LUNES 3 DE JULIO DE 2000

* Astillero *

* Julio Hernández López *

No debe regatearse mérito a la victoria de Vicente Fox.

No sólo ha ganado él, sino una inmensa mayoría del pueblo mexicano que salió a sufragar de una manera excepcional. Es de desearse que el tamaño de la esperanza popular depositada en el guanajuatense encuentre respuestas de talla similar a lo largo de este sexenio de alternancia. Es de desearse también que estemos equivocados quienes de antemano hemos subrayado los matices necios, reaccionarios, clericales, intolerantes y proclives a los intereses estadunidenses que creemos caracterizan al hombre de las botas y que tememos habrán de definir su gobierno.

Otros dos triunfadores

Pero es hoy especialmente importante analizar el significado de las otras dos victorias que ayer hubo, las de Ernesto Zedillo y de Carlos Salinas de Gortari.

Zedillo ganó, en principio, porque de cara a la historia quedará como el jefe del gobierno y del Estado mexicano que permitió la alternancia del poder. La sana distancia anunciada al principio de su gobierno se convirtió en la sana extremaunción. Quienes creyeron con firmeza que Zedillo nunca fue un priísta verdadero, tendrán seis largos años para documentar y confirmar su tesis. Ganó también Zedillo a mediano plazo, pues al permitir el triunfo foxista se garantiza una salida apacible y una jubilación sin sobresaltos como los sufridos por su antecesor.

Misma línea, mismo grupo

Ha triunfado también la línea económica instalada por el grupo tecnocrático neoliberal que mantiene el poder desde hace casi dos décadas (Ƒmantiene? Sí: mantiene. Uno de los compromisos de Fox es mantener la estructura de elite del actual gobierno, tal vez inclusive a algunos secretarios como José Angel Gurría).

Es decir, ha triunfado la línea económica y el grupo político que por accidente ha tenido durante casi seis años a Ernesto Zedillo como encargado formal, pero que sigue teniendo a Carlos Salinas de Gortari como verdadero jefe.

RIP a los dos antisalinistas en campaña

Por lo pronto, el salinismo ha visto rodar la cabeza de dos de sus principales impugnadores internos: Francisco Labastida y Jesús Silva Herzog. Ambos personajes constituyeron en las intrigas palaciegas del pasado algunos de los obstáculos que hubo de remover Salinas de Gortari en su larga carrera hacia la Presidencia. Pero, además, ambos sustentaron parte de su oferta y su propuesta pública electoral del presente en su oposición expresa al salinismo. Hoy, los dos únicos políticos priístas que se han atrevido a censurar al jefe del grupo transexenal en una contienda electoral, han doblado la cerviz ante el foxismo.

Esa política económica salinista, y ese grupo tecnócrata que ha sobrevivido sexenio tras sexenio, tienen ahora la garantía de que no habrá cambio de rumbo (tampoco lo habría, de fondo, con Labastida y Silva Herzog, economistas ambos, pero sí en detalles y matices que serían lesivos para los intereses de esa corriente de poder tantas veces citada). También tienen, Salinas, Zedillo y Fox, la seguridad de que temas clave, como el Fobaproa, no habrán de sufrir giros ni alteraciones sustanciales.

Los candidatos indeseados

No puede tampoco dejarse de lado la historia de incidentes electorales y políticos que han conducido al desenlace de anoche.

Fox llega a la Presidencia por hechos que probablemente no fueron pensados ni deseados exactamente así por Salinas de Gortari, pero que sin duda le beneficiaron. Salinas propuso para Guanajuato como candidato priísta a un personaje de poca monta popular y de poco aprecio presidencial: Ramón Aguirre, como Eduardo Pesqueira Olea, eran miembros del círculo íntimo de Miguel de la Madrid que peleaban con el chaparrito Salinas de Gortari las preferencias del entonces jefe político.

Pesqueira pagó caras, con despido y ostracismo, las burlas que hacía contra el entonces secretario de Programación y Presupuesto. Aguirre fue enviado, con la fama pública de corrupción que le perseguía desde la jefatura del gobierno capitalino, y las versiones de su condición de amenizador ųguitarra en manoų de las fiestas de De la Madrid, a un Guanajuato en el que ganó conforme a las actas electorales, pero perdió políticamente (como Fausto Zapata en San Luis Potosí).

