JUEVES 6 DE JULIO DE 2000

Cambio por la derecha

 

* Soledad Loaeza *

El mayor motivo de celebración de las elecciones del pasado 2 de julio es el éxito del proceso electoral, el comportamiento de los votantes y hasta la reacción de los perdedores. Los temores de que la enorme inversión de recursos políticos, financieros y humanos en la construcción de un aparato electoral confiable se fueran por la borda, se han disipado. El Instituto Federal Electoral cumplió en forma brillante con las grandes expectativas que se habían depositado en su desempeño, y no cabe duda que fue una pieza clave en este éxito del que todos podemos sentirnos satisfechos. La elección fue todo lo civilizada que podíamos desear. El proceso fue tan bueno que es un consuelo frente al resultado.

La victoria de Acción Nacional no se explica únicamente por la personalidad de Vicente Fox ųque a muchos puede gustarų, ni por las actividades del partido. Detrás del voto por el PAN hay una sociedad distinta a la que en el pasado apoyaba al PRI mayoritariamente con el conformismo o la indiferencia. Esta sociedad que no responde a los mortecinos mensajes de una izquierda que no ha sabido renovarse y que insiste en bailar cansada los ritmos del siglo pasado. No había más que ver la exigua manifestación perredista en el Zócalo la noche del mismo 2 de julio, y los inútiles esfuerzos del animador de la desangelada celebración de la victoria en el Distrito Federal, por animar la reunión con la rumba Comandante Che Guevara. Esta música daba la clave de una derrota que ni siquiera el triunfo de López Obrador puede ni debe ocultar. Era como escuchar un disco de Lucho Gatica que evoca la nostalgia melosa de amores pasados, que acaricia el sentimiento, pero no invita a pensar ni a actuar.

La derecha en México quedó identificada con el cambio, porque la derecha ganadora es representativa de transformaciones sociales profundas que las otras fuerzas políticas se negaron a ver, concentradas como estaban en retener el poder o en recuperarlo. Desde que a principios de los años 80 se iniciaron los primeros actos de insurrección electoral que encabezó el PAN en el norte del país, ingresaron a la política nuevas elites locales, formadas en empresas medianas y pequeñas en los años del crecimiento económico. El paradigma de esta derecha es Manuel J. Clouthier, en quien Vicente Fox ha reconocido a su mentor político, cuyas actividades en la oposición fueron respaldadas por las organizaciones empresariales y religiosas que tienen una estructura descentralizada: la Confederación de Cámaras de Comercio y la Coparmex, así como por el Movimiento Familiar Cristiano. La fuente de sus agravios era el gobierno federal y su principal agente, el Partido Revolucionario Institucional. No hay más que recordar la activa hostilidad anticapitalina que se manifestaba en los estados en esos años, los engomados en los coches en los que se leía ''Haz patria, mata un chilango''. La periferia política se lanzó a la conquista del centro y el domingo pasado culminó su cruzada en la Presidencia de la República.

La victoria de Fox es representativa de una sociedad que está más atenta a los acontecimientos en el exterior que a los de su pasado. Muchos recibieron de buen talante el remate de su discurso ante los medios, ''que Dios los bendiga'', que les hizo pensar no en la cristiada o en el pobre de Benito Juárez, sino en las despedidas de rutina de Bill Clinton: may god bless you. Apoyaron a Vicente Fox muchos que ya no creen que el Estado debe cumplir una función tutelar o paternalista con la sociedad, que piensan que tiene una responsabilidad limitada en el bienestar social, que ostentan posiciones individualistas. Aquellos para quienes la extensión del Estado no está asociada con democracia, sino con autoritarismo.

Con Fox ganaron los muchos mexicanos que creen en la educación como vía de movilidad social, pero para quienes la educación superior gratuita es sinónimo de baja calidad, de pobreza de recursos, de politiquería, de instalaciones deterioradas, de haraganería. A ellos, si no pueden pagarse una colegiatura, las demandas del Consejo General de Huelga les dan mucha rabia, o si pueden pagarse la carrera en el Tec de Monterrey, simplemente les aburren.

Con Fox ganó un México al que la izquierda y el PRI se negaban a reconocer, porque no escuchaban ni entendían su lenguaje, porque creían que era minoritario y políticamente irrelevante, aunque fuera tan numeroso como se manifestó en las urnas el 2 de julio.

Es muy pronto para saber adónde nos llevará este México que se ha puesto a la cabeza del cambio. La composición de la coalición foxista es tan extraña que tampoco permite ver con claridad la dirección que pretenden seguir: por una parte están los panistas de Sinarcópolis, como llama Jean Meyer a la ciudad de León; por la otra, están los antiguos echeverristas y los ex comunistas.

Superada la incertidumbre de la elección nos toca ahora vivir la incertidumbre del cambio. *