MIERCOLES 28 DE JUNIO DE 2000
* Pablo González Casanova *
ƑAdónde va México?/ II
(Las tendencias recientes)
Todas las experiencias del mundo moderno y posmoderno parecen indicar que la construcción de la alternativa comenzará por la construcción de una nueva democracia. El proceso de democratización en el mundo es un hecho que no podemos desconocer. Pero el carácter limitadísimo de la democracia realmente existente es cada vez más visible en varios terrenos. Conforme la crisis mundial y nacional se acentúa frente a los objetivos de una democracia electoral de por sí limitada, los ideólogos de las clases dominantes tienden a priorizar la gobernabilidad. Los electores tienden a abstenerse de emitir su voto. Los líderes de la sociedad civil tienden a aislarse de los líderes de la sociedad política. Los partidos tienden a sustituir los argumentos por injurias personales, y usan la publicidad comercial como medio principal de persuasión. Las organizaciones patronales y financieras exigen abiertamente que "sea quien sea" el partido que gane deberá aplicar la misma política neoliberal que ha enriquecido a los grupos de más altos ingresos y empobrecido a los sectores medios y a las clases bajas.
El comprensible malestar social provocado por la política neoliberal se manifiesta en formas pacíficas y violentas, individuales y colectivas, que corresponden a acciones de defensa de las poblaciones afectadas y amenazadas en su seguridad y en sus comunidades. De manera todavía incipiente las organizaciones de defensa colectiva se articulan como movimientos de protesta, de presión y de proyectos alternativos tanto en el sistema social como en el político. Muchos de esos movimientos no son sólo de resistencia; plantean una democracia con justicia social e individual, con "sufragio efectivo" y con respeto a la dignidad de los pobres; recogen y renuevan sus legados cívicos y de acción colectiva, y una cierta cultura democrática de "los de abajo" en materia de "consensos", de "tolerancia", de "dignidad", de "vergüenza" y "valentía". Su proyecto social y ciudadano entra en contradicción con el régimen y con el sistema dominante local, estatal, nacional y mundial. A menudo deriva en enfrentamientos violentos o amenazadores y otras incluso en acciones de resistencia armada. La resistencia mayor proviene de una conciencia moral de los de abajo que se organiza y estructura articulando varios estratos y espacios sociales, culturales y políticos.
La respuesta principal de las fuerzas dominantes combina el uso amenazador y represivo de los órganos de seguridad, policiales, militares y paramilitares, con algunas negociaciones para la cooptación y la claudicación de grupos utilizables y líderes disponibles. Las fuerzas dominantes actualizan sus teorías de las "democracias peligrosas", de la "contrainsurgencia" y las "acciones cívicas". Al mismo tiempo disponen acciones "preventivas" para la "gobernabilidad". Esas acciones a menudo incluyen tácticas de desestabilización y autodestrucción de las fuerzas populares, locales o nacionales. Quienes las usan parten del supuesto de que al acentuarse la crisis hay peligro de ingobernabilidad, y que el sistema debe prepararse, desde ahora, para desestructurar y, eventualmente, destruir a sus fuerzas opositoras.
La resistencia al neoliberalismo se mueve así en un campo político acotado. El proceso de democratización del sistema político es vigilado y atendido por las fuerzas dominantes con una lógica de seguridad. Está enmarcado en una estructura de poder financiero, económico, mediático, tecnológico y policiaco-militar, que impone una gran cautela a los políticos que aspiran a ganar las elecciones. Esa cautela lleva incluso a muchos opositores a asumir la lógica de que cualquier alternativa a la política económica neoliberal es imposible. Los más empeñados en contenerla y cambiarla necesitan proponerse una recomposición de fuerzas no sólo políticas sino sociales. La tarea no resulta fácil ni sus resultados previsibles. Tanto las fuerzas políticas o ciudadanas como las sociales o populares se redefinen y recomponen en formas discontinuas. La crisis y las medidas neoliberales reblandecen a veces sus posiciones y otras las endurecen; a veces las cansan de resistir y las subyugan, y otras las llevan a quitarse el miedo y a organizarse. Las conductas de ciudadanos y pueblos oscilan entre el conformismo, el cinismo, la desesperación anómica o el endurecimiento emocional, e incluso calculado. También se dan en ellos fenómenos personales, existenciales, que son sorprendentes y que los cristianos llaman "conversión". Se trata de algo así como la esperanza. Pero ésta es espiritual y visceral y se halla íntimamente vinculada a la decisión de luchar y a lo que se conoce como "la opción por los pobres".
