JUEVES 22 DE JUNIO DE 2000
El nerviosismo de los demócratas
* Adolfo Sánchez Rebolledo *
Los días que faltan para el 2 de julio pueden ser, de hecho lo son ya, los más ásperos de toda esta larguísima campaña electoral. Mientras más nos acercamos al día señalado, crece en proporción geométrica el nerviosismo de los candidatos "punteros" y los partidos que los sostienen acuden a todas sus fuerzas para dar el estirón en la recta final. Parece completamente lógico que ocurra así. Algunos métodos, sin embargo, son impropios o ilegales, como las prácticas tendientes a inducir el voto mediante la distribución masiva de obsequios a los votantes o el llamado "voto del miedo", que pretende intimidar a la ciudadanía estimulando cierto espíritu conservador del electorado ("más vale malo por conocido resultado...").
Esas actitudes, denunciadas hasta el cansancio, sólo pueden manchar el proceso y crear un clima innecesario de zozobra que no sirve al país. No menos nocivas son las especies carentes de cualquier veracidad mediante las cuales se proclaman triunfos anticipados y otras lindezas que rebajan hasta límites insospechados el nivel moral de las campañas. No obstante, en nombre de la libertad de expresión los ataques, incluso las calumnias, sobrepasan cualquier frontera política o personal y se reproducen como si nada en los medios más influyentes un día sí y otro también.
Con todo, eso sería soportable a no ser porque de la noche a la mañana la confianza de algunos prohombres en las instituciones electorales comienza a erosionarse, al grado de que se justifican inútiles por excluyentes "coordinaciones" en defensa de la legalidad, sobre las cuales en glorioso y final último intento se montan viejos protagonismos que no ven llegar su hora. Tal parece que lo más importante ya no es vigilar que los votos cuenten reforzando, mediante una vigilancia rigurosa, a la autoridad electoral en el cumplimiento de sus funciones, sino preparar las condiciones para la fase siguiente, tratando de lograr mediante impugnaciones un resultado "aceptable", según las ideas preconcebidas de algunos candidatos.
Una vez más se plantea la posibilidad de que uno o varios partidos rechacen los resultados para lanzarse a la aventura de conseguir mediante la presión civil que los órganos electorales se plieguen a sus pretensiones. Y eso sí es un salto al vacío. Se ha llegado a decir, más allá de cualquier intención disuasiva, que existe la posibilidad de anular las elecciones para darle entrada a una especie de "segunda vuelta", como si en verdad el proceso que está en curso pudiera compararse al de 1988 o incluso al de 1994. Lo menos que se puede decir es que ésas no son buenas señales, a menos, claro está, que alguien, un demócrata excesivamente nervioso, tal vez, espere hallarse en la víspera de una insurrección civil y no de unas elecciones plenamente legales y legítimas que pueden o no llevarnos a la alternancia, pero cuyos resultados tienen que ser defendidos gane quien gane.
En ese tenor, se ha convertido en un lugar común de ciertos opositores decir que el IFE puede ser confiable, pero no así el Tribunal Federal Electoral (Trife) que es, por si algún presidente de partido no lo sabe todavía, el único que tiene a su cargo calificar las elecciones presidenciales. La jugada no por obvia es menos peligrosa. Desnaturalizando la imparcialidad del Trife se cancela la única vía que puede conferirle legalidad y legitimidad al proceso en su conjunto dejándonos inermes ante el futuro.
En esas condiciones, lo que pase durante las horas siguientes al cierre de las casillas será crucial. Si algún partido pretende dar un madruguete declarándose vencedor tendrá que saber de antemano que se está preparando una batería de conteos rápidos que hará muy difícil la tarea de engañar al público. Solamente el IFE ha solicitado a tres empresas encuestadoras la realización de sendos ejercicios que serán evaluados en el momento por un comité técnico de intachable prestigio que será quien diga la última palabra sobre la validez de cada conteo. A ellos se sumarán otros cuyos datos podrán compararse con los del IFE, de tal manera que el elector tenga la mayor certeza posible en que se le darán resultados confiables y muy semejantes a los obtenidos a través del Programa de Resultados Preliminares, que agrupa la totalidad de los datos captados en las casillas. No será sencillo atribuirse la victoria sin tener como respuesta un sólido desmentido. Ni tampoco anular varios millones de votos para ajustar las cuentas, como se propone hacer algún candidato que ya se siente ganador.
En fin, es la hora de la democracia y sólo ha de verse el resplandor de los votos. *