no lograron obte-ner la presidencia de la república en las sucesivas elecciones (Lagos es la primera excepción, y sólo como parte de un frente antiautoritario). Los méritos históricos no se traducen necesariamente en victorias electorales, a menos que las fuerzas de izquierda sean capaces de conectarse con el electorado en su conjunto, y no sólo con sus propias bases sociales.
En México, el voto por Fox fue un voto instrumental y no ideológico. La ciudadanía canalizó un voto de protesta y una aspiración de cambio hacia quien convocó a todas las fuerzas a derrotar al régimen. Fox no promovió un programa de derecha, sino uno de centro, simbólicamente incluyente de un amplio espectro de intereses. Otra cosa es que semejante ejercicio sea internamente incoherente y su portador posea pocas prendas personales que acrediten su credibilidad. Lo que es cierto es que la ciudadanía no ha otorgado a la derecha un permiso para aplicar su programa, sino que ha mandatado a un político carismático para que desmonte el sistema autoritario (como prometió) y le ha otorgado un voto condicionado a la puesta en práctica de un programa de transición en el que se deben construir nuevas instituciones democráticas y una nueva relación entre el Estado y la sociedad.
Resulta evidente que los próximos meses Fox tendrá que construir los ama- rres políticos necesarios que le permitan sortear las resistencias autoritarias y cumplir con sus ofertas al electorado. En estos meses deberán construirse los pactos transicionales que no se hicieron antes de las elecciones. Esos pactos no deben incluir solamente a la derecha y al régimen derrotado, sino también a la izquierda democrática y a la sociedad civil, puesto que lo que está en juego no es un simple cambio de gobierno sino un verdadero cambio de régimen político, quiéranlo o no los actores involucrados. El hecho de que la política económica no cambie en lo sustancial no significa que el régimen político no pueda ser radicalmente modificado. De hecho, ya se está cambiando desde el domingo pasado. Quien no entienda esto se condenará a sí mismo a la marginalidad histórica.
La misión de la izquierda en esta etapa es participar activa y decididamente en el cambio de régimen, marcando claramente los contornos que este proceso debe tomar y abriendo los mayores espacios posibles a la sociedad en la construcción de las nuevas relaciones políticas. Pactar no significa aprobar ni traicionar principios. Significa tomar una oportunidad histórica para hacer avanzar las causas que siempre se han defendido, conservando una capacidad crítica y definiendo claramente lo que se acepta y lo que se critica, lo que se promueve y lo que se pretende limitar. La actitud paranoide que hoy día parece apoderarse de buena parte de la izquierda, asustada ante su propia derrota, no puede conducir más que a la paralización, que es el peor error que puede cometerse en una época de cambio. *