Allí no paran las metamorfosis de personas y gentes, ni con esos cambios basta para alcanzar algo que se parezca a los caminos de la victoria. Ya en la lucha, las poblaciones insumisas y sus heroicos líderes, como si el drama no fuese suficiente, se ven obligados a controlar en su propio seno las políticas autoritarias, paternalistas y populistas, los compadrazgos, las mafias y las clientelas que tanto criticaron en sus enemigos y que reaparecen entre sus compañeros y aliados. Muchos de ellos rehacen intimidaciones, sanciones físicas y psicológicas arbitrarias, manipulaciones de personas y de grupos, control vergonzante de asambleas, fraudes en votaciones internas y hasta corrupciones en el manejo del bien común. Es así como a la crisis del sistema se suma la crisis de las propias alternativas al sistema, la autodestrucción de las alternativas. Si no se detiene a tiempo el autoritarismo, si los de abajo imitan o practican la violencia y las trampas de los de arriba, y empiezan a decir mentiras y le pierden respeto a su propia dignidad y a la dignidad de sus hermanos y compañeros, la autoderrota se vuelve una crisis dentro de la crisis. Para enfrentarla tienen que unirse firmemente los hombres y mujeres que "todavía tienen vergüenza", como decía Zapata, y que hoy más que nunca viven a diario el múltiple reto de construir una sociedad del conocimiento y la organización, capaz de articular la moral pública a las fuerzas sociales y a sus redes, todo con disciplina y pluralismo...
La coyuntura de fin de siglo parece estar acumulando varias crisis que se acentúan. Algunas ya se han desatado en el sistema social y político; otras están por desatarse. Entre las crisis manifiestas en México, se encuentran las siguientes: l. La de los pueblos indios cada vez más discriminados, empobrecidos, asediados, despojados, explotados, excluidos, hambrientos y enfermos y cada vez más dignos y rebeldes; 2. La de los estudiantes universitarios en lucha por la educación superior pública y gratuita y por que no les quiten el futuro; 3. La del gran subsidio del pueblo a los banqueros que quebraron en formas fraudulentas y no fraudulentas y en cuyo salvamento, mediante tributo impuesto al pueblo, se comprometió y desprestigió la "clase política" gubernamental, a instancias de las elites económicas beneficiadas y de los propios organismos financieros nacionales e internacionales; 4. La de los asesinatos de varias centenas de periodistas y de políticos; 5. La del campo mexicano, en especial de los productores de maíz y frijol, con grave pérdida de nuestra independencia alimentaria a favor de los productores estadunidenses, y con crecientes manifestaciones de desnutrición y amenazas de hambrunas; 6. La de los pequeños y medianos empresarios sin créditos o con créditos a plazos más cortos que la producción y con tasas de interés incosteables. 7. La de la violación de los derechos individuales y sociales con medidas macroeconómicas que afectan a las cuatro quintas partes de la población; 8. La del narcotráfico y el crimen organizado que se articulan en forma sistémica a la banca nacional y mundial y a los círculos gubernamentales de Estados Unidos y de México, con crímenes que hasta en las películas van más allá de las meras explicaciones personales y a los que se vincula el terrorismo de Estado denunciado y documentado por autores muy serios como Noam Chomsky; 9. La de las inflaciones y devaluaciones que favorecen a los especuladores y a un empresariado corporativo para el que el mercado interno no cuenta: los grandes ganadores; 10. La de salarios nominales congelados y de salarios reales disminuidos que permite a las trasnacionales y sus asociados aprovechar las diferencias de salarios que son de uno a diez entre los trabajadores de México y los de Estados Unidos para "abatir costos" (aquí) y "maximizar utilidades" (allá y acá); 11. La de los servicios públicos de educación, salud, alimentación, seguridad social, infraestructura, con subsidios y presupuestos cada vez más reducidos, mientras sumas crecientes de subsidios y concesiones se reorientan a las empresas privadas y, para el caso, a la educación privada, a la salud privada, a la alimentación privada, a la seguridad social privada, cuyos costos son inaccesibles para 85 o 90 por ciento de la población; 12. La de la retórica oficial y la pretendida bondad de la política neoliberal, que tanto enaltecen los voceros de la Secretaría de Hacienda y de los organismos internacionales, mientras millones de mexicanos comprueban su notoria falsedad en carne propia; 13. La de una política de altas inversiones y sueldos en fuerzas policiaco-militares y en armamento para una guerra interna llamada "de baja intensidad" que se libra con el pretexto de guerra al narcotráfico, y que afecta al conjunto de la población civil, en especial a la excluida y marginada, o a la que promueve protestas cívicas y exige políticas alternativas. Esa política pone en crisis al régimen institucional al imponer un marco policiaco-militar a cualquier movimiento o fuerza que limite el modelo neoliberal de dominación y acumulación.
