* Lou Reed en éxtasis *

* Pablo Espinosa *

Luego de un riff minimal a cargo del Animal del Rock ųo séase el mismísimo Lou Reedų el bajo de Fernando Saunders ronronea de manera paroxística. En cascada, referentes variopintos se desgranan: losfrippertronics de King Crimson, las murallas de sonido de la gran tradición roquera intelectual estadunidense y finalmente un desenlace al puro estilo Keith Richards, abren los tímpanos, las vísceras y las entendederas hacia un álbum cuyo inicio suena de manera tal en el tornamesa: Ecstasy.

Canta el Fantasma del Rock: ''Cómo es que dices que sí/ y luego dices lo contrario/ el misterio es el jugar a la víctima (goat, dice el original en inglés, que también significa macho cabrío)/ el misterio es el amor".

El nuevo disco de Lou Reed, hay que decirlo de una vez por todas, es una obra maestra.

Ironía, decantación dialéctica de entusiasmo y desencanto en dosis equivalentes, poesía urbana, el canto del poeta de Nueva York se desliza, en su rasposidad densa y emblemática, a lo largo de 13 composiciones, una de ellas puramente instrumental con la intervención de Laurie Anderson, esposa de Lou Reed y también icono, símbolo, diva, una de las máximas personalidades de la cultura rock.

A sus 58 años, Lou Reed patentiza el alto relieve de la primera generación de grandes maestros ųpioneros, constructoresų del arte sonoro que revolucionó ųuna vez que ya lo había hecho el jazz durante la primeraų la segunda parte del siglo que está a punto de fenecer: la cultura rock.

Lo que el regocijo generalizado denomina con desenfado como ''los abuelos del rock" conforma una camada formidable de supervivientes: Bob Dylan, David Bowie, sus Satanísimas Majestades, Eric Clapton, Roger Waters y Pink Floyd, Roger Daltrey, Robert Fripp, Patti Smith, Jimmy Page y Robert Plant, Iggy Pop, Leonard Cohen constituyen el panteón olímpico que es espejo del panteón del Hades: el de los que cayeron en la batalla: Janis Joplin, Jimi Hendrix, John Lennon, Jim Morrison (añadan el lector y la lectora los nombres de sus listas personales, a placer).

 

Convertido al ascetismo

 

La manera de supervivencia de Lou Reed es la de Arthur Rimbaud transmutado en Dylan Thomas transformado en Baudelaire y finalmente convertido al ascetismo, la calma después de la tormenta, la abstinencia alcohólica y de las drogas pero no de la experiencia sexual. Hay en la literatura reediana y el disco nuevo, Ecstasy, no es la excepción, una dosis considerable de autobiografía. Bisexualidad, encuentros íntimos consuetudinarios en lechos diversos y un cierto malestar en la cultura. En su canción Modern dance del susodicho disco dice, por ejemplo, de manera explícita: ''O quizá no quieras esta vida de esposa/ porque no es vida ser marida" (being a wife is not a life, dice el original).

La prensa del corazón deliraría con estos datos: Laurie Anderson es la esposa enésima de Lou, cuyas primeras nupcias fueron el paraíso que perdió, pues a raíz de su separación de su primera cónyuge, Bettye Bockris, se empinó en desenfrenos, se convirtió en metodista (es decir, se metía de todo) pero no abandonó la hoguera, vivió la pasión hasta sus consecuencias últimas. Su relación con Nico ųmaestrísima, piedra angular de The Velvet Undergroundų, con la drag queen Rachel, con Sylvia Morales, de quien también se divorció porque ella quería tener hijos, pero él no. Y ahora el menso Reed se queja de Laurie Anderson. Ya lo dicen los clásicos: špinches hombres, todos son iguales!

Pero lo que la prensa del corazón no ha pelado todavía es la hondura de pensamiento, profundamente hamletiano, que despliega Lou Reed en su nuevo disco de manera similar a como el noruego Carl Nielsen hizo lo propio con su Sinfonía Expansiva. Nietzcheano, el maestro Lou (coincidencia onomástica con el amor imposible del maestro Nietzche: Lou Andreas Salomé).

Coros de metales, como en la rola Mad (''detesto tu respiración silente por las noches''), misoginia boomerang ųƑhay acaso misoginias que no autoescarnien?ų típica del amigo íntimo de Andy Warhol, hallazgos poéticos salpimentados en toda la extensión del disco Ecstasy (''observo a un niño con biberón que se asoma a una ventana/ y me acuerdo de nosotros dos cuando estuvimos a punto de tener uno/ mientras, a un lado el río Hudson rueda luminoso/ Y de noche lo surcan naves que pasan junto a la Estatua de la Libertad/ esa es una de las cosas que llaman éxtasis/ Le llaman éxtasis/ éxtasis/ éxtasis..."), una rockópera alucinatoria, el track 11 (Like a Possum, una suerte de oratorio que recuerda el viaje de Dylan Thomas a través de un río en el filme de Jim Jarmusch, Dead Man, con la música genial de otro rucomaestrísimo: Neil Young), seguida de la rola que es el verdadero éxtasis del disco Ecstasy, el track 12: Rouge, tan sólo un minuto que dura el universo: Jane Scarpatoni hace gemir su violonchelo mientras la sacerdotisa Laurie Anderson suelta también gemidos de placer, ella en el violín. Extasis.

Lou Reed tan vivito y tan coleando como siempre. Helo aquí, en recientes colaboraciones artísticas con sus amigos: en un filme de Wim Wenders (Hasta el fin del mundo), en otro de Paul Auster (Smoke), en un montaje de Bob Wilson (también cuaderno de doble raya de Philip Glass y el autor también de Einstein on the Beach).

Helo aquí, en pleno éxtasis. He aquí, señoras y señores, al mismísimo Lou Reed, en éxtasis.