TARAHUMARA: DEPREDACION Y RESISTENCIA
Los pueblos rarámuri de la Sierra Tarahumara, cuyos líderes participaron en días pasados en un encuentro sin precedentes que tuvo lugar en la comunidad de Sisoguichi, sobreviven, pese a todo, a una historia de depredación y opresión social, cultural, económica y ambiental que viene de siglos atrás, y cuya responsabilidad atañe al conjunto de la sociedad mexicana y de su institucionalidad política.
No es fácil encontrar un ejemplo tan agraviante de agresión generalizada contra una minoría étnica como la actitud nacional hacia los habitantes autóctonos de la Sierra Tarahumara; en ella han incidido desde los niveles municipales de gobierno, con su vieja historia de corrupción y caciquismo, hasta la Federación, con su desdén y su sordera; desde los pequeños comerciantes mestizos, que lucran con la miseria y la marginación de las comunidades rarámuris, hasta las grandes trasnacionales madereras, que saquean lo que queda de los bosques de la región; desde los intentos de evangelización eurocentrista y totalitaria, hasta las políticas indigenistas oficiales, caracterizadas por el paternalismo, la incomprensión y el usufructo político y electoral de sus supuestos beneficiarios.
A pesar de esta historia infame de maltrato nacional, de la que no está ausente la cizaña que los chabochis han introducido en forma sistemática entre comunidades y pueblos, los pobladores ancestrales de la Tarahumara han logrado avanzar en su organización social, y hoy su lucha por persistir como cultura transita por la defensa de su entorno ecológico. Toda vez que en este terreno el respaldo gubernamental es casi exclusivamente retórico, los rarámuris empiezan a tomar en sus propias manos la protección de las menguadas áreas de bosque que han sobrevivido al despojo sistemático.
El presente gobierno, al igual que sus antecesores, se ha desentendido de sus obligaciones para con los indígenas en general y, en particular, para con los rarámuris. Salvo excepciones, el problema indígena ha estado casi ausente de las campañas políticas en curso, de cara a las elecciones del 2 de julio. Sin embargo, la nación debe hacer conciencia sobre la inmoralidad y la inconveniencia del trato que se ha dado y que se sigue dando a esos sectores de su propia población. En 1994, el alzamiento indígena de Chiapas sorprendió al país, y poco, o casi nada, se ha avanzado en la atención a los pueblos indios. La próxima vez no habrá sorpresa posible, ni argumento para eludir las responsabilidades.
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