DOMINGO 25 DE JUNIO DE 2000
Lo que falta
* Rolando Cordera Campos *
El grado en que los mexicanos coinciden sobre los asuntos públicos es sorprendente, tanto que lleva a sospechar de la seriedad con que se les aborda. En educación se quiere calidad y en seguridad y justicia se quiere probidad y eficacia, como en economía se quiere crecimiento alto y empleo. Todos, o casi todos, se dan la mano en estas metas y apetencias y todo indicaría que México se aproxima a momentos de gran unidad creativa, pero no es así.
No se trata sólo del método para alcanzar esos y otros objetivos. Lo que nos separa cada vez más es el tema del poder, y en particular el de quién o quiénes deben ejercerlo y cómo. Ahí está el nudo de víboras que amenaza la coexistencia nacional y nos pone en el borde del abismo, por fortuna todavía de manera virtual y metafórica, pero no tanto como para que los jóvenes de la clase electoral y el presidente Zedillo puedan cantar victoria con buena solfa.
Hace muchos años, como en los cuentos, nos ocurrió algo similar a lo que hoy vivimos y las diferencias se resolvieron a balazos. Por más de 20 años, lo mejor del país se envolvió en una guerra civil que destrozó vidas y haciendas y llevó al orden político privante al abismo. De ahí emergió una nueva manera de entender la vida en común y se puso a actuar un nuevo Estado, que al pasar de los años muchos imaginaron eterno e inmutable.
Es esto lo que se acabó ahora y nos tiene a todos en medio de una gran tensión y angustia, aceleradas por la historia mediática y la ambición sin recato de los especuladores de toda laya, en la información y la comunicación, así como en los sótanos de la seguridad y las apuestas financieras.
Hemos optado por una vereda para afrontar el fin del régimen que nos heredó la Revolución, pero a medida que la caminamos nos saltan las dudas y los más ávidos se saltan las trancas. Y esto apenas al principio del tránsito. No al final, como quieren los presurosos y desesperados. La democracia mexicana se ha probado rejega y de difícil manejo, sobre todo para los grupos dirigentes o que aspiran a serlo y es en eso que reside nuestra principal incógnita, que ya amenaza con volverse angustia colectiva, cuando no desesperación multitudinaria.
Vivir en común se ha probado siempre, aquí y en cualquier otra parte, una empresa retadora y ardua. Hoy, entre nosotros, esa proeza de tener un Estado y un orden político y jurídico que nos vincule y dé seguridad se ha vuelto una tragedia cotidiana y la fuente de mil y una desventuras. En realidad, es su ausencia lo que nos tiene a todos atribulados y al borde de un ataque de nervios, pero no como en la película del genial Almodóvar sino en serio y sin final feliz asegurado.
Lo más grave del asunto es que los que entienden de esto han optado por desentenderse y hacer como que la virgen les habla y pasar por el país sin tomar nota de sus problemas profundos y de la desazón que acompaña la vida del mexicano común, que los oye y ve con ansia de oír y ver un discurso que le dé cauce y respuesta a su ansiedad y carencia, sin lograrlo.
Hacer como que se oye y ve sin en realidad hacerlo es un deporte suicida de la política democrática que hoy se estrena. La clase dirigente que ahora se forma y transforma, en medio de tanto melodrama, tiene una oportunidad enorme de imaginar y construir, al mismo tiempo, un camino civilizado y ancho para que México se desenvuelva en paz y alcance nuevos marcos de convivencia productiva y promisoria para sus mayorías. Pero no tenemos todo el tiempo del mundo, entre otras cosas porque el mundo de hoy no espera ni perdona, y más bien castiga a los que no se ponen de acuerdo y marchan al ritmo que impone el cambio global.
Estos son los desafíos que tiene frente a sí el país que entra al siglo XXI con democracia, pero a la vez con grandes déficit en materia de justicia y bienestar.
Ponerlos en sintonía con los códigos de la política renovadora es lo que falta. Esperemos y hasta recemos porque esta vez no vaya a ser México de nuevo la nación de las grandes promesas... incumplidas. *