LUNES 26 DE JUNIO DE 2000

La hora de la democracia

 

* Elba Esther Gordillo *

A seis días de elecciones definitorias en muchos sentidos, vale la pena intentar un recuento. Campaña inédita por la competencia tan cerrada entre los dos principales contendientes, sin ignorar a un tercero con sustento real, que confían en traducir las plazas llenas en urnas llenas. Proceso que ha implicado, como jamás, el uso intensivo de herramientas de la "modernidad": comunicación política, estudios de opinión, marketing, ingeniería de imagen. Pero, sobre todo, comicios en los que se juega el rumbo del país en el primer tramo del nuevo siglo.

La ciudadanía ha conocido los diagnósticos del país, las ofertas políticas, las biografías y los proyectos de nación de los candidatos, los partidos y las coaliciones que van por la Presidencia de la República, el Congreso de la Unión, gubernaturas, alcaldías y congresos locales.

El pluralismo, la transparencia, la credibilidad y la legitimidad alcanzadas por los procesos electorales en México constituyen un capital mayor de nuestra democracia, pero nada garantiza que lo ganado sea de una vez y para siempre.

Es un momento de definiciones. Nos toca a todos: candidatos, partidos, medios de comunicación y ciudadanos, cuidar y defender, más allá de banderas políticas y de intereses propios, ese acervo penosamente construido, que es la herencia de muchos mexicanos de diferentes partidos e ideologías que abrieron, a veces con altísimos costos, las avenidas democráticas en México.

De 1977 a la fecha, de la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LFOPPE) a la última reforma constitucional en la materia (1996), el sistema electoral ha experimentado profundos cambios en la ruta para hacer justa, transparente y confiable la disputa por el poder.

Entre los cambios destaca, de manera fundamental, la conformación de un organismo electoral autónomo, máxima autoridad en la materia en cuyo Consejo General los partidos cuentan con voz, pero no con voto, y cuya integración refleja la pluralidad, el profesionalismo y la honorabilidad de consejeros nombrados con el consenso de todas las fuerzas representadas en la Cámara de Diputados.

Otra pieza fundamental para dotar de certidumbre democrática el proceso electoral es el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (comúnmente llamado Trife), cuya presencia es garantía de imparcialidad y autonomía con respecto al desahogo de las impugnaciones que pudieran presentarse. Los fallos emitidos por el Trife, desde su creación, expresan cabalmente su independencia.

Los magistrados que lo integran son juristas de trayectoria intachable propuestos por la Suprema Corte de Justicia, que fueron aprobados por todos los partidos representados en el Senado de la República sin ningún voto en contra; caso insólito.

El Instituto Federal Electoral (IFE) y el Trife son piezas claves de una institucionalidad democrática. Por ello es que en esta hora, cuando está en juego la consolidación de la democracia, es indispensable salvaguardar la autoridad del IFE y del Trife.

Asumirlos como garantes del proceso exige que los protagonistas respeten las reglas del juego, que apeguen su conducta estrictamente a la ley y que, en caso de inconformidad, recurran a las instancias que nos hemos dado para resolver impugnaciones y diferendos.

Algunos han dicho que tratándose de la disputa por la Presidencia de la República, la diferencia en votos entre el primero y el segundo lugares (la contundencia del triunfo) será clave para la aceptación del resultado. Creo que lo fundamental no será la cantidad sino la calidad de los comicios. Lo que exige que no haya un solo voto que no se haya emitido libremente; dejar atrás toda tentación de torcer la voluntad de los ciudadanos, pero también su correspondiente subcultura de la impugnación por sistema.

Ningún cálculo político, ninguna estrategia que alterara la limpieza de los comicios compensaría el daño que se podría ocasionar al país vulnerando los cimientos del camino democrático.

Hoy nadie puede anticipar quién va a ganar una elección (ése es el sentido profundo de la democracia), pero sí podemos apostar que quien triunfe el domingo, recibirá el único mandato legítimo: el de las urnas. *

 

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