LUNES 19 DE JUNIO DE 2000
Ť Mas de mil 500 se han ido de los ejidos del Papaloapan
En el paraíso de la caña, los jóvenes migran a EU porque no tienen futuro
Ť Quiebra de ingenios y bajo precio de productos agrícolas, las causas
Víctor Ballinas, enviado / II y última, ejido Mata de Caña, municipio de Chacaltianguis, Ver. Ť En este ejido, como en casi todos los de la cuenca del Papaloapan, no hay drenaje ni pavimentación. Las torrenciales lluvias de la temporada dejan incomunicados a los habitantes por días, y a veces hasta por semanas. Aquí, entre la quiebra de los ingenios, que cada año reducen su planta laboral, y los bajos precios de los productos agrícolas, no hay futuro.
Ante la falta de oportunidades, la región pierde cada vez más población. De este ejido y de los que componen el municipio se han ido a Estados Unidos mil 500 campesinos jovenes, hombres y mujeres. Se van los que poseen tierra y los que no la tienen. El campo ya no es rentable. No hay precio para el frijol, el mango, la sandía y el chile.
Esto ocasiona que los campesinos pierdan interés en la siembra y comercialización. En los ejidos, la cosecha de mangos se esparce en el suelo. Los mangos se caen y ahí se quedan. "Mejor los regalamos. Nos pagan la caja de 20 kilos a 20 pesos, pero el cortador cobra 11 pesos, más el empaque y el traslado, nos quedan 5 pesos de ganancia... No vale la pena, ai que se pudra", dice Modesto Grande, ejidatario y agente municipal.
Por irse en busca de futuro, "los que salen a veces ya no regresan con los suyos", señala la educadora Gladis Gutiérrez Zárate, madre de una niña de dos años. Su esposo, Rolando García Enríquez, se marchó hace año y medio a Atlanta. Allá trabaja de cocinero.
"Se fue porque aquí no tenía trabajo. Yo tengo mi sueldo de educadora en el jardín de niños, pero él no conseguía empleo. Es avecindado, por eso no tiene tierra. Su papá lo ayudaba, pero ya no pudo echarle la mano, por eso se tuvo que ir. Cada quince días me habla a la tienda comunitaria, ahí espero su llamada los miércoles.
"El quería venir en julio, pero le digo que mejor se espere un rato. Las cosas están feas por allá. Vemos los noticieros y nos enteramos de los que se mueren al cruzar el río, de los que cazan, de los que detiene la policía de allá. ƑA qué viene así? Ƒpara qué se arriesga?... šque aguante otro poco!".
Otra joven, Corazón de Jesús García, dice que le preocupa mucho lo que pasa en la frontera con Estados Unidos, donde está su marido. "Cuando hablo con él me dice que ya se quiere regresar, que no está a gusto, que nos extraña a mí y a nuestro hijo Adrián, de dos años, pero le digo que se espere un poquito a que las cosas por allá mejoren".
Javier Castro, joven de 24 años que ha emigrado a Estados Unidos tres veces y ahora está de visita en la casa de sus padres, hace memoria de su primer paso como mojado. "Fue en 1997. Recuerdo que fui el segundo en irme de este ejido. Llegué a Ciudad Juárez y ahí me estaba esperando el pollero que contacté a través de un amigo.
"Me cobró como 600 dólares. Debimos esperar horas hasta que no hubiera nada, y caminé por la frontera. Iba con mucho miedo. Sudaba mucho y hasta sentía que temblaba. Yo no nadé. Crucé El Paso, Texas, cuando no había vigilancia. El pollero que me llevó me dijo: tú camina como si nada, si no te detienen te vas a subir al coche que va a encender las luces, esa será la señal.
"Crucé sin problema. El coche que me esperaba prendió sus luces y fui hacia él. Me dejaron en casa de mi amigo Salvador y él me llevó a su trabajo. Ahí trabajé de lavaplatos. Esa fue mi primera vez de ilegal".
Javier cuenta también que su estancia en Estados Unidos era de meses, tres o cuatro. "Al principio me fui nada más por conocer. Me gasté lo que gané. La segunda vez me pasaron igual, y trabajé en un rancho cuidando caballos. Ganas bien, porque ganas en dólares".
De origen campesino, Castro salió de los ejidos cuando era adolescente. "Mi papá me mandó a estudiar al puerto de Veracruz. Cursé una carrera corta. Soy técnico en electrónica pero nunca ejercí mi profesión. Cuando terminé mis estudios regresé a trabajar al ejido a ayudarle a la familia".
Recargado en la puerta de su casa, con la camisa abierta, deja ver las gruesas cadenas de oro que le cuelgan en el pecho. Luce además un vistoso reloj. Con su mano juega un control de televisión. En el techo de su casa una antena parabólica, símbolo la modernidad electrónica que traen los que van al norte, contrasta con las calles sin pavimentar.
