DOMINGO 18 DE JUNIO DE 2000

Migración y desolación

 

* Rolando Cordera Campos *

A uno lo amargan todo en su país: así nos contestó un joven obrero de la construcción oriundo de Zapopan, cuando le preguntamos por sus motivos para cruzar la frontera como indocumentado. Fue una tarde de junio de 1985, cuando los cruces se hacían por el Cañón Zapata, en la colonia Libertad, de Tijuana.

Ese fue mi primer contacto personal y directo con el drama de los mexicanos que emigran al norte. A partir de entonces, gracias a la generosa tutoría de Jorge Bustamante y sus colaboradores en El Colegio de la Frontera Norte, así como de otros estudiosos del tema, he podido por lo menos seguirle la pista a un fenómeno universal de grandes magnitudes que en México tiene un caso paradigmático pero nada ejemplar.

Aquella tarde, crucé la línea sin darme cuenta, guiado por José Luis Pérez Canchola y otro amigo tijuanense, dedicados ambos al estudio y la defensa de los derechos humanos de los migrantes. Unos días antes, José Dolores López (el querido Lolo) me había relatado con entusiasmo su aventura de ilegal, que había realizado gracias también a José Luis. Estábamos en un acto fantástico en pleno Centro Cultural Tijuana, en el que los mixtecos organizados en esa extraordinaria urbe de la frontera daban cuenta de su existencia colectiva y se presentaban ante la sociedad tijuanense. Todo aquello constituyó el prólogo de mi encuentro con una parte de lo mejor de México que ante el desaliento y la amargura opta por mudarse para ver si mejora.

Los años pasaron y con ellos aquella terrible situación de urgencia económica que parecía ser el principal impulso de esta migración joven y urbana, que con bravura, algo de alegría y mucho de relajo atisbaba el cambio de guardia de la Migra para echar a caminar rumbo a Los Angeles y más allá. Lo que no ha pasado sino que parece haber crecido es el tránsito subterráneo desde las ciudades de México a los campos, los pueblos y las metrópolis de Estados Unidos.

Hoy, el drama se ha vuelto tragedia cotidiana. Según Excélsior (14/jun/2000), en ocho meses han muerto 217 migrantes indocumentados en el desierto, mientras que La Jornada informa (14/jun/2000) que más de 856 mil migrantes han sido detenidos en menos de seis meses en el cruce México-Estados Unidos.

México ha decidido patrullar su lado de la frontera, en tanto que la embestida de la Patrulla Fronteriza estadunidense arrecia y se agrava por la acción criminal de racistas de aquel lado. La época de la "negligencia benigna" ante la migración de sus ciudadanos cede el paso a una era de colaboración que no dista mucho de volverse represiva acá de este lado, dado el volumen de peregrinos y la incontrolable acción ilegal y criminal de cientos de polleros, que actúan con toda impunidad a lo largo y ancho no sólo de la frontera sino del país (véase al respecto, "Los culpables", de Jesús Blancornelas, La Crónica de Hoy (13/jun/2000).

Sabemos que las causas son múltiples y que el solo crecimiento de la economía no es remedio para la situación. Además, hay que asumir que la migración no es mala en sí misma y que abre la puerta a formas de intercambio de bienes, conocimiento y dinero que pueden ser altamente positivas para México, así como para las familias y las regiones de los que se van, por un tiempo o para siempre. Sabemos también, como lo saben allá, que la migración ha implicado cambios formidables en la demografía y la sociología de Estados Unidos, y que su economía, hoy tan pujante y victoriosa, tiene en el trabajo mexicano (y latinoamericano) una fuente importante de dinamismo, por las destrezas que aporta y por los bajos salarios que en general acompañan a los migrantes de hoy.

Racismo y beneficio económico, utilidad práctica y durable para las zonas de origen, imposibilidad doméstica para absorber una fuerza de trabajo cuyos estratos jóvenes han crecido y crecen muy rápido, son algunos de los factores que hacen de la migración tema urgente y nada rutinario de nuestra agenda nacional y de la que organiza nuestra siempre difícil relación con la tierra de Lincoln... pero también de Reagan o Wilson.

La marea trágica de este año no es excepcional y nada indica que cederá pronto, aun en el caso de que la economía se recupere y empiece a expandirse en serio. La política del arrebato y el insulto que nos abruma estos días poco puede hacer para avanzar iniciativas con sentido y mirada al futuro, al que pertenece este ominoso presente que encarnan los que se van. Pero poco o nada se podrá hacer para que el panorama después de la tormenta se aclare y calme, sin abordar con seriedad y con rigor el dolor y la esperanza que cruza ríos y desiertos y da cuenta de nuestros descuidos y vergüenzas seculares. Cooperar, en la perspectiva de ampliar el TLC al renglón laboral, es imperioso sin duda, pero no a costa de volvernos policías de una frontera que es como una herida, pero que también se ha vuelto de cristal, como dijera Carlos Fuentes. *