VIERNES 9 DE JUNIO DE 2000
Pragmatismo
* José Steinsleger *
Llamamos "palabra" a la sucesión de sonidos que comunican un significado. Somos hijos de las palabras, ya que por ellas fuimos creados. Pero algo o alguien nos las está despojando de sentido y de contenido. Y poetas como el chileno Raúl Zurita temen que este robo o degeneración del significado de las palabras, esta corrupción de la lengua, derive de la corrupción mental.
"Primer síntoma de la corrupción del alma de un país es la corrupción de la lengua", dice Zurita.
Eso nos recuerda a Mateo: "No uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serían oídos" (6.7). Puede ser que el profeta se haya referido a las palabras en las que hay fuerzas ocultas que engendran las muchas formas del sometimiento.
ƑQué palabras serán las buenas, las de Casandra o las de Apolo? Casandra vaticinaba el futuro y nadie le creía. Apolo también, sólo que inspiraba confianza. Pero si las palabras de Casandra eran las verdades del pueblo simple y llano, las de Apolo nacían de su poder de seducción. Castigada por Apolo porque no le había correspondido en amores, Casandra hablaba de la verdad. Apolo daba discursos.
Pero más que de la verdad, las palabras hablan de la realidad. Aunque hay personas que son como Apolo: dominan el uso de las palabras, portan poder. Y hay otras personas que al hablar saben que mucho más poder se consigue callando lo esencial o hablando hasta por los codos.
Si la democracia de la palabra, si el gobierno de la persona por sí misma, sin redentores ni tutores, no conduce a la personalidad, la democracia carece de sentido. Por eso la corrupción de la lengua no sólo es la de los malos políticos que en una hora dicen lo que se puede decir en cinco minutos. La corrupción de la lengua es la corrupción del concepto, de la precisión y concisión de la lengua.
La gente se pregunta si la política puede cambiar significativamente su realidad. Sin embargo, al ver que la traición, el cambio de rumbo y el llamado "pragmatismo" están en el corazón de cierta forma de entender la democracia, tiende a confiar más en los carteros que en los políticos.
Un par de tránsfugas franceses, Yves Roucaute y Denis Jeambar, escribieron un libro que se llama Elogio de la traición, el arte de gobernar por la negación (1995). Ellos admiten que en rigor el nombre apropiado hubiese sido Elogio del pragmatismo.
Los autores comentan las muchas inconsecuencias y traiciones de los políticos de Francia y parten del análisis de la oposición entre Antígona y Creón. Antígona, que expresa siempre una protesta en nombre de la pureza, y Creón que expresa la realidad del ejercicio del poder.
Cínicamente, Roucaute y Jeambar nos dicen que en la democracia representativa las reglas del juego consisten en no ir demasiado lejos. Este sería, según ellos, el límite que define la democracia y el estado de derecho. "La grandeza de la democracia consiste en que el opositor puede volverse gobernante... La Constitución está por encima de todo", apuntan.
El pragmatismo consistiría en entender que mientras se respeten estas reglas, el hundimiento de un país es un asunto marginal y poco grave. ƑPodemos imaginar algo distinto? Roucaute y Jeambar dicen que no.
"La traición política es inevitable para gobernar. Si el hombre político sólo refleja la opinión del pueblo, incurre en demagogia", sentencian. Ajá. Entendido. Muy pragmático. Pero yo no entendí nada. ƑY usted? *