Javier ya tiene visa. "Cada once meses hay que renovarla, pues es de trabajo. Arreglé allá mis papeles, con un licenciado, y ahora paso sin miedo. Se siente bien cuando uno lleva sus papeles en orden. Viajo en avión".
Castro refiere: "yo tuve suerte para arreglar mis papeles. Sí, de todos modos gastaba pagándole al pollero, y mucho. Ahorita están cobrando entre mil 300 y 2 mil dólares, mejor le pagué a un abogado que me contactaron allá mis patrones, y arregló mi visa. Ahora ahorro. Ya compré 30 hectáreas aquí y voy a construir mi casa. No vale la pena irse sólo a divertir. Trabajo en un restaurante, donde me pagan 50 dólares al día".
En los ejidos sólo se ven mujeres en las casas. Los hombres que quedan están en los últimos cortes de la zafra. Los menores van a la primaria, y los pocos adolescentes que hay, a las telesecundarias, que apenas juntan una docena de alumnos en cada ejido.
María de los Angeles Grande Valdés, de 18 años,y habitante del ejido Tilapa, también cuenta su historia. " Me llevaron mis hermanos que ya estaban allá. Ellos acordaron con el pollero que me pasara la frontera y me llevaron hasta la casa de mi hermano.
"Fue fácil, pero sí tenía mucho miedo. Te dan nervios y no sabes qué sucederá. ƑQué tal si nos descubren?. Nos regresan y no sabes cómo te va a ir. Tenía miedo de que me agarrara la policía de allá, pues no sabía qué me haría... gracias a Dios, no me pasó nada.
Recuerda: "Es bonito donde estaba. Fui a Houston. Allá trabajaba en una fábrica. Hacía estuches de piel para escritorio. Me pagaban 40 dólares por día. Cuando me fui estaba en segundo de bachillerato. Tuve que regresar porque mi mamá enfermó. La operaron y no había quien la cuidara. Papá trabaja en el campo, siembra maíz y jamaica.
"Allá se quedaron dos de mis hermanos, y aquí ya solo tengo una hermana, casada y con tres hijos, por eso no puede hacerse cargo de mi mamá. Voy a volver a estudiar, pero dice mi maestra que debo esperar hasta el próximo año, porque ahora no hay ese grado. Es bonito allá, pero tienes que andar cuidándote y casi no sales a la calle..."
En el ejido Pasoancho, varios miembros de la familia Rivadeneyra trabajan en Estados Unidos. Hijos, hermanos y cuñados se fueron. La historia se repite.
La migración seguirá en esta región porque no hay más fuentes de trabajo que los ingenios, advierte la Confederación Nacional de la Propiedad Rural (CNPR) en Cosamalopan y Carlos A. Carrillo.
José Aguirre Reyes, secretario general de la CNPR en Carlos A, Carrillo, y Roberto Almendra, de la CNPR en Cosamaloapan, explican: "ante la falta de cortadores, la próxima zafra la vamos a mecanizar. Meter cortadoras nos cuesta 2 millones de pesos cada una, pero así no importará que no haya suficientes trabajadores, pues una máquina corta 15 toneladas en sólo 20 minutos. Nos saldrá más barato con la mecanización, porque eso decimos que va a seguir la migración".
Terminó la zafra, y los campesinos de la región deberán buscarse el sustento en la pesca de mojarra tilapia, robalo, camarón blanco y jaiba. El kilo de mojarra lo pagan entre 8 y 12 pesos, el de camarón a 70 pesos, pero se tardan hasta tres días en su captura.
En los ejidos, los productores de caña esperaran la liquidación de su producto y advierten: "en 1999 tuvimos que ir a huelga para que nos pagaran. La zafra terminó en mayo, nos debieron pagar en junio, pero no lo hicieron. Nos fuimos a la huelga y conseguimos que nos liquidaran en octubre, pero a algunos les pagaron hasta diciembre... esperamos que hoy no ocurra lo mismo".
La migración sigue. Una decena de campesinos llega a la Agencia de Colocación de Personal y Turismo, en Carlos A. Carrillo. Aquí esperan el autobús que los llevará a cumplir su sueño: trabajar en Estados Unidos.
Por la carretera federal de Cosamaloapan aparece el autobús. Son las 18:30. Los que se van documentan sus maletas. El camión de tercera clase se estaciona en la agencia y empiezan a despedirse de sus familiares que los acompañaron por más de tres horas. La espera ha terminado. Suben al autobús entre abrazos, apretones de manos, besos. Algunas madres dan la bendición a sus hijos. En pocos minutos los ven partir y, con ojos llorosos siguen el traqueteado vehículo que los aleja ...