VIERNES 9 DE JUNIO DE 2000
Labastida o Cárdenas, Ƒquién?
* Horacio Labastida *
Amenazadoramente rodeado de soldados enemigos, no le quedó más salida a Bustamante que firmar el Convenio de Zavaleta (diciembre de 1832), por virtud del cual se hizo el gran ridículo de otorgar la presidencia por brevísimo tiempo al depuesto Manuel Gómez Pedraza y abrir la puerta de Palacio Nacional a Santa Anna, cuyo vicepresidente Valentín Gómez Farías lo ocupó con algunas caprichosas interrupciones santannistas, entre abril de 1833 y abril de 1834, año magistral porque nuestra más brillante generación ilustrada intentó resolver los grandes problemas de aquel agitado amanecer republicano. En términos de José María Luis Mora, registrado con acierto en su Revista Política (Obras sueltas), París, 1837), en esos quebradizos 365 días enfrentáronse intensamente la generación del progreso y la generación del retroceso, triunfando la última con el apoyo del funesto Santa Anna y bloqueando así el avance de la nación por sobre la herencia de privilegios, fueros y excelsitudes que obstruían con sus monopolios de riqueza cualquier liberación de las cargas que mantenían en la miseria a la mayoría de las familias mexicanas. Junto con Couto, Rejón, Mora, Espinoza de los Monteros y Rodríguez Puebla, Gómez Farías indujo las condiciones del cambio al marchitar la mano muerta del clero, las potestades de la élite castrense y el dogmatismo que nos heredó España a través de la Real y Pontificia Universidad de México. Aunque Gómez Farías pudo haber defendido el iluminante plan reformista de entonces, con el apoyo de las milicias cívicas, decidió acatar los mandamientos constitucionales y entregar el poder a un Santa Anna investido con la dictadura que le ofreció el Plan de Cuernavaca (1834), cuna donde amamantó y se fortaleció el presidencialismo autoritario que nos gobierna hasta el presente.
Esa es la enjundiosa lección que nos ofrece el pasado. El progreso y el retroceso juegan en el país cartas dialécticas que salvo momentos estelares han dado el triunfo al retroceso; y estas son las fuerzas que ocupan el teatro político en las inmediaciones del próximo 2 de julio. Se equivocan los que suponen que estos comicios sólo buscan una mera sustitución de personas, según el estilo republicano y democrático estadunidense. No, se trata de un cambio político, o sea del uso del poder público en la solución de los problemas nacionales y no en beneficio de las minorías locales-extranjeras que usufructúan los bienes generados por el trabajo de todos. Sólo dos candidatos atraen la atención ciudadana, pues el panista no cuenta en vista de que lo único que quiere es desahuciar al Partido Revolucionario Institucional y en su lugar instalarse en Los Pinos, y nada más. Cárdenas es otra cosa: su programa de gobierno está fincado en los grandes principios desenajenantes de la Constitución de 1917, a fin de rescatar los derechos de autodeterminación del país en el concierto internacional y de deshacer los actuales monopolios para dar viabilidad a una estrategia de distribución justa de los beneficios sociales.
El pasado lunes 5, en el Auditorio Nacional, Labastida se mostró innovador respecto al priísmo tradicional: se comprometió a generar condiciones para dejar atrás desigualdades y pobrezas, mantener el carácter gratuito y laico de la educación pública, respetar los derechos y la cultura indígenas y ejercer la soberanía. Cárdenas está a la vista de los ciudadanos y Labastida ahora rompe con los estrechamientos gravitacionales de la lógica gubernamental. En Cárdenas hay evidentes banderas en el lado del progreso; Labastida trata de alejarse del retroceso y acercarse a los sentimientos de la nación.
Contamos con las enseñanzas del pasado y los programas que han delineado los presidenciales del PRD y del PRI. Hay apenas unas semanas para reflexionar y decidir el sentido del voto personal, y esta meditación requiere cierta prisa porque el domingo 2 de julio está prácticamente sobre nuestras cabezas. *