En aquel ejemplo extremo de las concertaciones entre salinismo y panismo, entró Carlos Medina Plascencia y, seis años después, Vicente Fox ganó oficialmente lo que antes le había sido arrebatado. La apertura salinista del resquicio constitucional por el que ahora pueden ser candidatos a la Presidencia quienes sean hijos de padre extranjero, terminó de crear las condiciones exactas que permitieron a Fox ser el primero en derrumbar el muro priísta.

Labastida tampoco fue el candidato deseado por Zedillo. En Londres, el embajador Santiago Oñate debe recordar la ira que provocó al Presidente la decisión formal de la asamblea nacional priísta que estableció aquellos famosos candados que impidieron ser candidatos a la Presidencia a personajes bien amados por el zedillismo como el citado Gurría, o Guillermo Ortiz, o Carlos Ruiz Sacristán. Ese impedimento estatutario priísta permitió que, por descarte, avanzara Francisco Labastida, quien a pesar de ese presunto apoyo superior debió sufrir para vencer, en un extraño episodio que ahora podría dar luces, al aliado del salinismo, Roberto Madrazo Pintado.

Los dos perdedores

El derrotado principal es, desde luego, el PRI. Ahora dejará de depender económicamente del erario federal o de los tráficos de influencia y los mecanismos empresariales ideados para hacerle llegar dinero triangulado. No será sencillo el futuro: suelto, el aparato priísta puede resultar conspirativamente peligroso.

Según los datos conocidos anoche, su derrota no se dio tan sólo en el vértice fundamental de Los Pinos, sino también en el Congreso federal, en los dos gobiernos estatales en disputa y en varios de los congresos locales. La pinza salinista podría cerrarse instalando ahora a Roberto Madrazo como nuevo líder nacional priísta, para cargar toda la culpa de la derrota al "gran fracasado" sinaloense. O resucitar, con ánimo de exterminio, a la banda infantil promotora de la balada pop llamada Nuevo PRI, para entregarle los restos del juguete y ver qué muestra dan de ingenios transformadores.

El otro perdedor es el PRD y, en particular, Cuauhtémoc Cárdenas. No es un acto adivinatorio decir que éste es el último lance electoral del michoacano. Tampoco lo es decir que el volumen de votos recibidos, la cuantía de las desaveniencias internas y la ineficacia de muchos de sus cuadros operativos, obligan a una recomposición interna que podría llegar inclusive a la refundación de esa corriente política.

Cárdenas tiene ya un lugar ganado en la historia política mexicana, y conforme pase el tiempo se valorarán mejor sus aportaciones a la democratización y al derrumbe del partido virtualmente único. Otros miembros de esa corriente parecen encaminados a retomar los retos de la izquierda nacionalista. Una de ellos es Rosario Robles, a quien desde ahora se menciona como natural aspirante a suceder a Amalia García en la directiva del sol azteca. El otro es Andrés Manuel López Obrador, figura que queda casi solitaria en los mares panistas, acotado por las olas foxistas y ganador por un margen mucho menor del que las encuestas y los optimismos le adjudicaban días atrás.

La transición, va...

El 2 de julio, pues, ha sido un día verdaderamente histórico: el voto popular puso fin a 70 años de PRI sin que hubiera conmociones ni revueltas. El propio Francisco Labastida aceptó con ejemplar actitud el voto mayoritario a favor de Fox, y los priístas parecían anoche decididos a digerir sin grandes aspavientos su derrota monumental. Pareciera que en verdad estamos puestos en la pista de arranque de la transición democrática, vaya a ser esto lo que resulte.

Ahora sólo falta, y eso deseamos todos, que Vicente Fox esté a la altura de esas aspiraciones populares, y que sea capaz de sobreponer a sus limitaciones personales e ideológicas la enorme posibilidad de limar sus defectos y de magnificar sus virtudes. Ayer, el pueblo le dio un amplio mandato para llegar a esas alturas.

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