VIERNES 9 DE JUNIO DE 2000

Los pobres

 

* Jorge Camil *

Es necesario decirlo sin ambages. La democracia esperada con ansiedad por todos los mexicanos no traerá, como dice el adagio popular, una torta bajo el brazo. Traerá, eso sí, gobiernos arraigados, legítimos y responsables, dispuestos a trabajar y a rendir cuentas de su gestión. šQue ya es decir mucho!

Pero la pobreza no va a desaparecer por arte de magia si gana Francisco Labastida, Cuauhtémoc Cárdenas o Vicente Fox. Tampoco va a desaparecer con programas de gobierno de alcances políticos y nombres rimbombantes (como los Procampos, las Solidaridades, los Progresas o la Banca Social propuesta por Vicente Fox en el último debate). Desaparecerá, definitivamente, ahuyentada por un mejor sistema educativo, amenazada por el acceso de los jóvenes a las nuevas tecnologías y derrotada por la apertura de nuevas fuentes de trabajo; desmoronada bajo los tabiques rotos del viejo proyecto nacional.

Los pobres no pueden continuar siendo solamente una cifra macroeconómica. Aunque, a ese respecto, ni los candidatos ni los partidos políticos parecen ponerse de acuerdo. Suben y bajan al ritmo de las necesidades demagógicas del momento; son 30, 40 o 50 millones, según el candidato. Así nunca va a existir un consenso ciudadano y, sin él, será imposible terminar con esa vergüenza nacional. Es preciso abandonar la dialéctica diletante de cuántos son, dónde están y qué porcentaje del ingreso se derrama entre 10 por ciento más acaudalado o 90 por ciento restante. Necesitan dejar de ser una estadística para convertirse en una urgente prioridad nacional.

No es posible continuar con la idea de que la erradicación de la pobreza tiene que ver con la construcción de carreteras y caminos vecinales, la pavimentación de poblados abandonados de la mano de Dios o la instalación de luz eléctrica en las colonias populares. Tampoco se va a extinguir con la distribución de desayunos y comidas escolares. Esos programas ayudan, claro está, y además contribuyen a mantener la dignidad. Pero no garantizan la distribución equitativa del ingreso. Para eso, es necesario efectuar una reforma fiscal a fondo, y modificar el modelo económico y la manera de pensar de los mexicanos. Resulta claro que los llamados gobiernos revolucionarios han sido incapaces de resolver el problema. El sexenio echeverrista polarizó las clases sociales (hasta entonces bien avenidas) y ahuyentó a los capitales nacionales con la teoría de un amorfo desarrollo compartido; el lopezportillista echó las campanas al vuelo pregonando la necesidad de aprender a administrar la abundancia, y el salinista, obnubilado por la globalización y el TLC, hizo promesas doradas que desembocaron en la peor crisis económica y política del México contemporáneo. Sin embargo, parafraseando a Luis Donaldo Colosio, nadie ha logrado que las sanas finanzas públicas se reflejen en los bolsillos familiares. Los pobres siguen abarrotando los cruceros de todas las ciudades lavando parabrisas y vendiendo baratijas. Ya lo dijo Cuauhtémoc Cárdenas en el segundo debate presidencial (palabras más, palabras menos): los gobiernos de la Revolución han sido una máquina de fabricar pobres.

Por otra parte, la solución de la pobreza es esencial para el avance de la nueva democracia (que algunos sociólogos europeos han comenzado a llamar "democracia incluyente"), aquélla que permite, junto con el libre acceso al voto, la participación de todos los ciudadanos en las oportunidades culturales, económicas y sociales. ƑDe qué les sirve la democracia política a quienes no tienen qué comer?

A últimas fechas América Latina, fiel a su querencia histórica y atada como siempre a la miseria y la ignorancia, ha vuelto a guiñarle el ojo a los gobiernos autocráticos. Así lo atestiguan Venezuela, Paraguay, Ecuador y Perú (Colombia es todavía un caso más dramático). Por eso, si las incipientes democracias de la región son incapaces de resolver aceleradamente el problema de la desigualdad social, la desilusión con la democracia podría lanzar a otros pueblos latinoamericanos por la ruta destructiva del populismo mesiánico (a la manera de Hugo Chávez) o de la toma del poder por las fuerzas armadas (al estilo del fallido cuartelazo clásico en Paraguay; o del populista golpe de Estado que derrocó a Jamil Mahuad en Ecuador). En el caso de México no debemos preocuparnos: las desgracias le ocurren siempre a los bueyes de mi compadre.

 

Nota bene para Federico Reyes Heroles: Es una lástima que, seguramente impulsado por el furor electoral, un analista informado, con talento, y generalmente ecuánime, se atreva a asegurar que la "situación vergonzosa de pobreza y miseria" que vive 40 por ciento de los mexicanos "en parte, se debe a una caída dramática en la mortalidad y una elevación sistemática de la esperanza de vida" producto del sistema de salud pública creado por el régimen priísta (Reforma, 30/5/00). O sea, de los males el menos: špobres, pero vivos! *