SABADO 1o. DE JULIO DE 2000

Voto por la ética

 

* Luis González Souza *

EN GRANDES O PEQUEÑAS dosis, muchos hemos sido víctimas de la confusión electoral. Así lo hemos constatado en incontables pláticas y debates durante el último año. Al mismo tiempo confirmamos que la confusión es una enfermedad al alcance de todos, salvo los sabios y los fundamentalistas. Pero es una enfermedad curable. Basta una cucharada de honestidad.

Esa confusión no es para menos. El proceso electoral que hemos padecido Ƒo gozado? se caracterizó por linduras como la ya franca mercantilización de la política mexicana (muy a la americana), el predominio de las campañas canibalescas (character assasination, le dicen allende el Bravo), sin faltar nuevas formas y acentos en la subcultura del fraude.

Esta vez las mayores preocupaciones ųinclusive del IFEų giraron en torno a la inducción del voto, típica sobre todo del ya insoportable régimen priísta. Inducción lucrando ora con el hambre de la gente (compra del voto), ora con su ignorancia electoral (coacción), ora con sus temores a quedar sin empleo, sin educación para los hijos, sin libertad y hasta sin vida (voto del miedo, ahora desdoblado hacia el voto del pánico).

Por si fuera poco, en esta contienda electoral hemos atestiguado el nacimiento de un nuevo hijo, tan bastardo como agringado, de la inducción del voto. Nos referimos a la inducción mercadotécnica por cuenta de los candidatos (Fox y Labastida) que más dinero han gastado en publicidad, lo mismo que en fabricación de imagen, incluso contratando a figuras estadunidenses en este lucrativo negocio.

Aquí el fraude es menos visible, pero igualmente pernicioso. Sin que lo noten los consumidores de propaganda, su voto es robado a través de un engaño montado en la despolitización y de la sed de cambio, fácilmente traducible en sed de Mesías, o de un macho-arregla-todo. En inglés, podría llamarse el coke-vote (para adictos a la publicidad, como si fuese coca); y en español, el voto ''cazabobos'' (conocida trampa para soldados principiantes).

De ahí las complicadas interrogantes de esta temporada electoral, que en todo caso merecen mucho oído y nada de linchamientos. ƑAguantaría México seis años más de priísmo, sin hacerse pedazos? ƑYa tocó fondo la debacle mexicana, o todavía hay hoyo por recorrer? ƑQuién nos conduciría mas rápido al hoyo del caudillismo fascistoide o al barranco de la desnacionalización total? ƑPuede haber algo peor que la guerra ya iniciada en Chiapas? ƑQuién se pinta mejor para elevarla a guerra nacional?

ƑPuede haber transición democrática sin alternancia en el poder? ƑLa alternancia puede resultar peor que la enfermedad? ƑQué tipo de alternancia se requiere para avanzar, y no para sólo reciclar al viejo régimen? ƑEstamos listos para un cambio de fondo, o debemos conformarnos con un cambio de fachada? ƑQué tanto ha trabajado la sociedad mexicana para alcanzar tal o cual cambio?

ƑSe trata sólo de que alguien nuevo llegue al poder? ƑPara qué quieren los candidatos llegar al poder? ƑHablamos del viejo y pestilente poder, o de un nuevo poder? ƑTransición hacia dónde, y por cuánto tiempo, pues? ƑSólo con elecciones, o con qué más?

Ante tamaña tormenta (y tormento) de dudas, no queda más que resguardarnos en el mundo de los principios, de las convicciones, de los ideales y los valores más sagrados, o más compartidos. La ética es mucho más que una aspirina para calmar dolores de conciencia. Antes que nada y después de todo, la ética sirve para no perder ni rumbo ni esperanza, en medio de la peor tormenta. *

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