* Alberto Aziz Nassif *
a larga marcha de la democracia mexicana necesitaba un acontecimiento que estableciera una clara separación entre el viejo y el nuevo régimen. Ese momento es el 2 de julio. El partido que gobernó al país durante 71 años pasará el poder a otro partido de manera pacífica y democrática.
Cuando llegó el 2000 muchos celebraron la llegada del nuevo siglo, a pesar de que otros afirmaban que aún faltaba un año. Más allá de esa discusión, el siglo XXI empezó, en términos políticos y simbólicos, el 2 de julio.
Sobre el inicio de nuestra transición a la democracia no hay un consenso; algunos hablan del movimiento de 68, otros de la caída del sistema en 1988, algunos más consideran que fue en 1997. Podemos decir que ésos, y otros importantes acontecimientos regionales, fueron preparando una alternancia nacional. Estas elecciones estuvieron exactamente a la mitad de una frontera en la que el país caminó durante meses, donde lo viejo del sistema político, del ejercicio del poder del PRI, estuvo presente todo el tiempo junto a la parte más novedosa de México: la construcción de su ciudadanía; sus reglas e instituciones electorales y las ganas de un cambio lograron imponerse y ganar en las urnas.
El Instituto Federal Electoral (IFE) demostró ser una institución autónoma y profesional que organizó el mejor proceso electoral que ha tenido el país en toda su historia.
La jornada electoral del domingo fue impresionante en muchos sentidos: la ciudadanía participó de forma amplia; los partidos se mantuvieron dentro de las reglas del juego; las autoridades electorales fueron eficientes y resolvieron los problemas de acuerdo con la ley y, finalmente, los actores del proceso asumieron una actitud responsable. El presidente Zedillo actuó de forma republicana, avaló el triunfo opositor, legitimó el momento político y fortaleció la estabilidad del país; los candidatos que no ganaron reconocieron su derrota y el vencedor, Vicente Fox, virtual nuevo Presidente electo de México, estuvo a la altura con prudencia y mesura. En muy poco tiempo se transformó de un candidato que peleó duro todas las batallas, en un político conciliador; en el futuro gobernante que será a partir del primero de diciembre.
El componente de incredulidad y de pesimismo que ha inundado nuestra cultura política se mantuvo vivo hasta la víspera del 2 de julio; muy pocas personas consideraban que la oposición podría ganar y que, además, fuera un triunfo respetado. Sin embargo, ese componente quedó enterrado; hoy la alternancia en el poder es real y llegó acompañada de millones de votos. La jornada electoral transcurrió de manera ejemplar y el IFE impulsó un sistema de información muy eficaz sobre la elección: paso a paso se tuvo información sobre la instalación de las casillas; 99 por ciento de los funcionarios de casilla fueron los que el IFE capacitó; la elección estuvo en manos de los ciudadanos; los incidentes se resolvieron casi en su totalidad; el programa de resultados preliminares funcionó de manera correcta y puntual; las encuestas de salida y los conteos rápidos despejaron la incertidumbre en los resultados. Después de muchos años de luchar en contra de la adversidad, el 2 de julio se impuso la transparencia y la normalidad electoral.
Los últimos eslabones de la cadena democrática mexicana ya están puestos. Para un país como México, con una añeja historia de presidencialismo autoritario, con el partido gobernante más viejo del mundo, era difícil aceptar que la alternancia en el poder tenía que ser sólo una garantía y no una realidad. Lo hemos visto en las regiones, la alternancia es un requisito de la transición democrática y, por supuesto, lo es para todo el país.
Los números para el Congreso indican que ningún partido tendrá mayoría absoluta (50 + 1), por lo que senadores y diputados tendrán que legislar mediante negociación; habrá un gobierno dividido.
México ha tenido su propio modelo de cambio político; fue un largo proceso de más de dos décadas de reformas electorales, liberalización de espacios, desde lo municipal, pasando por los estados, los congresos locales, el Congreso de la Unión, hasta llegar a la Presidencia de la República. Hoy México puso el reloj de su historia política con los tiempos y ritmos del mundo en el que está inserto. Vendrán tiempos difíciles de construcción política. Después de la contienda y de los resultados electorales empieza la etapa de reconciliación, de una ardua tarea política para afinar equipos, aterrizar proyectos, hacer puentes y preparar el arribo al poder. Por lo pronto, con estas elecciones fundacionales podemos alegrarnos y felicitar a Vicente Fox, nuestro próximo Presidente. *