JUEVES 15 DE JUNIO DE 2000
* El ex vocalista de Soda Stereo demostró virtuosismo durante su participación
Gustavo Cerati dio una lección de ejecución musical a Café Tacuba
* El público celebró cualquier sonidito característico de los oriundos de Naucalpan
Juan José Olivares * Dos de los representantes más importantes de la música juvenil latinoamericana, Gustavo Cerati y el grupo Café Tacuba, fusionaron sus armónicas almas para entregarlas con honestidad a sus seguidores, en un memorable concierto efectuado ayer por la noche en el Auditorio Nacional.
Mientras la húmeda ciudad se oscurecía, el recinto de Chapultepec incendiaba su corazón con la llegada de los cientos de jóvenes, que ansiosos preparaban sus receptáculos expuestos para deleitarse con dos mágicos entes de la creación musical.
A escasos 20 minutos para las nueve, las potentes luces blancas se extinguieron para dar paso a la coloridas luces mágicas de un recital. Abrió Cerati, sin problema alguno de estrellitis, que a decir verdad hubiéramos perdonado por el virtuosismo que mostró durante las casi dos horas de participación.
Beautiful y Perdonar es divino fueron las rolas que detonaron el alarido colectivo, con una disímbola combinación de sus dos liras, su batería, un bajo, un sámpler y un secuenciador, que formaron un coctel alucinante cual rayo sonoro, que se incrustó hasta nuestras vísceras. Mientras que el argentino, estoico, no desaprovechaba la oportunidad para hacernos vibrar con sus solos de guitarra a la Hendrix, con el marco de las retráctiles imágenes de una pantalla de fondo.
No dejó de mostrar su disposición por regalar parte de su vida. Canciones de contexto medio down, como Aquí y ahora, Engaña o Río Babel, hacían las pausas para el viaje más potente (debemos decirlo, el sonido del Auditorio es de los más nítidos) que erizó la piel, sensación que aumentó con Tabú y la misma Bocanada: exquisitez de la sensualidad húmeda, cavernosa, llena de musgo y líquenes verdes que se vuelven humo.
Cerati nos plantó in situ con su música, luego de escuchar Raíz: "ƑQué otra cosa es un árbol más que libertad? Si te abrazo es para sentir... que a nuestro amor no podrán sacarlo de raíz...", pero concretó el amor de los capitalinos al llamar a sus coestelares, los tacubos, para que lo acompañaran con la rola Hoy ya no soy yo, del disco Colores santos, en una moderna versión cachondeada con un rico sámpler.
Pero nada más artificialmente natural como las tres delicias hechas con Leo, Flavius y él mismo: sámpler, secuencias y un MPC3000 que dieron una breve lección a los mexicanos de la neta del planeta en cuanto a música electrónica. Un rico ambient que enseñó al Cerati progresista, pero para esos escépticos, remató con otro solo de lira en la rola Pulsar, de su Amor amarillo, šummm!, un regalito para nuestros sensibles oídos. Luces, sonidos, olores desprendidos por cada uno de sus poros se convirtieron en bocanadas acústicas.
Nadie quería que se fuera del escenario. Aunque lo único que hizo fue invitarnos a dar un Paseo inmoral, que inseminó en nuestra piel su aura sonora. Todo fue estético. Cada movimiento de manos ųy las de sus excelentes músicosų se transformó en poderosos ruidos, desequilibrantes emociones que hicieron olvidar las penurias cotidianas con la canción Hombre al agua, con arreglo pacheco. Su imagen, como siempre, quedó como sol brillante en el acuoso proscenio. Fue sólo la mitad de la cena, o más bien, tres cuartos.
Luego de una espantosa pausa como de media hora, que debió ser mínima para no enfriar los ánimos, aparecieron los hijos pródigos, no sólo de Satélite, sino de todo México: Joselo, Quique, Emanuel y Nrü, integrantes de Café Tacuba, inmersos en una gigante instalación y en un juego de imágenes a la Blade Runner, para causar el estallamiento de la adrenalina con una bonita versión de María. Para luego prender a la chilanga banda con No controles, en su versión zapateada. Todo le coreaban a los tacubos; en verdad el público se les entregó y viceversa. Nrü nunca dejó de agradecer la asistencia (hasta el tope) y el aplauso.
Y los tacubos también invitaron al argentino para deleitarnos con una versión sampleada de Juego de seducción, de Soda Stereo, con la mezcla de las voces de Gustavo y Rubén en un tributo a la banda argentina que marcó una etapa en el rock en castellano. También se oyeron sus más emtivinianos éxitos, con la dulzura electrónica de una banda que no le duele nada, y que experimenta y no se queda en lo retrógrada del uso exclusivo de guitarra, bajo y batería.
Fue un grupo libre que se divirtió en el escenario, jugando con sus composiciones, aunque sí les faltó interpretar más rolitas prendidas y potentes de sus ayeres en los antros Tutti Frutti o LUCC, pero no importó, las ganas de agradar no les faltaron, aunque si hay que hablar de virtuosismo, los tacubos tuvieron una lección de su artista telonero.
Fueron canciones un poco lentitas, pero de muy buenos arreglos, al fin, sus seguidores se emocionaban con cualquier ruidito característico del Café. Revés y qué me ves, ponte a bailar y brincar que a eso vienes, es lo que parecía transmitir Rubencito, con una energía incesante, dinámica que retribuyó la banda encendida y apagada con las rolas sólo para escuchar. Y venía el movimiento con Las flores, o Ingrata, que rebotaron nuestras mentes, ya ausentes, vacías. Como autómatas percibíamos las andanadas tacubas. Y otra y otra... y parecía que la energía no menguaba, y Nrü hasta en bicicleta salió a cantar, esquivando los micrófonos. Más de 14 regalos que se remataron con un homenaje al gran Jaime López: Chilanga Banda para la ídem que atiborró hasta la mauser el local de Reforma. Gracias a Cerati y Café Tacuba.