LUNES 19 DE JUNIO DE 2000
* Sólo quienes se sienten derrotados pregonan fraudes, dice
Será la elección "más limpia" de la historia: Labastida
* Con sus arengas, Juanga y Carmen Salinas opacaron el discurso priísta
Arturo Cano * Cuando los poderosos las abandonaron, sólo entonces las gradas sirvieron a la gente. Juan Gabriel hizo la magia. Mientras el candidato Francisco Labastida firmaba gorras y otros enseres de campaña, mientras José Angel Gurría se empeñaba en aparecer como el más entusiasta del gabinete, mientras los militantes de base seguían disfrutando las arengas de esa ideó-loga del nuevo PRI llamada Carmen Salinas, la gente hizo efectivo, al menos parcialmente, el lema de campaña labastidista.
Los apachurrones son lo de menos, con tal de ver a un Juan Gabriel inapropiadamente vestido de amarillo y negro, pero feliz de brindar algunos de sus más grandes éxitos al candidato, y de cantarle, cómo no, El sinaloense y también el estribillo de un pegajoso spot: ''Ni Temoc, ni Chente, Labastida será presidente. Ni el PRD ni el PAN/ ni el PRD ni el PAN/ el PRI es el que va a ganar/ el PRI es el que va a ganar''.
La tonada no será perdurable como sus otras canciones, pero sirve ahora para que Dulce María Sauri y el candidato canten a dúo y será útil en los enredos que, dicen los que saben, trae el compositor con Lolita la de los impuestos. Hay golpes que inspiran, pues.
Y que ponen a bailar a todo mundo en el Zócalo del PRI, ese partido dispuesto a ir ''con todo'' y ''por todo'' el ya cercanísimo 2 de julio.
Aquí hemos venido en busca del nuevo PRI y aquí hemos hallado al dueño del Palacio Nacional: ''No está en venta, ni por 15 minutos lo rentamos'', dice en enigmático mensaje Francisco Labastida.
Mientras llega la elección, momento de ver quién se queda las escrituras de tan importante edificio, el PRI se apodera del centro de la ciudad de México. Los guaruras son más duros que en un acto del Presidente de la República. El Zócalo, el centro todo, como el Palacio Nacional, tiene dueño. Centenares de guardaespaldas y un laberinto de vallas metálicas marcan el paso a los miles de militantes que copan las gradas, llenan la plancha y dejan muchos huecos en las calles de la Plaza de la Constitución, aunque ciertamente la militancia va y viene antes de que el mitin comience.
Promesas y ataques
La televisión mostrará, sin duda, un Zócalo repleto y de miles de banderines agitándose al ritmo de las promesas y los ataques del candidato a sus adversarios.
Para la televisión se ha armado el Zócalo del nuevo PRI. Todo es mega: las torres para las bocinas, las gradas, las grúas que sostienen las mantas, las pantallas para que todos vean lo que sucede en el estr ado, los globos de la Fuerza Mexiquense 2000, que flotan en el aire.
Se acerca el fin de la campaña en que los publicistas dejaron su lugar a los encuestadores, y éstos a la guerra sucia en los medios.
El nuevo PRI ofrecerá otra imagen, la del triunfo y la suma de los ídolos populares, gracias al poderío de los medios electrónicos.
Para ellos, Dulce María Sauri vuelve sobre la elección interna, a estas alturas, todavía, la principal joya de la campaña labastidista. La dirigente nacional priísta gana aplausos discretos.
En realidad, ninguno de los discursos se gana a la multitud ųsalvo el sector ubicado cerca de los líderes y candidatosų, pero sin duda la pieza oratoria de Jesús Silva Herzog es el momento anticlimático. Estamos contentos, dice. Somos una gran nación, completa. Yo también voy a ganar, informa. Y vuelve el ex titular de Hacienda sobre sus frases de campaña que se resumen en la oferta de una ciudad en orden (sin marchas ni plantones).
Al fin habla el candidato del ''cambio con rumbo'', de la promesa de que los mexicanos no han de ''apretarse más el cinturón''. El candidato que vuelve a sus temas de la ya larga campaña que se va: con su triunfo se iniciará una nueva etapa en la cual a la democracia se sumará la justicia social (ƑNo en sus anuncios el PRI destaca precisamente los logros sociales de 70 años?)
Al fondo, lejos del candidato, un grupo de militantes de Morelos chacotea sin hacer caso del discurso. Uno de ellos porta una máscara de Labastida y todos se quieren tomar la foto.
Labastida sigue. El gobierno perredista del DF ha sido de ''ineptos e ineficaces''; el fraude sólo existe en la imaginación o la desesperación de un irresponsable (Cárdenas) y un loco (Fox).
Los militantes no deben esperar mucho para disfrutar al ídolo. El mitin se resuelve rápido, en poco más de media hora, a la manera del nuevo PRI. Y entonces se entona el Himno Nacional. Por ahí debe andar el imbatible Leonardo Rodríguez Alcaine mordiéndose la lengua, pues apenas el 6 de junio, cuando se cantó un tema de Timbiriche en un acto de Labastida anunció: ''El Himno Nacional se cantará cuando Labastida sea presidente''.
Los rostros del nuevo PRI
El Zócalo del nuevo PRI nos regala sus múltiples rostros en este domingo soleado:
Los pepenadores de Guillermina de la Torre, candidata a delegada, experimentados como pocos en mítines de apoyo, como lo prueba la ajada y sucia manta de mil batallas que cuelgan en una de las gradas.
Unos chavos de Neza con banderas de la CNOP, ocupados en sus asuntos.
