DOMINGO 25 DE JUNIO DE 2000

La intelligentsia frente al vuelco político

 

* José Agustín Ortiz Pinchetti *

A una semana del desenlace electoral y de lo que va a desencadenar, la nación está en vilo. La gente ve con buen sentido que no se trata de la pugna entre tres candidatos sino de un plebiscito sobre la permanencia del sistema presidencialista o el inicio de su desmantelamiento. También los intelectuales están en ascuas. Esta casta famosa por su espíritu rijoso que reúne a muchas mentes poderosas y brillantes parece más dividida que nunca. No se trata sólo de una disputa ideológica entre conservadores y demócratas. El conflicto es hondo y desgarrador porque tiene que ver con los intereses concretos de aquellos que desean el cambio y los que se oponen a ello. Hemos tenido una polémica sobre el "voto útil" y ha tomado forma una nueva querella. Numerosos intelectuales "oficialistas" exhortan a la opinión pública y a los candidatos a aceptar que las instituciones electorales han variado de modo dramático para bien y que se ha establecido la legalidad electoral. Que tenemos que confiar y respetar al IFE y a las demás instituciones encargadas de cumplir las leyes y administrar los procesos y sancionar a los infractores. Es más, exhortan con gran celo a que los contendientes se sometan al dictamen de las autoridades competentes y eviten a México un difícil proceso poselectoral.

Otros intelectuales "críticos" dudan cada vez más de la legitimidad del proceso. Señalan que una cosa es la legalidad formal y otra la realidad política, y se presentan pruebas de la parcialidad de los medios, la ineficacia de la fiscalización de recursos, los efectos de una maquinación para compra y coacción del voto y la ineficacia de las leyes y de los aparatos para contener los abusos del gobierno. La pugna entre "oficialistas" y "críticos" se va a volver vehemente en los próximos días. Gane quien gane, nadie podrá contener la pasión política.

Vale la pena reflexionar sobre el papel político de los intelectuales en la ciudad de México. En un plano hipotético deberíamos clasificar como intelectual a cualquiera que haya estudiado en la universidad (aunque no se hubiera tomado el trabajo de graduarse). El promedio de escolaridad en México es el quinto año de primaria. Los universitarios integran las pirámides del poder político, cultural y económico. Son el más excelso fruto del PRI en su etapa posrevolucionaria. Pero hay unos intelectuales que son más intelectuales que los demás; es decir, que influyen en la opinión pública y que intentan influir en la política.

El problema de este grupo está en la dificultad para vivir de forma independiente. En un buen número dependen de las instituciones docentes. En su mayoría, de modo directo o indirecto del régimen político vigente. Son bastante parecidos a los mandarines de las grandes dinastías en China, o aquellos letrados que adornaban los más altos círculos del poder durante la colonia o en el porfiriato. Hay un buen número que son independientes, es decir, que su modus vivendi depende no de instituciones sino de su propio trabajo libre. Algunos son muy influyentes, y en conjunto, como decía Heberto Castillo, son plutócratas de la cultura. Aunque en algunos hay una sencillez genuina, en la mayoría hay soberbia y egocentrismo, como en las otras plutocracias.

La tarea de los intelectuales debería ser convertir esas conciencias fragmentarias en una conciencia común. En grandes imágenes que permitieran a todos conocer dónde estamos ubicados y hacia dónde vamos. Por eso me gusta tanto la idea de Gabriel Zaid de que los intelectuales son básicamente constructores de espejos.

Pero también son constructores de espejismos. Es decir, son vendedores de ilusiones. Muchos de ellos en lugar de vender visiones verdaderamente críticas de la sociedad en que vivimos nos dan versiones edulcoradas cercanas a la bienaventuranza. Por ejemplo, dan por supuesto que las leyes electorales están plenamente vigentes cuando todos sabemos que una formidable máquina controlada por el gobierno está comprando votos y presionando a los electores para que voten por el PRI. Fue fácil vender ilusiones cuando la situación general del país era bonancible. Hoy es imposible vender la idea de que vamos bien.

No tengo la menor duda de que la conciencia crítica ha crecido en México a partir de 1987. Y que han aparecido en escena una verdadera legión de intelectuales que poco a poco se han independizado y que han repudiado los apoyos oficiales y que abrazan causas contestatarias. Han establecido una relación cada vez más escéptica de la forma como el aparato presidencialista conduce al país. Pero hay una red poderosa de intelectuales que no se ostentan como voceros del PRI o del gobierno pero que defienden las tesis centrales.

En un artículo reciente, Sergio Aguayo señalaba que numerosos intelectuales y políticos, entre los que destacan Héctor Aguilar Camín y Gilberto Rincón Gallardo, coinciden con las tesis centrales del presidente Zedillo, del PRI y de la Secretaría de Gobernación respecto de la supuesta legalidad del proceso electoral. Que alguien se atreva a citar por sus nombres y apellidos a intelectuales destacados y que rompa con las reservas mentales que hemos padecido todos me parece un signo alentador. Es probable que llegue el día en que los intelectuales se puedan criticar unos a otros abiertamente y en público a través de los periódicos, o en los foros y conferencias, sin que esto se convierta en agravio que heredarán a sus sucesores hasta la tercera generación. Mantener la camaradería de los intelectuales y los políticos más allá de sus diferencias ideológicas o de sus posiciones pragmáticas será un verdadero acto de revolución cultural y ética. *