Adiós al PRI
* Luis Hernández Navarro *
Amarga dulzura, incierta esperanza; la victoria de Vicente Fox abre un periodo de profundos reacomodos políticos en el país que no tienen un punto de llegada preciso. Los votantes castigaron al PRI, dieron un mandato a favor del cambio, refrendaron su apoyo al hombre de las botas, pero no señalaron ni ruta ni destino. El sentido de ese cambio tiene múltiples interpretaciones. Sus ofertas de campaña fueron tantas y tan distintas, la magnitud de su triunfo tan contundente y los compromisos que hizo con otras fuerzas tan precarios, que se dispone a gobernar con pocos contrapesos.
Además, el largo interregno de cinco meses que existe entre las elecciones y la toma de posesión del nuevo Presidente obliga al panista a sumar la mayor cantidad de fuerzas posibles antes de hacerse de las riendas del gobierno. Tal hazaña sólo puede ser exitosa si evita asumir públicamente posiciones que lo enfrenten con posibles aliados o compañeros de ruta. No tendrá problemas para hacerlo. Como demostró durante la campaña electoral es ducho en el oficio de ofrecer lo que cada audiencia quiere escuchar, independientemente de la congruencia de lo ofrecido, y de esconder sus convicciones detrás del disfraz del oportunismo.
Vicente Fox cosechó para su proyecto el profundo descontento ciudadano contra el priísmo, y se benefició de multitud de luchas sociales y políticas que erosionaron las bases de sustentación del régimen surgidas desde vertientes ideológicas distintas a la suya. Pero, independientemente de ellas, contó con el capital político del PAN, al que sumó su propia criatura, el parapartido Amigos de Fox, y la relación con el Partido Verde. Con todas estas expresiones articuló la corriente electoral que le dio el triunfo.
Durante los primeros meses de su administración este variopinto conglomerado de actores e intereses, más los que se sumen los próximos días, podrán ser parte de su franja de sustentación política. Pero no por mucho tiempo. Tan pronto como el próximo jefe del Ejecutivo comience a definir políticas, la ruptura de su coalición será inevitable.
Más que una movilización ciudadana, la campaña electoral de Fox creó un estado de opinión. Las fuerzas que al interior de su entorno social cuentan con organización, recursos y capacidad de presión son los grandes empresarios que lo financiaron, Amigos de Fox, el PAN y organismos civiles de inspiración religiosa de vocación conservadora. Son ellos --y no la izquierda o las ONG de promoción al desarrollo-- quienes tienen la capacidad real de administrar la energía social liberada por la derrota del PRI e influir en las acciones del próximo gobierno.
El triunfo de Fox abre en México las puertas de la alternancia política, pero no necesariamente las de la democratización y el respeto a los derechos humanos. El cambio de personalidades en el gobierno federal se produjo sin acuerdo de fondo entre los principales actores políticos nacionales. Los gobiernos regionales del PAN se han caracterizado por su intolerancia moral, un déficit de vocación secular y cerrazón a la hora de atender las demandas de organizaciones sociales independientes. Los grandes empresarios que financiaron su campaña no se han distinguido por sostener posiciones de avanzada. Las posibilidades de que muchos rasgos autoritarios del régimen se mantengan, a pesar del cambio de personas al frente de la administración gubernamental, son reales. Para avanzar en un proceso de democratización real se requeriría de la existencia de una amplia coalición político-social que empujara por ella. Los votantes de Fox no son esa fuerza: regresaron ya a sus casas y sus trabajos.
La derrota del PRI pone en el orden del día de la agenda nacional la recomposición tanto del sistema de partidos realmente existente como de las relaciones de poder entre el centro y los caciques regionales. En la contienda electoral, de cara a sus candidatos, el conjunto de los institutos políticos evidenciaron una debilidad estructural. Es muy poco probable que, unos porque ganaron y otros porque perdieron, puedan sobrevivir a la nueva realidad sin sufrir rupturas y transformaciones de fondo. Después de todo son hijos --rebeldes unos, integrados otros-- del régimen que el 2 de julio entró en agonía. Ya Ricardo Monreal ha hecho sonar el clarín que anuncia el reagrupamiento de perredistas y priístas en un nuevo partido.
Sin el apoyo de la Presidencia, el PRI parece estar condenado al debilitamiento de su aparato nacional y al fortalecimiento de su nomeclatura en las regiones. Es allí donde conservará sus fuentes principales de poder. Es con esos caciques que, tarde o temprano, tendrá que tratar y negociar el nuevo presidente. Es la hora de los Roberto Madrazo y Víctor Cervera.
Si Vicente Fox va a ser el símbolo de la caída mexicana en la modernidad teleciana y de la hegemonía de la derecha defensora de la moral y las buenas costumbres de la familia mexicana, o se va a convertir en el puente hacia los cambios de fondo del sistema político mexicano, es algo que aún no está claro y que no depende tan sólo del próximo Presidente. La movilización y la presión populares, el sostenimiento de la nueva lucha india, la crítica de medios e intelectuales, y la actitud del PRD serán claves en el desenlace final. Aguila o sol, la moneda está en el aire. *