Las crisis señaladas tienden a acentuarse. A ellas se añaden otras que en plazos relativamente cortos pueden colocar a México en una situación explosiva y en un camino acelerado de africanización, esto es, en un proceso de liquidación de sectores medios, con pérdida de empleos calificados y reducción de fuentes de trabajo profesional para médicos, ingenieros, dentistas, abogados, economistas, arquitectos, y con políticas genocidas, o de exterminio de pueblos, en especial de pueblos indígenas, a quienes desde ahora cada vez más se expulsa de sus tierras y caseríos, infestando sus campos de labranza, incendiando sus chozas, destruyendo sus enseres domésticos y sus aperos de labranza, y arriando a los sobrevivientes por brechas de fieras acosadas para que emigren a las montañas, donde se enferman y fallecen de hambre y de frío, de virus y bacterias.
Los miembros de las clases medias y empresariales sin empleo y sin empresas serán un tremendo factor de inestabilidad y de ingobernabilidad democrática neoliberal, aunque algunos se conformarán con su suerte y aprenderán a vivir sin la esperanza de un futuro mejor para sus hijos. En cuanto a los campesinos, indios y no indios, expulsados por el mercado y por los paramilitares y asesinos a sueldo de ganaderos, hacendados y compañías, en ocasiones podrán escaparse a las ciudades donde se integrarán a los nuevos barrios marginados, hacinados, malolientes, inseguros. Otros se irán a Estados Unidos y arriesgarán su vida y su libertad con tal de conseguir trabajo de mojados, un triste trabajo sin garantías, y más bien con discriminaciones y amenazas de cárcel. Pero, extranjeros en su propia tierra, sentirán que viven en el país vecino una vida mejor que millones de mexicanos indios y no indios, a reserva de ser cazados, atropellados, deportados, o encarcelados por los rancheros y la migra.
Si esa es la triste verdad, y lo es, una crisis aun mayor parece a todos previsible. Se puede desarrollar en dos etapas: la pérdida de propiedades públicas y nacionales que hoy todavía generan
Si ésa es la triste realidad, y lo es, una crisis aún mayor parece a todos previsible. Se puede desarrollar en dos etapas: la pérdida de propiedades públicas y nacionales que hoy todavía generan empleos y servicios para el conjunto del país, y la suspensión de pagos de los servicios y el principal de la deuda externa cuando los acreedores decidan suspender las políticas de "salvamento" y blindaje con que hasta ahora han permitido "pagar la deuda con más deudas". Es obvio que la situación tiende de por sí a empeorar. Cada vez se expresan de manera más abierta las presiones por la privatización y desnacionalización (escalonadas) de los recursos energéticos del país, en especial de la electricidad y el petróleo.
Tanto la privatización como la desnacionalización son formas simuladas de depredación y de expropiación. Las propiedades nacionales y públicas pasan a las empresas privadas que pagan sumas simbólicas, por debajo del valor de lo que "compran", al tiempo que "sacan del mercado" a la propiedad pública y nacional para meterse al mismo, como propietarios privados, predominantemente trasnacionales. A la fecha ya se han privatizado y desnacionalizado la banca, los teléfonos, los ferrocarriles, las supercarreteras, los aeropuertos y numerosas empresas mineras, industriales, de distribución de artículos básicos y de servicios de primera necesidad. Al mismo tiempo, el gobierno ha perdido fuentes de ingreso que precisamente lo obligan a endeudamientos crecientes y a pagos acumulados de intereses. Estos absorben una parte cada vez mayor de los ingresos públicos, de por sí reducidos y que se han reducido todavía más con el Tratado de Libre Comercio y las políticas de estímulo a los inversionistas extranjeros y nacionales.
La autonomía de la banca central respecto al gobierno de la República y su integración a la red encabezada por el Banco Mundial aumentó la tutoría de los organismos internacionales y las grandes potencias sobre los programas de inversión y gasto público en México, sobre las políticas de estímulo o falta de estímulo a las empresas medianas y pequeñas, sobre el empleo calificado y no calificado, así como sobre el subempleo, el desempleo y la llamada economía informal con creciente presencia de marginados y excluidos, en especial jóvenes y viejos.