Dos muchachitas brigadistas, armadas de gorras, chalecos y propaganda.
Una mujer de gris que desde un balcón de Palacio Nacional agita entusiasta un pañuelo a lo largo del mitin, como para decir: ''De aquí nadie nos saca''.
Un rosario de siglas desparramado en mantas, carteles, camisetas, gorras, mandiles, es decir, las organizaciones corporativas que por muy vapuleadas que estén siguen aquí con su grito de guerra: ''De lo perdido (con el fin del Estado benefactor) lo que aparezca'', sobre todo si se trata de alguna diputación o senaduría para el dirigente.
Al frente, cerca de funcionarios, líderes y candidatos, están los contingentes leales a toda prueba: algunas secciones de la cada vez más dividida CTM, los petroleros, grupos de vendedores ambulantes identificados por los nombres de sus lideresas.
Más atrás la CROC, que jugó con Bartlett. También la temible CTC, que mantiene a golpes el control de miles de trabajadores del valle de México. La ruda Antorcha Campesina. La fantasmal CRT. Y la FSTSE, que sigue ofreciendo los votos de todos los burócratas del país.
Las huestes de la profesora Elba Esther Gordillo dividen sus fuerzas. Unos serán observadores, por si se ofrece un contrapeso a los informes de los extranjeros y las ONG locales. Otros se sumaron a las redes que coordina la esposa del candidato. Debajo de las oficinas de Rosario Robles, por ejemplo, se acomodan centenares de profesores y empleados de las escuelas secundarias técnicas, un subnivel educativo donde el caciquismo y el terror son pieza corriente.
Algo del nuevo PRI debe haber también en doña Zenaida, una mujer menudita de Zacatlán, Puebla, con todo y su viejo suéter con diez hoyos, su gorra verde de Labastida, sandalias de plástico y pies terregosos, su bolsa del mandado donde trajo las tortillas y ''algo de hierbitas'' para el camino. Ahí guarda también, dice, sus papeles del Progresa.
La ideóloga y la costumbre
Vuelan el confeti y los globos. El candidato se acomoda en una de las gradas. Abajo, afanosos brigadistas distribuyen impresos con el ideario del aspirante. Sobre el nuevo PRI, por ejemplo: la mejor prueba fue la elección interna; habrá una ''sana cercanía'' con el partido; se reconocerá la militancia; los priístas serán ''aliados naturales pero no incondicionales'' del presidente.
Ni estos conceptos ni los discursos levantan tanto el ánimo de la militancia como las arengas de la actriz Carmen Salinas, también conocida como La Corcholata por uno de sus papeles cinematográficos: Fox, dice, es un loco que protegerá a los violadores y mandará a todos los mexicanos de jardineros de los gringos: ''Al loco no le hemos pedido nada para que nos trate de jodidos''. Y no para ahí: Cárdenas y López Obrador eran ''la basura'' del PRI y hoy son simplemente ''esa bola de mamones''.
Los militantes se quedan con las ganas de seguir escuchando a la ideóloga del nuevo PRI, porque a las 12 en puntito aparece Juan Gabriel.
Ya para entonces las bases han empujado hacia el extremo del escenario donde canta Juanga y han ganado terreno a los guaruras. Una victoria parcial que sigue mientras se suceden las canciones.
Labastida reparte autógrafos y todos se divierten cuando, por fin, surge una porra espontánea entre la multitud... una porra para Juan Gabriel.
El candidato y su séquito no se quedan a todo el show. Por el sonido se informa que Labastida se va y Juan Gabriel le dice adiós desde lejos: ''Le deseo la mejor de las suertes, licenciado'', lanza.
Ya. El nuevo PRI está listo para la elección y para lo que venga.
Labastida toma el volante de su camioneta y tarda largos minutos en avanzar unos metros, seguido de una comitiva a bordo de más camionetas y automóviles con vidrios oscurecidos. Los guardaespaldas son desbordados por una pequeña multitud que quiere ver de cerca al candidato. Una mujer con dos niñas que lloran a grito pelón se atraviesa al paso del vehículo. El aspirante se detiene, baja y atiende a la mujer maltratada por los escoltas: ''Pero si nosotros lo apoyamos a usted'', se queja.
Aquí está, ciertamente, ''la gente'' a la que alude el lema labastidista, pero también muchos funcionarios y líderes empeñados en conseguir un guiño, un saludo, una mirada. Son, dirán los opositores, los dispuestos a conservar el poder a cualquier costo, los fieles a la doctrina del ''fraude patriótico'', cuya euforia dominical es ajena a los anuncios de un 3 de julio de confrontación, a las denuncias y pistas sobre el uso de recursos públicos en favor de las campañas del PRI, que en las últimas semanas abundan en los medios.
Salto y abrazo
Nada de eso importa ahora en medio de los jaloneos.
Y si alguien se pregunta cuál sería el sentido de las vidas de estos personajes sin el poder, la respuesta surge de un salto hábil que da Oscar Levín, presidente del PRI en el DF, entre guaruras y militantes, para alcanzar la puerta del vehículo del candidato.
Levín obtiene un abrazo y algunas palabras y sale feliz a encontrarse con sus colaboradores: ''šA güevo, ya lo demás me vale madre!'', dice uno de ellos. Más allá, Oscar Espinosa reparte sonrisas y abrazos, y los guardaespaldas de 50 funcionarios compiten a codazos para ver quién saca primero a su protegido.
Y se van los priístas, mientras Juan Gabriel canta y canta: ''No cabe duda que es verdad que la costumbre es más fuerte que el amor''.