FOX: CAMBIO Y COMPROMISOS
En lo que ha sido la elección más transparente de la historia nacional, y una de las más concurridas y entusiastas, los ciudadanos enterraron ayer al partido oficial que gobernaba desde 1929, y lo hicieron con un nivel de civilidad inesperado: con la divulgación temprana de tendencias confiables e irreversibles, con su oportuno reconocimiento por parte de los candidatos perdedores, con una moderación y tolerancia novedosas por parte del ganador Vicente Fox Quesada, y con la admisión, por parte del presidente Ernesto Zedillo, de la derrota de su partido y de su candidato. Con ello, el país ha saldado sus puntos pendientes en materia de procedimientos y formalismos democráticos, y cabe felicitarse por ello.
Los resultados de los comicios de ayer barrieron con casi todas las predicciones: de acuerdo con los datos disponibles hasta el cierre de esta edición, Fox ųcontra sus propios pronósticosų aventajaba al aspirante priísta por más de diez puntos porcentuales y la eventualidad de conflictos postelectorales prácticamente se ha desvanecido. El caudal de votos logrado por el aspirante de la Alianza por el Cambio supera incluso las previsiones de quienes acuñaron la consigna del "voto útil", en una manipulación mercadotécnica del hartazgo social antipriísta que, a la larga, consiguió derrotar al tricolor en una elección presidencial.
El hecho lleva a redefiniciones ineludibles en casi todos los terrenos del acontecer nacional, toda vez que, como lo señaló Carlos Monsiváis, estamos ante una transición que es también sicológica y cultural; en lo político, se alterarán significativamente los vínculos tradicionales entre el poder público y los partidos: el PRI habrá de convertirse en uno de ellos, en tanto que Acción Nacional tendrá que conciliar, en el ejercicio del poder, y de cara a una sociedad moderna, sus principios de doctrina con el pragmatismo de Fox y sus Amigos. El PRD, por su parte, enfrenta el desafío de emprender una revisión profunda de sus estrategias, mantener su presencia al frente de la ciudad de México ųen donde Andrés Manuel López Obrador ganó la elecciónų y consolidar una oposición imaginativa y propositiva ante el primer gobierno no priísta en más de siete décadas.
El notable avance democratizador logrado con la salida del PRI de Los Pinos podría revertirse en razón de la tentación de los panistas de recuperar o preservar en su provecho las distorsiones clásicas del presidencialismo priísta.
Cabe reflexionar, a este respecto, sobre el mandato que ayer recibió Vicente Fox para el sexenio 2000-2006: tal mandato tiene el claro sentido de acabar con el presidencialismo, sus vicios, sus excesos y sus distorsiones, y no de resucitarlo bajo otras siglas. El voto del hartazgo es una condena inequívoca de la corrupción, y en esa medida el próximo gobierno estará obligado a esclarecer, y no a encubrir, las redes de complicidad que desembocaron en el Fobaproa y el IPAB, incluso si tales complicidades se extienden a las propias filas panistas. Asimismo, el régimen que inicie el próximo primero de diciembre deberá deslindarse de una política económica cuyo repudio se expresó ayer en las urnas, aun con el antecedente de que, en esta materia, Acción Nacional se desempeñó, durante los sexenios anterior y actual, como partido cogobernante.
Por otra parte, la presidencia de Vicente Fox tendrá que enfrentar y resolver los problemas que el PRI generó y el actual mandatario no quiso o no pudo resolver: el conflicto chiapaneco, en primer lugar, el crecimiento de la miseria extrema, el retroceso de la soberanía nacional en diversos ámbitos, la inseguridad y la violencia crecientes, el arrasamiento de la economía humana.
Finalmente, el gobierno de la Alianza por el Cambio deberá respetar escrupulosamente las conquistas en materia de derechos humanos y libertades civiles logrados por la sociedad en luchas prolongadas y dolorosas, y que hicieron posible la histórica derrota del PRI, un triunfo que encabezan Fox y sus seguidores, pero que pertenece al conjunto de la nación.
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