* Elba Esther Gordillo *

Plena libertad

Las libertades políticas son las más difíciles de lograr. Hay sociedades en que las libertades son aparentemente amplias y no se tiene el derecho a la libre elección de los gobernantes, incluso la mexicana fue ubicada en esa situación, ante la cual se intentaron diversas explicaciones.

Hoy vivimos una situación radicalmente distinta. Las elecciones son organizadas y conducidas por un organismo autónomo, incluso integrado por personas que son identificadas como ajenas y aun contrarias al PRI.

El financiamiento de los partidos corre a cargo del erario público y es rigurosamente vigilado para evitar que ello se convierta en la diferencia sustantiva. Por si esto no fuera suficiente, hay empresas privadas que se dedican a cuantificar el destino de los recursos y sus impactos en todo aquello que determina el resultado electoral, significativamente el referido al acceso a los medios de comunicación. Semana a semana nos enteramos de los impactos que cada partido tuvo en los medios de comunicación, los cuales han estado abiertos a todas las ofertas políticas y no hay mexicano que no haya sido convocado de muchas formas y a todas horas, para entregarle su oferta y pedir su voto.

La pluralidad política que ya vivimos, y que se traduce en que muchos de los principales estados del país, cientos de municipios de enorme importancia económica y demográfica, el Congreso federal y cada uno de los Congresos estatales estén gobernados o dominados por partidos de oposición al PRI, da como resultado que las acciones de gobierno, que sin duda influyen en el ánimo de los electores, guarden un razonable equilibrio.

No hay gobierno que no influya con sus hechos y acciones en la decisión electoral y, equilibrado como ya está, es legítimo. En sentido negativo, los inadecuados resultados de gobierno también influyen en dicho aprecio social.

El desarrollo de los comicios será soportado por una enorme estructura ciudadana. Todos estamos enterados de que algún amigo o pariente, o a lo mejor nosotros mismos fuimos elegidos para ser funcionario de casilla y nos queda claro que la decisión estuvo ajena a cualquier preferencia electoral o estrategia ilegítima. Seremos los ciudadanos, en cada mesa receptora de votos, los que vigilaremos las elecciones.

Toca ahora a los candidatos estar a la altura del país. Si ya usaron con plena libertad su derecho a proponer, descalificar, ofender, denostar a sus contrincantes; si ya la usaron para desplegar toda su creatividad para buscar convencer; si saturaron los espacios de comunicación; si gastaron enormes sumas de dinero público, tienen que aceptar la plena libertad ciudadana que se expresa votando. No tienen derecho a amenazarnos de que si a su juicio las cosas no salen bien o su "percepción" descalifica la elección, convocarán a no se sabe cuántas cosas. Si el voto no los favorece es porque no lograron convencer a los ciudadanos o porque los convencieron en sentido negativo. El voto es la única vía legítima para decidir el futuro de México.

 

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