JUEVES 15 DE JUNIO DE 2000
* Olga Harmony *
Edipo rey
Desde Aristóteles, Edipo rey, de Sófocles, es considerado el mejor ejemplo de la tragedia porque el protagonista tiene un tremendo cambio de fortuna en el momento en que reconoce su situación al mismo tiempo en que cumple un destino mandado por los dioses justo porque intenta librarse de él. Edipo es el transgresor por error, no por maldad, y hasta la fecha los maestros de análisis de texto la eligen para ejemplificar lo que es la tragedia helénica. Para el espectador contemporáneo su estructura en forma de indagación de los acontecimientos resulta extraordinaria (no dejo de recordar a un alumno mío de la preparatoria que la vio como un thriller: ƑQuién mató a Layo?, y la enorme ignorancia de ese adolescente revivió el viejo texto de una manera espléndida). José Solé ofrece un prólogo dicho por el Sacerdote y escenificado con mímica y danza en donde describe los antecedentes de manera muy lineal ųe incluso da una excusa a Edipo para matar a Layo, al hacer que se defienda de un acoso sexual del rey y sus guardias travestidos, sin duda retomando la versión que muestra a Layo como el seductor de Crisipo.
Es muy posible que ese prólogo de Solé sea de gran utilidad para quien no conoce todos los antecedentes, pero tengo muy serias dudas acerca de su total pertinencia, ya que rompe con la estructura de Sófocles, que va llevando al espectador paso a paso al horror que sufren Edipo y Yocasta. Por otra parte, a pesar del buen lenguaje empleado por el Sacerdote narrador y algunas escenas muy logradas, ese prólogo adolece de algunas fallas que lo afean, como es ese muñeco, ostentosamente muñeco, al que lleva el pastor con los pies atravesados por un hierro. Pero, una vez empezado el texto de Sófocles, la maestría de José Solé para dirigir tragedia, muchas veces demostrada a lo largo de su trayectoria, se hace presente.
El director, que es también escenógrafo y diseñador de vestuario, crea un espacio en el que elementos egipcios se mezclan con reminiscencias de los teatros griegos ųla puerta al palacio, una pequeña elevación que recuerda el original timeléų y añade un ojo de agua rectangular que le permite mucho juego escénico, sobre todo en las bodas de Yocasta joven y Edipo en su prólogo. Las estatuas de Atena, Artemisa y Apolo, al frente del palacio, dan lugar a la escenificación de los ritos desde antes de que empiece la acción y el escenario cubierto de hojas secas, propician ese ambiente desolado, de país arrasado por plagas y de primavera ida para siempre, que es el de la misma tragedia.
Acaso, los actores recitan demasiado sus partes, pero nadie sabe cuál es el registro exacto de la tragedia griega. En cambio, la solemnidad ritual del coro y de las mujeres de Atenas, agregadas por Solé para lograr ese manejo de masas humanas, tan sabiamente distribuidas ųque es la impronta del directorų contrasta con las actuaciones de quienes encarnan a los personajes que eluden las falsas actitudes clasicistas. Incluso, un pequeño paso cómico, como es la entrada del Mensajero con su siervo, ofrece un respiro al espectador. El desenlace, dado en el mismo tono exasperado que impera a partir del clímax, rompe con la tradición anticlimática del orden universal restablecido, que quizá siga siendo necesaria como contrapunto.
Los actores, sin máscaras ųa excepción de algunas muy al principio de las mujeres tebanasų y sin artificios neoclásicos, desnudan para el público actual las características esenciales de sus personajes, muchas de las cuales son inherentes a cualquier humano. Así, el rumor de los espectadores cuando Creón se defiende de las acusaciones de Edipo, alegando lo cómodo que es tener un poder de trasmano sin las molestias del poder. O las risas cuando Yocasta afirma que muchos hombres ''en sueños se unen maritalmente con sus madres" (aunque recuerdo que se dice de manera más cruda).
El extenso reparto es muy cumplido. Conviene destacar a Leandro Martínez con todos los matices de Edipo, a Cristina Michaus que, sobre todo en su escena de consuelo a Edipo, despliega un maternal erotismo que es la pasión de Yocasta; a Oscar Narváez como Creón y, si no fuera por ese acento que no logra vencer, a Patricio Castillo como Tiresias, en un papel diferente a los que suele hacer. Habría que destacar a esas dos niñas, Citlali y Meraqui Rodríguez, que logran mucha ternura al abrazar al dolido padre ciego. Por cierto, Solé contraviene el texto y respeta la tradición, haciendo que Antígona niña sea lazarillo de Edipo en su salida final.