JUEVES 15 DE JUNIO DE 2000
* Jean Meyer *
El león de Damasco
Acaba de morir Hafez el Asad, quien gobernó con mano de hierro a Siria durante 30 años y, de manera apenas menos directa, Líbano durante muchos años. Los gobiernos del mundo entero y el secretario general de Naciones Unidas se inclinan respetuosamente frente al estadista desaparecido. Todos pronuncian el elogio fúnebre del león de Damasco.
Hace 11 años, aislado en el mundo árabe, denunciado por Estados Unidos como terrorista, Asad emprendió en Líbano una campaña de terror sin preceden- te en una guerra sin fin que había empezado en 1975: terror contra la población civil, bombardeo de hospitales, escuelas, fábricas. En aquel entonces su ejército ocupó todo Líbano, menos el sur, injustamente invadido por Israel (hasta hace unos días). Hay que saber que Siria nunca reconoció la independencia formal de Líbano y siempre lo ha considerado como su provincia meridional. Siria e Israel, en nombre de su seguridad, hicieron de la soberanía libanesa una pura ficción.
Cuando Naciones Unidas y Francia intentaron intervenir en Líbano, los eficientes servicios secretos sirios organizaron unos atentados mortíferos contra sus tropas y provocaron así su pronta y humillante retirada. Para esa fecha Hafez el Asad era el enemigo público número uno de Estados Unidos; presidía entonces lo que Michel Seurat, antes de ser asesinado, llamó "el Estado de barbarie". La barbarie denunciada por ese gran especialista del Medio Oriente no es arcaica, no es cultural, no tiene nada que ver con la ciudad de Damasco o con las costumbres alauitas (Hafez el Asad pertenecía al grupo alauita, minoritario pero muy influyente); esa barbarie es moderna, es política.
Político moderno, el general y presidente Hafez el Asad fue un gran exterminador. Aplicó al pie de la letra el método seguido por César Borgia, el ad- mirado Príncipe de Maquiavelo. Sin aspaviento, con calma, a sangre fría fue el ordenador de numerosas eliminaciones y, "cuando necesario" (hubiera dicho él), de grandes matanzas, como la de 1982, cuando castigó la ciudad de Hamah, teatro desgraciado de una rebelión musulmana. Amnistía Internacional y la Comisión Internacional de Derechos Humanos tuvieron durante muchos años a su gobierno compitiendo para el primer lugar en cuanto a brutalidad represiva, práctica sistemática de la tortura y liquidación de presos opuestos al régimen.
Apoyado siempre por la Unión Soviética, Hafez el Asad manifestó precisamente en el parteaguas de 1989-1991, hasta qué punto se identificaba al Príncipe: tuvo todas las virtudes de César Borgia y además, a diferencia de aquél, no fue traicionado por la fortuna. Justo cuando se estaba apagando la estrella soviética, cuando la amenaza estadunidense empezaba a perfilarse, Hafez el Asad se salvó gracias al error cometido por su rival Saddam Hussein. El general presidente iraquí, hasta aquel entonces saludado por Occidente como gran modernizador y baluarte contra los barbudos de Teherán, invadió Kuwait.
Asad se movió rápidamente y pasó de un día para otro de "terrorista" a "fiel aliado". ƑCómo? Aprobó la intervención internacional contra Irak y no dudó en mandar sus soldados a luchar al lado de esos infantes estadunidenses y franceses que unos pocos años antes sus agentes incursionaban en Líbano.
Por eso Clinton expresó su admiración por Asad, tan pronto como se enteró de su muerte. Todos los jefes de Estado, sin excepción, hicieron lo mismo: "Se le recordará como un estadista dotado de una gran autoridad y como una persona de firmes principios". Fue ciertamente un gran príncipe, frío calculador, capaz de combinar la estrategia a largo plazo, con tácticas alternativamente suaves y terribles. ƑMaestro de la política? Ciertamente. ƑRespetado por todos, empezando por sus adversarios?, šqué duda cabe! Pero en ese concierto unánime de alabanzas ("lo he respetado siempre", dijo Clinton), Ƒnadie recordará a sus víctimas sirias y libanesas? Nadie. Como lo dijo Stalin al emprender una de esas grandes podas suyas: "La historia recuerda al zar Iván El Terrible, Ƒquién recuerda el nombre de los boyardos (sus víctimas)?"
Con los mismos argumentos, en un próximo entierro todos podrán cantar las alabanzas del león de Santiago (de Chile), "estadista que modernizó su país con puño de hierro", etcétera.