Juan Soriano
* Sergio Pitol *
Juan Soriano ha llegado victoriosamente a los ochenta años. Su biografía, su obra, su presencia en el mundo lo diferencian de los demás pintores mexicanos, los de su generación, los anteriores y también los posteriores.
La capacidad de sorpresa y una feliz seguridad a la que él a veces llama inseguridad han sido signos permanentes en su vida. Es seguro hasta en sus dudas. Es seguro cuando destruye un cuadro por no coincidir con el proyecto ideal que había trazado. Seguro, también, cuando siente que debe corregirse.
La obra de Soriano se sostiene por una constante elaboración de su intuición a la que ha convertido en un sistema de conocimiento y de creación. En todos los periodos ha estado presente la educación de su mirada. Su auténtica escuela ha sido la curiosidad y el interés por la cultura.
Soriano a sus ochenta años vive en una actividad constante que abrumaría al más fuerte, a él no porque es un titán. A partir de 1976 vive entre París y México. Se mueve con espléndida libertad en sus terrenos. Cuando veo algunas de sus obras recuerdo una línea de Luis Cardoza y Aragón:
''El cuadro de Soriano sólo quiere ser cuadro, por sus propios medios estrictos".
Los mejores óleos de estos años están rodeados de un halo poético que me hace recordar la pintura de Giorgione. Parecería que la forma clara y precisa del dibujo, la armoniosa composición de los espacios y la perfección del color fueran tan evidentemente puros sólo para ocultarle al crítico y al espectador con esas virtudes un misterio. Todo parece claro, porque uno de los efectos más elegantes tanto en el arte como en la vida lo constituye la ocultación de cualquier efecto.
Matisse consideraba que la mayor marca de perfección en un pintor es presentarle un trozo de naturaleza absolutamente imposible y hacerle sentir al crítico más cáustico que lo que veía era un paisaje perfectamente normal.
Si tuviera que nombrar algunas de las obras maestras del Soriano último, enlistaría: Paisaje de Obersdorf (1975), Retrato de Marek Keller (1976), Amanecer (1977), La visita azul (1978), La muerte enjaulada (1983), El florero (1984), La palmera (1984), y Mirando al mar (1985).
Desde que conozco a Juan Soriano le he oído decir que le gustaría volver a hacer escultura, pero que no era nada fácil. Lo ha logrado y es la actividad en la que más se ha interesado durante los últimos quince años, sobre todo en la creación de piezas monumentales.
La ola, la enigmática pieza en cerámica que hizo en Roma en 1952, de cuarenta y cinco por veinticinco centímetros, se ha transformado en una ola de bronce de siete metros. Buena parte de las esculturas en cerámica que presentó en la Galería de Antonio Souza, en 1959, se han convertido también en piezas de gran tamaño. Pero no sólo ha transformado a escala mayor piezas hechas antes en formato pequeño, sino trabaja en esculturas nuevas sobre nuevos proyectos.
''En este periodo de mi vida me siento aún con interés suficiente para emprender experiencias que no conocí en el pasado."
Ya Octavio Paz celebraba en 1954 las mutaciones del espíritu de su amigo: ''Ha descubierto el viejo secreto de la metamorfosis y se ha reconquistado".