JUEVES 22 DE JUNIO DE 2000
ƑUno gana, todos pierden?
* Soledad Loaeza *
En las últimas semanas la campaña presidencial parece una pirinola que gira frenéticamente, mientras todos esperamos con creciente inquietud que caiga sobre una de sus caras. Hay justificados temores de que en cada una se lea "uno gana", y que ninguna diga "todos ganan". Los tres principales candidatos y sus equipos han logrado transmitir la sensación de que el triunfo de uno de ellos, cualquiera, será sólo suyo y que todos los demás morderemos el polvo. Es lo que se desprende del estilo de las campañas, pero los candidatos también lo han utilizado como argumento para descartarse mutuamente: es lo que Fox ha dicho de Labastida, lo que Labastida ha dicho de Fox, lo que ambos han dicho de Cárdenas, y éste de aquéllos. Ninguno de los tres parece ver el éxito que todos podríamos anotarnos por el simple hecho de que, sin tomar en cuenta los resultados, podamos cosechar lo que hemos sembrado y avanzado en este terreno, enorgullecernos de un aparato electoral envidiable y de una buena legislación en la materia. No quieren que disfrutemos el gusto de tener una gran elección nacional, civilizada, en la que los votantes podemos elegir entre diferentes opciones al presidente, los diputados, los senadores. Los candidatos quieren negarnos el placer de una elección en la que ganadores y perdedores en las urnas salgan de la contienda satisfechos de haber tenido el honor de participar en comicios que seguramente pasarán a la historia, aunque todavía no sepamos con qué título. Parecería que los candidatos y su entourage se oponen a que iniciemos una nueva etapa de la vida política del país, a que dejemos atrás definitivamente 1929, 1968 y 1988.
Se ha dicho una y otra vez que los procesos de democratización suponen la existencia de instituciones y reglas compartidas por todos los actores políticos. Su objetivo es limitar la incertidumbre que acompaña a todo cambio de gobierno, de suerte que lo único relativamente impredecible sean los resultados en las urnas. En nuestro caso ninguna elección presidencial como ésta ha sido precedida por cambios institucionales y legislativos --muchos de ellos acumulados-- y preparativos tan ambiciosos, en su diseño intervinieron las fuerzas políticas más representativas del país. Se comprometieron con su buen funcionamiento, y este compromiso suponía que renunciaban a sus comportamientos del pasado. Sin embargo, no lo han hecho y sobre esta elección se extiende día con día una incertidumbre que va mucho más allá de los resultados electorales, porque no sabemos cómo van a reaccionar los perdedores, y tampoco los ganadores.
Los primeros en sembrar las dudas a este respecto han sido los mismos candidatos que nos han dicho una y otra vez que van a aceptar los resultados "...si y sólo si...". Mostrando una absoluta falta de respeto por las reglas y las autoridades que ellos mismos elaboraron y eligieron, respectivamente. A menos de dos semanas de la elección el nerviosismo que provoca la incertidumbre en relación con los resultados se ha visto agudizado por anuncios, advertencias, reflejos de los participantes que sugieren que de lo que hay que preocuparse es del periodo poselectoral y de la impredecible conducta de los contendientes.
Como niños malcriados, que no quieren arriesgarse a perder el juego y que, antes de caer en el pozo, precipitan el final pateando la mesa de juego y gritando que ganaron, los candidatos están nerviosos, irritados porque no tienen la victoria segura. El pánico está detrás de las actitudes tercas que han mostrado por momentos; ese mismo pánico los ha empujado a adquirir compromisos inexplicables con aliados que son a todas luces un peso muerto, también los ha llevado a asumir actitudes ofensivas no sólo al adversario, sino a cada uno de los ciudadanos porque a algunos les divierte Polo-Polo en la televisión, pero nadie lo quiere en la silla presidencial. Vicente Fox ha llevado su terror a la derrota hasta el punto de preparar una victoria de facto, anunciando anticipadamente su triunfo; y al hacerlo ha colocado a las autoridades electorales en una situación imposible, a la merced de las tropas foxistas, que parecen prepararse como gladiadores para imponerse a quien se atreva a decirles que perdieron. El anuncio del frente unido contra el fraude, equivale a echar por la ventana todo lo que se ha avanzado en materia de instituciones políticas en doce años, ridiculiza al IFE y sus trabajos. Volvemos a la reiterada mala costumbre de hacer a un lado leyes e instituciones, para dejarnos llevar por ideas dizque brillantes que no son más que una coartada para esquivar precisamente leyes e instituciones, o simplemente, el conteo de votos. Mientras más agresiva, procaz y primitiva se torna la disputa por la Presidencia de la República, más ajenos a ella nos sentimos los ciudadanos; los candidatos la han convertido en un pleito personal en el que --parecen sugerirnos-- más vale no meterse. Así han generado el sentimiento de que el 2 de julio es posible que uno gane, pero es probable que todos perdamos.
Los votantes no nos merecemos esta atmósfera que han creado los candidatos y sus respectivos equipos de campaña, que parecen no haber entendido que las instituciones y las leyes electorales no existen para garantizar un determinado resultado, sino sencillamente para asegurar el buen funcionamiento de las reglas del juego y el comportamiento civilizado de los participantes. Las elecciones tienen riesgos, pero no son un juego de azar. No tienen por qué serlo. *