La autonomía de la banca central privó al Estado de la posibilidad de enfrentar la crisis con una política monetaria y de inversiones orientada al crecimiento del mercado interno. Las altas tasas de intereses y la baja tasa impositiva al capital y a los altos ingresos, como supuestos estímulos a la inversión derivaron, junto con el empequeñecimiento del mercado interno de artículos de consumo general, y la quiebra generalizada de pequeños y medianas empresas en estímulos al capital especulativo más que al productivo. El excedente, que antes generaban los servicios públicos gratuitos y la producción social subsidiada, pasó de ser un impuesto útil al sector público a ser fuente de utilidades para las empresas privadas. Los productos y servicios públicos transformados en mercancías "adelgazaron" el ámbito de los derechos sociales, limitaron la prestación de servicios y el aprovisionamiento de bienes a aquéllos y sólo a aquéllos que tienen la capacidad de comprar en un mercado cada vez más entregado a satisfacer la demanda de grupos de ingresos altos y medios y que para muchos bienes y servicios de primera necesidad deja fuera a las dos terceras, a las cuatro quintas, y a las nueve décimas partes de la población.
La amenazante desnacionalización de la electricidad y del petróleo --de por sí descapitalizados y desarticulados de la economía y el desarrollo científico y tecnológico de la nación--, de llevarse a cabo acentuaría fatalmente la crisis presupuestal del Estado y aumentaría todavía más la dependencia de las empresas y del gobierno respecto de las políticas del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Oficina del Tesoro de Estados Unidos. Es decir, colocaría a México en una crisis de pagos, sometido a enérgicas exigencias globalizadoras y neoimperialistas para la entrega de más riquezas, recursos y territorios.
En caso de no detenerse el proceso, la culminación de la privatización dejará a la República, al gobierno, y a las empresas particulares y sociales no integradas a los oligopolios, en situaciones insuperables de debilidad, con una sobrevivencia precaria, o camino de una desaparición de que ya han sido víctimas numerosos pequeños y medianos propietarios y a cuya suerte se sumarían muchos más. La importación del desempleo (sic) en materia de un trabajo calificado y profesional que dejaría de realizarse en México para llevarlo a Estados Unidos y otros países hegemónicos, y la exportación de los mejores trabajadores calificados y altamente calificados a Estados Unidos y demás países dominantes, se combinaría con una mayor inseguridad del empleo en México.
En la vida cotidiana, en el futuro de los niños y los jóvenes, al igual que en otros países donde el proceso se ha adelantado, se viviría un clima de inestabilidad generalizada con resistencia civil y armada --al estilo centroamericano o sudamericano-- en que las clases dominantes, o los intelectuales neoliberales y "los medios" dizque explicarían lo que ocurre y anunciarían el futuro, entre vanalidades, injurias y acusaciones personales contra quienes encabecen la resistencia, acusándolos de ignorantes o necios, de representar a fuerzas oscuras, de ocultar intereses puramente personales. Los responsabilizarían de agudizar una crisis que podría resolverse si no fuera por su conducta de pseudolíderes pretenciosos, ignorantes e interesados, de agitadores profesionales y no profesionales, que enredan y manipulan a "los trabajadores responsables", a "los jóvenes ingenuos" y a "los pobrecitos indios". Y si los líderes de la resistencia contaran con el apoyo popular, las elites tecnocráticas y sus fuerzas de choque no dejarían de calificar al pueblo de corresponsable como lo hicieron en el gobierno de Allende. En todo caso, y sin el menor empacho, sostendrían que sin la presencia de los populistas desplazados, de los fósiles o dinos, de los idealistas equivocados, de los "indecisos y" "cobardes", todos "los buenos ciudadanos" y "el conjunto" del país, apoyarían "la mejor política posible, la del neoliberalismo" (que de paso se seguirá avergonzando de su nombre).
Las críticas de los soberanos de la globalización --encabezadas por el Grupo de los Siete-- se harían extensivas a los gobernantes nativos. Con los argumentos y términos acostumbrados para defender "el modelo neoliberal" afirmarían que los gobernantes locales a su servicio "no han aplicado bien el modelo por ineficacia y corrupción". Por supuesto les seguirían prestando su apoyo mientras (y sólo mientras) les sirvan para seguir haciendo negocios y no necesiten sustituirlos con otros que los ayuden a controlar a los pueblos levantados mediante políticas populistas de derecha en que se dé un cambio para que no haya cambio, o mediante regímenes policiaco-militares con fachada democrática al estilo centroamericano, colombiano o peruano.
