MIERCOLES 28 DE JUNIO DE 2000
Tiempo de guardar
* Luis Linares Zapata *
Al final de estas dilatadas y costosas campañas electorales por la Presidencia de la República los ciudadanos podemos constatar que la incertidumbre es, hoy por hoy, el distintivo esencial de tan delicado proceso. Pero la incertidumbre tiene una doble cara. Está el lado positivo, el rasgo inherente a toda lucha democrática abierta y equilibrada y donde reina la incógnita sobre el resultado de la votación, es decir, el nombre y partido del ganador. El negativo, el aspecto oscuro de la contienda, aquél que usa y desusa los privilegios que todavía contiene la competencia. El de los abusos y la inminencia de actos ilegítimos e ilegales que tanto han ofendido a los mexicanos. Dos son entonces los protagonistas estelares de estos días de guardar, los restantes para el domingo de las definiciones. Uno, el que marca con su sello especial la indeterminación prevaleciente y del cual dependerá hacia donde se incline la postrer balanza electoral: el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. El otro, el PRI y la conducta de su aparato y aliados, que se mueven dentro de un contexto de sospechas, premoniciones y denuncias que no auguran un desenlace sin tironeos ni apegado al espíritu y la ley que la nación requiere y merece.
La incertidumbre que las desviaciones, coacciones, compras de voto, guerra sucia, iniquidades y hasta factible violencia poselectoral le inyectan al horizonte electoral, y a la vida organizada del país en general, tiene un antídoto efectivo: la combinación entre el IFE, su funcionamiento ordenado y confiable, y la reciedumbre de la sociedad organizada que rechaza y está alerta a tales maniobras fraudulentas. A ello hay que sumarle la vigilante atención externa que muestra, como se ha observado en varios episodios mundiales, poca tolerancia a las provocaciones sobre la voluntad democrática. Aun así, no se ha podido desterrar de la conciencia colectiva las admoniciones y temores por la reincidente tenacidad que la maquinaria y casi industria de las trampas electorales viene mostrando en estos postreros momentos de gran densidad y hasta de polarizaciones de las pasiones partidistas. El mismo sistema financiero resiente, por su frágil conformación, la volatilidad financiera que produce la expectativa de problemas para la inmediata y automática aceptación del vencedor o por los reclamos de ilegitimidades y delitos. Esto mismo se constituye como un valladar adicional contra el fraude por el costo que implicará para el sistema y la población.
Y, para aumentar el grado de ebullición, el candente y jacarandoso cierre de campaña de Cárdenas se erige como un punto neurálgico de la contienda y la lleva a puntos de indeterminación notables. Las últimas encuestas ya le reconocían rangos cercanos o sobre 20 por ciento del total de la votación. Y es de esperar que rebase esos niveles para situarse entre 25 y 30 por ciento. Si esto ocurre en los momentos finales, el ingeniero estará en la disputa final por el triunfo. Lo faltante en la ecuación postrera radicará en despejar la variable de la afectación que su crecimiento tendrá en los punteros. Pero, si ello no se materializa, Cárdenas ya logró recuperar ese ascendiente moral que se le discutió en algunas etapas del proceso. Lejos quedaron los rangos inferiores a los diez puntos que algunos sondeos le daban. La reciedumbre de sus posturas, reclamos y hasta sus ataques al contrincante son de observancia y escucha. Las plazas llenas y entusiastas son una prueba adicional de la entrega de deseos y de simpatías que su imagen y presencia provocan. Es difícil retraerse al influjo de un candidato como Cárdenas que se presenta ante uno de los auditorios de mayor sensibilidad actual y ante el que cualquiera de los otros dos grandes han temido aparecer: la UNAM. Cualquier mexicano puede sentirse orgulloso de contar con un aspirante presidencial de su talla. Cuauhtémoc ha sido, qué duda cabe, el actor principal de la transición, ese largo, penoso y ansiado camino a la normalidad democrática.
Se está al borde de iniciar, durante el sexenio que entra, la consolidación final de la aspiración de modernidad política. Ella se logrará por la combinación de diversos factores entre los que destaca el papel que jugará la Presidencia. Pero más que todo por el que juegue el Congreso y la sociedad, tal y como lo ha sido en estos dolorosos y desconcertantes 20 o 30 años en que la transición ha sido un huidizo y confuso objetivo. Lástima que muchos de los apoyadores (voto convencido) de Cárdenas hayan flaqueado al final y se refugien en ese simplón concepto de la alternancia a toda costa. Algunos distinguidos ciudadanos hasta han solicitado, siguiendo el que piensan su ejemplar decisión y racionamiento, premiar al PAN y su abanderado porque Fox ha despuntado en las encuestas y puede sacar al PRI de Los Pinos. Hasta han pagado costosos desplegados para anunciar sus posturas con las que piensan inclinar la balanza de la historia. Cuánta vanidad se requiere para tales desplantes, para erguirse como guías del votante y hasta representantes del pensamiento y las posturas de la izquierda. La izquierda, como sitio de aspiraciones humanas está viva, actuante y ha construido un sitial en el imaginario colectivo donde se puede habitar y desde el cual trabajar por la democracia. Darle la oportunidad a un PAN o a un grupo de entusiastas y efectivos ejecutivos mercadológicos, que nunca han estado del lado de los cambios ni en las luchas políticas, sino del mantenimiento del estado de cosas, es confiar, de nueva cuenta, en los seres providenciales, en los tecnócratas, en los caudillos que tanto sufrimiento y desilusiones han acarreado. Que el buen voto y la cordura ampare a los mexicanos en esta hora definitoria. *