* Juan Arturo Brennan *
El caballero de la flauta
Cuando hoy se habla de ''la vieja guardia'' de los instrumentistas ilustres, suele haber en esa expresión una velada intención peyorativa con la que se alude a enfoques estéticos y estilos aparentemente ya superados. Sin embargo, también es posible describir con esas mismas palabras una actitud noble y honesta hacia el oficio de hacer música. No hay duda: Jean-Pierre Rampal fue un músico de la vieja guardia y la reciente muerte del gran flautista francés permite recordar una época en que la grandeza de un intérprete podía medirse cabalmente a partir de parámetros musicales y no necesariamente con los artificiosos entornos de promoción, difusión y publicidad que hoy día suelen rodear a numerosos músicos de todos los ámbitos, incluido por supuesto el de la música de concierto. Aclaración necesaria: sí, Rampal fue un artista que gozó de enorme fama, prestigio, admiración, aplauso y ventas formidables de sus grabaciones, pero a diferencia de algunos músicos cuyo éxito es fabricado, detrás del suyo siempre hubo un sólido cimiento musical.
Nacido y educado en el aguerrido puerto de Marsella, Rampal tuvo como primer maestro a su padre, Joseph Rampal, también notable flautista, quien a regañadientes le dio sus lecciones básicas. Una prueba irrefutable de su talento está en el hecho de que a las largas horas dedicadas para dominar por completo la flauta, añadió muchas más para el estudio de las letras, la filosofía, la biología, la física y la química. Después de algunas complicadas aventuras durante la Segunda Guerra Mundial, Rampal fue invitado en 1945 por la Radio Nacional Francesa para interpretar el Concierto para flauta de Jacques Ibert. El resto es historia, como se dice con frecuencia. A partir de ese momento Jean-Pierre Rampal realizó una carrera de ascenso inexorable, que tuvo como resultado principal el hecho de que un público muy numeroso, acostumbrado hasta entonces a que sólo pianistas, violinistas, sopranos y tenores merecían el favor de su atención, comenzó a valorar el alcance verdadero de la flauta como instrumento solista y a conocer su repertorio básico.
Es cierto que a lo largo de los años Rampal se dedicó en lo esencial a explorar las regiones tradicionales del repertorio, pero además de que lo hizo como nadie lo había hecho antes que él, tuvo el mérito de involucrarse también con música japonesa, con obras de compositores desconocidos de los siglos XVIII y XIX, con el jazz, con canciones folclóricas inglesas, con la tradición clásica de la India. Y si en los programas de concierto y en las grabaciones de Rampal abundaron las obras de Vivaldi, Bach, Telemann y Mozart, no hay que olvidar sus impecables ejecuciones de la música del siglo XX a través de autores como Poulenc, Jolivet, Martinon, Françaix y Boulez.
En 1947, Rampal se casó con la hija de una arpista con la que debía tocar el Concierto para flauta y arpa de Mozart, lo cual viene a ser una prueba más de lo benéfica que puede ser la música del genio de Salzburgo. Se dice que Rampal es el intérprete clásico más grabado en la historia; su enorme discografía parece confirmarlo y los numerosos premios que por ella recibió no hicieron sino solidificar su reputación. Además de ser un gran músico, fue un caballero en toda la extensión de la palabra. Recuerdo, por ejemplo, que en una de sus visitas a México en los años ochenta se dio tiempo para concederme una larga entrevista en la que con sabiduría y paciencia me habló de las cualidades físicas y acústicas de su flauta de oro, del nacimiento de la gran escuela francesa de flauta trasversa del siglo XVIII y de sus métodos personales para luchar contra la agobiante altitud de la ciudad de México.
De la gigantesca discografía de Rampal poseo únicamente un puñado de ejemplos, pero entre ellos hay verdaderos tesoros, como su añeja grabación de los conciertos para cinco flautas de Boismortier, realizada en colaboración con su padre y con sus colegas Alain Marion, Maxence Larrieu y Marius Boeuf. Pero el mejor recuerdo que tengo de Rampal es el de un soberbio recital que ofreció hace más de 20 años en la Sala Nezahualcóyotl con obras de Schumann, Beethoven, Poulenc y Prokofiev, acompañado por la pianista Monique Duphil. De ese recital surgió, el 12 de junio de 1978, la primera de mis crónicas periodísticas. Por ello, entre otras cosas, guardo un recuerdo especialmente grato de este caballero de la flauta.