Las resistencias, en efecto, serían frenadas en combinaciones crecientes de cooptación y represión, y mediante el fomento generalizado de una cultura individualista y egoísta que internalizaría la filosofía del conformismo y el cinismo o del rational choice, en que "yo compito contra todos y todos compiten contra mí", y "así es la vida y así seguirá siendo". La persecución y decapitación de los movimientos de avanzada y sus líderes continuarían en nombre de la lucha contra el narcotráfico, y mediante agentes policiales disfrazados de ultras que fomenten acciones descabelladas para que las fuerzas paramilitares, los pistoleros a sueldo o los porros tengan la justificación necesaria de actuar, mientras se emplea a los policías, a las fuerzas de seguridad y los soldados en "operaciones abiertas", que serían cada vez más frecuentes, "otros factores iguales". La llamada "guerra de baja intensidad" mostraría su verdadero carácter de control militar del territorio y de la población al estilo chiapaneco, siempre a reserva de subir de intensidad cuando sea necesario.
Ese anuncio de futuro no tiene nada de "pesimista". Hoy mismo, en los círculos académicos y políticos de Washington abiertamente se publica lo que el México oficial quiere ocultar y ocultarse. En la vasta literatura sobre el peligro de una guerra civil en México destaca un famoso artículo de Foreing Affairs (enero-febrero de 1999) que se titula: Saving America from the Coming Civil Wars ("Salvando a Estados Unidos de las guerras civiles que vienen"). En ese artículo México aparece como uno de los países amenazados de guerra civil. Otro texto, no menos famoso, es el que pide cerrar el camino de la paz a los zapatistas. Publicado por la Rand Corporation bajo el título The Zapatista Social Netwar in Mexico (mayo de 1995), sus autores son el distinguido politólogo David Randfeldt de la Rand Corporation, y su colaborador John Arquilli de la Escuela Naval Superior (El texto se puede bajar del Web en la dirección: kedzi(a)rand.org). En él sus autores declaran que las redes de paz de la sociedad civil propuestas por el EZLN y el sub Marcos son redes de guerra; inducen a la solución militar del problema de Chiapas como supuesta forma de impedir la guerra social en México. Aseguran --en forma impresionante-- que las redes de la sociedad civil llevan a la guerra social. No advierten ni parecen dispuestos a considerar que precisamente las redes de la sociedad civil han presionado y pueden presionar por un diálogo que reconozca y haga respetar los derechos sociales, culturales, políticos y económicos de los excluidos y marginados, y que así asegure la paz con justicia y dignidad. De antemano juzgan ingenua y sin base toda lógica que lleve a la paz. Y desde luego no se plantean la necesidad de contrariar la política neoliberal para alcanzar una paz con democracia y justicia.
Tal vez, al leer a esos y otros ideólogos del neoliberalismo se pensará que no hay alternativa posible de solución negociada. Puede ser. Pero no intentar la solución negociada con concesión de derechos a los pueblos --y en este caso a los pueblos indios-- es la mejor forma de contribuir a una catástrofe que envolverá a México y a Estados Unidos. El apartheid mexicano tiene sus manifestaciones más graves en las zonas de refugio de los pueblos indios; pero afecta por lo menos a las cuatro quintas partes de la población de México, y hace ridículo y falso cualquier proyecto de democracia, paz y justicia que no plantee los derechos de los pueblos indios y una política que acabe con los remanentes del racismo y el colonialismo.
La democracia de pocos para pocos con pocos se seguirá llamando democracia y dirá luchar por el bienestar de todo México. Sus partidarios pretenderán que al aplicar la misma política económica que nos ha llevado al desastre nacional y social, sólo por un corto tiempo sacrificarán a los pobres y más pobres, a los menos ricos o menos acomodados y a los que "nomás la van pasando", pero a todos les dirán que obran con la certeza de que si les va mal en el corto plazo, a la larga serán los más beneficiados: Y como apostilla al bello discurso, que ya no ofrece la gloria después de la muerte sino un futuro neoliberal en el porvenir de los excluidos, los tecnócratas seguirán validando sus afirmaciones con una sabia y sonriente retórica de tecnócratas en favor de un supuesto "liberalismo social" al que según ellos sólo los "demagogos" y "conservadores" no aceptan por perversidad, frustración, tontería, o falta de conocimientos.