MIERCOLES 5 DE JULIO DE 2000
* Ugo Pipitone *
La virtud de la autocrítica
En la tradición cristiana la autocrítica no existe. Existe el acto de contrición que es acto de humildad y de reconocimiento de la verdad eterna de la cual el feligrés se alejó. Exactamente de esto no hablaré hoy. En primer lugar, porque el acto de contrición es asunto estrictamente individual y, en segundo lugar, porque no soy hombre de fe. Quiero, en cambio, decir algunas palabras sobre la virtud civil de la autocrítica.
Los seres humanos necesitamos verdades, necesitamos congelar periódicamente la historia alrededor de ideas que nos permitan interpretar el mundo con alguna dosis de certeza y que puedan guiar la voluntad de cambiarlo. El problema surge cuando las verdades construidas en referencia a una determinada realidad, persisten como una jaula mental incluso cuando los datos de la realidad se modifican.
Cuando esto ocurre las "verdades" derivadas del pasado amenazan convertirse en certezas fuera del tiempo, en algo religioso, en dogma. Una liturgia mental que, en nombre de la coherencia con el pasado, se vuelve sinónimo de dos cosas: la incomprensión del tiempo histórico y la impotencia frente a los datos, a las necesidades, del presente. Cuando la inteligencia vigilante se adormece, lo religioso se despierta en forma de jaculatoria, de amor a la derrota, al sacrificio cristiano que confirma una virtud incomprendida en el mundo.
ƑDe qué estoy hablando? De la izquierda y de su relación con el mundo en estos comienzos de nuevo milenio. Entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del XX, una idea central fue cemento ideal y programático de la izquierda: la idea del inminente derrumbe de capitalismo visto como la última manifestación de una sociedad organizada alrededor de clases sociales y burgueses en búsqueda obsesiva de la ganancia. La revolución sería el acto de destrucción creativa de un capitalismo que se había convertido en obstáculo a la marcha de la humanidad y, al mismo tiempo, el acto fundador de un nuevo mundo.
Esta fue la verdad mayor de la izquierda que rondó por el mundo a lo largo de un siglo. La pregunta es a este punto inevitable: Ƒpuede conservarse en el presente una idea de caída inminente del capitalismo y una idea revolucionaria como acto vanguardista de transformación del mundo? La respuesta es sí pero a una condición: la de reducir la izquierda --o sea la voluntad de justicia y solidaridad-- a un minoritarismo impotente, administrador ideológico de sueños derrotados.
Los datos de la historia contemporánea indican con absoluta contundencia que el capitalismo no es perro muerto ni preagónico. Y juzgarlo en esta forma es condenar la izquierda a ser anunciadora virtuosa (y siempre virtuosamente derrotada) del paraíso a la vuelta de la esquina. O sea, ponerse al margen de la historia y renunciar a lo posible en nombre de algún impoluto paraíso ideológico. He aquí donde la autocrítica se convierte en una necesidad de sobrevivencia. Las opciones son relativamente simples: convertirse en secta al margen de los cambios sociales y reducir el discurso político a una moralidad impotente o asumir los datos de la realidad y buscar torcerlos en búsqueda de caminos que dentro de la historia hagan posible mover hacia delante la frontera de un bienestar con mayor justicia y mayor solidaridad. Lo primero asegura la coherencia con el pasado y una marginalidad virtuosa; lo segundo nos proyecta hacia la necesidad de entender los tiempos del mundo y renovar un patrimonio de ideas dramáticamente envejecido.
Después del naufragio del comunismo, de las estrategias guerrilleras y de las montañas retóricas de nacionalismo revolucionario, seguir amarrados a los reflejos persistentes de estas verdades derrotadas es la forma mejor para encerrar la izquierda en un universo cristiano de verdades eternas que aseguran la salvación del alma y el sufrimiento de los cuerpos. La autocrítica no es un acto de contrición, es necesidad de reconocimiento de los tiempos del mundo y de sus posibilidades concretas de transformación en un sentido de humanización de la vida.