DOMINGO 2 DE JULIO DE 2000

Lo que sigue

 

* Rolando Cordera Campos *

Al final del gran momento de decisión política que resume este 2 de julio, hay que insistir en lo que falta, pero sobre todo intentar precisar lo que sigue en la agenda nacional. El 2 no es el día D para nadie ni para nada; hay vida después del domingo, para decirlo pronto.

Para empezar, hay que reiterar que en materia electoral nada es definitivo y que, en nuestro caso, lo que urge es someterla a los criterios que emanen de la reforma mayor del Estado y sus instituciones, que los partidos y el gobierno actual, en su lucha descarnada por el poder, dejaron irresponsablemente a un lado. La reforma estatal no es asunto de unos cuantos, sino de todos, más aún si se considera que el orden democrático que puede dar sustento a la política plural no está todavía con nosotros. Soslayar estas tareas pone a nuestra frágil democracia en peligro de volverse epidérmica, sometida al azar de un mercado político salvaje. La muestra eficiente de que todo esto está por delante, es lo cara que nos ha salido la confianza indispensable para salir bien de la transición.

Para mañana, la cuestión de los dineros tiene que revisarse con rigor y a fondo. Campañas como las que hemos vivido no deben repetirse y los partidos deben dejar de ser el vehículo inerte (o casi) para la transferencia de recursos fiscales a las empresas informativas y publicitarias. El ambiente, tanto el natural como el mental, sale de este 2 de julio inmensamente dañado y hay que tomar nota de ello.

Sigue en la agenda una honesta confrontación conceptual sobre lo que la democracia es y queremos que sea. Por lo pronto, la experiencia de estos meses nos dice que la democracia no puede reducirse a una confrontación pueril entre contrincantes que se niegan a reconocer que las reglas democráticas poco tienen que ver con la lucha cuerpo a cuerpo o con la mercadotecnia, y sí mucho que hacer en la búsqueda de una civilidad nueva, que sólo puede fincarse en el derecho y en una confianza que no se compre sino que se construya a diario, mediante el buen gobierno y la mejor comunicación social que seamos capaces de lograr.

Sabemos, o sospechamos, que la democracia moderna no puede avanzar sin una renovación permanente de la cultura, sin un debate de las ideas que se entienda como una práctica insustituible de la política de masas. Sin unas ideas que se atrevan a ir más allá del lugar común o la reacción rápida a que obliga la lucha política, la comunidad se aleja de quienes pujan por el poder y su ejercicio y la política se torna juego destructivo de los tejidos elementales de la vida en común. Pero de esto poco se ha hablado, y menos hecho, en la campaña.

Nos acercamos a un gran momento de decisión, pero en medio de una grosera confusión de fines y medios, conceptos y discurso. Esta maraña, debida a la inmadurez de los actores políticos principales, así como a la avidez de los grupos de poder, será imposible de desenredar si no se arriba pronto a compromisos amplios, en los que encuentren aliento y esperanza los que hoy sufren con agudeza la carencia absoluta de bienes y recursos, que a su vez hace imposible la práctica efectiva de la libertad que hoy tanto se pregona.

Celebrar la libertad y la ciudadanía alcanzadas no puede servir de pretexto para soslayar el terrible panorama de inequidad y pobreza masiva que hoy define a México. Por eso, el avance democrático obtenido quedará trunco si no se ve acompañado del reconocimiento expreso de que la cuestión social mexicana sigue cargada de injusticia y miseria, desaliento y dolor para grandes grupos de la nación, entre los que sobresalen los niños, los jóvenes y las mujeres. Sin poner en el centro de la deliberación democrática el tema de la igualdad, que es inseparable hoy del de la superación pronta de la pobreza extrema, el compromiso renovador con el gobierno de leyes y el Estado de derecho que todos dicen compartir quedará en entredicho, a la espera de nuevas movilizaciones sin cauce que todo lo echan a perder.

Los nuevos loros parlantes de un liberalismo mal aprendido, peor traducido, y aplicado a rajatabla a un alto costo social y productivo, nos proponen una visión reducida a su mínima expresión del ciudadano y la ciudadanía. Que el ciudadano vote, consuma y si puede lucre, parece ser la fórmula preferida de quienes hoy reaccionan irritados ante la crítica que se hace de sus estrategias y su democracia, y reclaman con un arrogante "Ƒqué más quieren?"

No es esta la respuesta adecuada para las angustiadas preguntas que la sociedad se ha hecho al calor de esta inusitada, dispendiosa pero viva y libre campaña por la sucesión presidencial. No habrá hoy solución mágica a los enormes enigmas que forman el subsuelo de la irritación y la inquietud profundas de la ciudadanía que emerge y quiere volver a estrenar su poder basado en el derecho al sufragio efectivo y, por tanto, libre.

De todo eso tendrá que encargarse un nuevo gobierno, que vaya más allá de caras nuevas o remozadas y se atreva a ser el promotor e intérprete de la ambición y la esperanza nacionales, más que de unas recetas que a medida que pasa el tiempo se prueban gastadas, del todo ineficaces para darle al país el impulso político responsable, moral e intelectual al que tiene pleno derecho. Habrá qué ver cómo se afronta lo que falta y se teje lo que sigue. De eso depende todo, o casi. *