PAISAJE DESPUES DE LOS COMICIOS
Pasarán muchos días, semanas y meses antes de que el país pueda hacerse una idea plena de las implicaciones y consecuencias de la derrota electoral del PRI y de la victoria de la Alianza por el Cambio. La magnitud del reacomodo nacional al que obligan los resultados de los comicios del domingo 2 de julio se irá haciendo evidente de aquí al primero de diciembre, y a partir de esa fecha que marca el traspaso del poder presidencial. En lo inmediato, es preciso empezar a reconocer los puntos más relevantes de la inédita circunstancia nacional.
Por principio de cuentas, ha quedado claro que el país superó, con éxito inesperado y en completa calma, sus viejas lacras autoritarias y que se ha inscrito, de golpe, en la lista de Estados que reivindican la plena normalidad democrática. El mérito principal corresponde a una sociedad que ha pugnado por ese objetivo desde 1968 ųmás de treinta añosų y que ha encontrado formas cada vez más complejas de organización; a la histórica persistencia democratizadora de los panistas, a las también históricas gestas de las izquierdas que confluyeron en el Partido de la Revolución Democrática, y a su máxima figura moral, Cuauhtémoc Cárdenas; a los indígenas zapatistas, que en 1994, y a un costo altísimo para ellos, desenmascararon la antidemocracia imperante; debe reconocerse, asimismo, la sagacidad y la tenacidad del propio Vicente Fox y, por supuesto, la templanza del presidente Ernesto Zedillo, quien admitió sin vacilaciones el triunfo del candidato opositor en cuanto la autoridad electoral anunció tendencias irreversibles; no menos importante, debe señalarse el importantísimo papel desempeñado en este vuelco histórico por quienes encabezaron los organismos electorales ųel Federal y los estatales-- del país.
Entre los muchos asuntos que la opinión pública comentará en estos días destaca la presente sucesión en el Ejecutivo Federal, la cual se realiza entre equipos y mentalidades claramente diferenciados. Por primera vez en la historia un grupo de no priístas se asomará a los entresijos más recónditos de la administración pública federal. Ello implica une enorme responsabilidad de ambas partes: del gobierno saliente, para no ceder a la tentación de no esconder los trapos sucios que pudiera haber ųporque su ocultamiento podría acarrearle costos mayores que su esclarecimiento inmediato--, y del entrante, para no heredar secretos inconfesables y para entender y asumir las riendas del poder público con plena transparencia ante la sociedad y con respeto a las promesas de campaña.
Si Vicente Fox y sus colaboradores se atienen a estos lineamientos, esta transición entre rivales políticos podría ser ųparadójicamente-- más tersa y fluida de lo que lo fueron entre los últimos mandatarios priístas, sin la generación de facturas y cuentas por cobrar. En caso contrario, por ejemplo, si el virtual presidente electo persiste en el empeño de sus correligionarios panistas de mantener ocultas las transacciones presuntamente ilícitas del Fobaproa-IPAB, la transición se desvirtuaría y la alternancia se convertiría en un mero ejercicio de simulación. En este sentido, el requerimiento de la civilidad y la concordia y la obligación del esclarecimiento no deben verse como mutuamente excluyentes.
|