La irreverencia roquera resonó en Almoloyita


Raúl Salinas oye a Molotov

Jorge Caballero, enviado, Almoloya, Méx., 8 de junio * Las irreverentes canciones de Molotov pusieron a bailar a 500 presos ųmujeres, enfermos siquiátricos y reos de baja y media peligrosidadų en el penal estatal de prevención y readaptación social de Almoloya de Juárez, mejor conocido como Almoloyita, en donde el interno más distinguido, Raúl Salinas de Gortari, no asistió al concierto, pero seguramente después de negarse a dar su testimonio sobre el origen de los fondos para la compra de Tv Azteca escuchó el susurro de las "rolas" Puto y Chinga tu madre.

Uno de los arreglos que más prendieron fue el de ADO, la célebre canción del Tri y que remitió, sin remedio, al concierto que hace más de diez años ese grupo ofreció en la penitenciaría de Santa Martha Acatitla.

Dos semanas antes se les había informado a los presos que el controvertido grupo actuaría ahí y que si querían asistir "debían portarse bien". En las paredes de la bodega que sirve de auditorio en Almoloyita se plasma la visión plástica de algunos prisioneros: un mural en donde mariposas y cuerpos geométricos comparten el espacio junto con figuras humanas encadenadas y ahorcadas.

Antes de que comience la actuación de Molotov, un custodio informa al staff: "No vamos a poner gente en este pasillo, para que puedan salir si pasa algo". Al ver la cara de extrañeza de sus interlocutores, agrega: "La seguridad está controlada, si detectamos algún líder negativo lo sacamos; no se preocupen".

Llegan los Molo a hacer el sound check. Se los ve felices por la experiencia de tocar en una cárcel. Todavía están haciendo la prueba de sonido cuando se escuchan gritos y chiflidos afuera del inmueble. Los internos aguardan.

A los 500 reclusos que se "portaron bien" se les permite asistir al concierto. Entran al auditorio en estado de catarsis: gritan, chiflan, corren por los pasillos y brincan sobre las hileras de butacas en busca de los mejores asientos. A los Molo se les ve freakeados. Al percatarse de la agitación que impera, un custodio con gafas oscuras, chamarra negra y gorra ídem, toma el micrófono, se dirige al público cautivo y dice en forma autoritaria: "šA ver a ver! ƑQué pasó con esa disciplina? šGuarden compostura! šNo griten!... šno chiflen!". Una mujer de bata blanca completa la amonestación: "šTranquilos, que esto es un acto cultural, así que compórtense!". Estas recomendaciones menguan el ánimo de los encarcelados durante las primeras tres rolas.

Paco Ayala, uno de los integrantes del grupo, se encarga de hacer la presentación: "šCómo están, cabrones! šGracias por invitarnos!". Qué bueno que no dijo "gracias por estar aquí". El ala que alberga a los enfermos siquiátricos es la más tranquila. Uno de ellos presume un paliacate que le cubre el rostro a lo EZLN. El lugar de las mujeres también está quieto, hay una señora como de 60 años en primera fila. Los hombres forman la mayoría. Uno de ellos, prendidísimo y que simula tocar la guitarra, pide subir a echarse un palomazo. Sus compañeros lo animan, pero no se hace posible su pedimento; otro prende un toque y lo rola.

Cuando llega la canción de Ñero, al ver que nadie se levanta de su sitio, Ayala sugiere: "šSe pueden parar de sus lugares! šVamos a echar desmadre!". Algunos le hacen caso. El concierto comienza a levantar. A Voto latino le antecede el rugido de Tito que dice: "šChinguen a su madre los racistas!", lo que pone a bailar a más reclusos. Al entonar Parásito, y en otro intento para que se prendan más, Mickey dice: "šEl que no se pare que chingue a su madre! šVamos a divertirnos, cabrones!". Ahora sí los tres sectores del auditorio están moviendo el cuerpo al ritmo de Molotov. Un interno se despoja de su playera y deja ver sus pectorales tatuados: un rostro sagrado y la cara de una niña. Al girar se le ve la espalda. Llega entonces el momento de escuchar el cover Anarchy in the UK, de los Sex Pistols, Puto, ADO y Chinga tu madre. Aquello alcanza su nivel óptimo.

Ya al final de la tocada, dos reclusos les talonean sus playeras a Randy y a Tito. Un reo que se quedó escondido entre los bafles dice al medir su altura con la de la torre de sonido: "Sí entro, por qué no me meto y me sacan de aquí". Al escuchar la negativa se conforma con cinco pesos y un custodio lo conduce a la salida de la bodega. El concierto tardó en prenderse, pero al final todos pidieron otra.