JUEVES 15 DE JUNIO DE 2000

Reforma al Senado

 

* Adolfo Sánchez Rebolledo *

Cada vez son más notorias las deficiencias de instituciones que se diseñaron para funcionar sin contratiempos bajo el sistema monocolor y presidencialista, pero hacen agua bajo la presión de la democracia. Urge, pues, adecuar las instituciones a los tiempos que corren, procediendo a una cuidadosa reforma constitucional en varios capítulos importantes.

Uno de ellos es el que se refiere al Poder Legislativo y, en particular, al Senado de la República, cuyas funciones vienen disminuyendo en vez de fortalecerse, como pasa en los países más democráticos. La reforma democrática del Senado es esencial en la perspectiva de consolidar cualquier cambio progresivo en el país, pero parece importarle muy poco a los grandes partidos que ya tienen representación en él.

La reforma de 1966 quiso abrir a medias un cauce al pluralismo, pero con ello solamente consiguió deslavar los principios federalistas que dan sentido a nuestro Senado. Se introdujeron varios procedimientos para la elección de los senadores introduciendo confusiones y ambigüedades impropias en la Constitución y en la ley. Las fórmulas establecidas para integrar el Senado no garantizan la igualdad de los estados, que es la base del federalismo, pero tampoco aseguran que estén debidamente representadas las minorías, como se pretendía con dicha reforma. En consecuencia, tenemos un Senado disminuido, arcaico, semejante a una Cámara de Diputados reducida e intrascendente, que la ciudadanía no sabe para qué sirve.

Sin embargo, el Senado de la República es, si cabe, más necesario hoy que cuando se incorporó al diseño constitucional mexicano. En los países donde convergen federalismo y régimen presidencial, como es nuestro caso, el Senado representa mejor que ninguna otra institución el pacto federal, más aún cuando se está viviendo una reactivación de las identidades estatales, regionales y municipales. La globalización acentúa, lejos de borrar, esas presencias y su importancia se multiplica, de ahí que el Senado se esté revitalizando en todo el mundo democrático.

La reforma del Senado tiene que comenzar por los métodos de integración que hoy se usan. Es urgente volver a la paridad de los estados evitando la sobrerrepresentación de algún partido político. Una medida conveniente sería establecer que todos los senadores fueran electos por el principio de representación proporcional, de modo que cada estado sea una circunscripción con el mismo número de senadores. Esta reforma es crucial para crear los equilibrios indispensables entre los poderes que se requieren a fin de llevar a buen puerto la transformación de la institución que está inconclusa. Igual que la Cámara de Diputados, los senadores deberían poder relegirse para profesionalizar su gestión, en vez de premiarlos con una especie de pensión sexenal que a poco los compromete.

Corresponde al Senado la representación de las entidades federativas y, por tanto, es en esa Cámara donde deberían sistematizarse las acciones que dan vida al pacto federal, pero eso no será factible si no se reforma el artículo 76 constitucional a fin de darle la máxima importancia a esa función.

Pero una integración adecuada no es suficiente para que el Senado recupere su importancia. Hace falta que éste tenga una posición activa en el delineamiento de la política exterior evitando, como ocurre ahora, la sumisión al Ejecutivo en este campo estratégico. Una medida sana sería que la designación del secretario de Relaciones Exteriores fuera ratificada por el Senado. Asimismo, sería indispensable que en la aprobación del presupuesto el Senado tuviera alguna participación en consonancia con los principios federalistas de la Constitución. Otro aspecto digno de ser tomado en cuenta a la hora de reformar el Senado es el referente a su posible participación en la modernización y depuración del sistema de justicia, mejorando al mismo tiempo los procedimientos para nombrar a los magistrados de la Suprema Corte de Justicia.

Cualquiera que sea el resultado de los comicios del 2 de julio, la reforma del Estado seguirá siendo una asignatura pendiente en el cambio que vive México.

Hay, pues, mucha tela de donde cortar en esta materia. *