Francisco Olvera y Trino reciben hoy el Premio Nacional de Periodismo


Los secretos del oficio

María Rivera Ť "ƑYo? Yo soy banda". Francisco Ol-vera, fotógrafo que recibirá este día el Premio Nacional de Periodismo tiene bien claro quién es: un hombre que se ha hecho a sí mismo con base en la voluntad, la suerte y el instinto. Hijo de obrero, parecía tener cantado su destino. Sólo que de vez en cuando la vida ofrece giros inesperados, hace un guiño cómplice y permite cambios al guión en el último momento.

En 1984 entró a trabajar a La Jornada como chofer y tras cinco años de distribución de periódicos, pasó al Departamento de Fotografía como ayudante. Ahí encontró su vocación y, de paso, rehizo su historia. Una historia que había comenzado bajo el signo del desarraigo.

Cuando Olvera estaba por nacer, su padre emigró a Estados Unidos -a Nueva York- para trabajar en una fábrica de bolsas. Dos años después mandó por la familia. Allá, "en el otro lado", nacieron tres niños más. A esta familia le tocó ver y vivir la discriminación de los expulsados del sueño americano: hispanos y negros que no podían entrar en ciertos restaurantes o que tenían que sentarse en determinados sitios de los transportes públicos para no molestar a los anglos.

Seis años después regresaron a México, al barrio de siempre, San José de la Escalera. Tal vez por eso ahora al fotógrafo ni siquiera le pasa por la cabeza la idea de dejar sus rumbos. Ahí, siente que pisa tierra firme, todo es comprensible y, lo más importante, está la banda.

Panchito, como le dicen todos en el diario, es sintético, como su fotografía. En una frase explica todo. Con unos cuantos elementos compone un todo. Recuerda que la madrugada del 6 de febrero intuyó la imagen por la que sería premiado, "como en las películas, cuando uno sabe que va pasar algo sin entender muy bien por qué".

Dos jóvenes del Consejo General de Huelga se buscan para fundirse en un largo abrazo, ante una impasible valla de granaderos que custodia el auditorio Che Guevara. La imagen es todo un homenaje al espíritu de los sesenta. "A mí me gusta mucho retratar el amor, porque a veces, como en este caso, es lo único que nos queda", dice el fotógrafo.

olvera-francisco-2-jpg Recuerda que, además de esa toma, también traía las imágenes de rutina, la de la detención de El Mosh, la Policía Federal Preventiva ante la rectoría, los helicópteros sobrevolando Ciudad Universitaria. "Lo obvio, que es lo que publicaron al día siguiente los demás diarios; siento que eso no debe seguir pasando, no podemos irnos por lo fácil, estamos dejando de ver la esencia de los problemas, y que la gente da más cosas".

Puesto a elegir, Olvera prefiere la fotografía social. "Uno puede recoger de la sociedad, donde la mayoría está a flor de tierra, muchas cosas. Los problemas sociales son de los que nos nutrimos los fotógrafos de prensa, arriba, con los políticos, no agarras nada, hay puro aire. En el mundo de la política la esencia es tan pobre que lo único destacado que puede suceder es que le pase algo al político, como que se caiga Juan Ramón de la Fuente o le disparen a Colosio. Acá abajo, donde estamos los mortales, la pobreza y la desigualdad no deja ver, y los únicos que podemos registrar lo que pasa, para no quedarnos ciegos, somos los fotógrafos con nuestras cámaras".

-Francisco, Ƒcómo llegaste a La Jornada?

-Estaba sin empleo cuando me enteré de que existía el proyecto de un nuevo diario. Fui a buscar trabajo y me preguntaron qué sabía hacer; les dije que sabía conducir camionetas. Así entré al Departamento de Distribución. Teníamos que llevar, en sólo diez minutos, las planas del periódico, de la Redacción a la rotativa, por lo que nos convertíamos en kamikazes, pasándonos semáforos en alto, o lo que fuera para llegar a tiempo; después, esperábamos a que salieran los periódicos, hacíamos las pacas, las etiquetábamos y cubríamos las distintas rutas. Los comienzos de La Jornada fueron muy duros, muchas veces nuestro grupo hizo posible que el periódico no se quedara fuera de circulación, hacíamos hasta lo que no para que llegara a su destino.

-ƑCuánto tiempo realizaste esas labores?

-Casi cinco años.

-ƑCómo te interesaste por la fotografía.

-En la secundaria tuve un taller de fotografía, que duró poco, como un año y medio. Pesqué lo que pude porque éramos muchos en el aula y el maestro no se daba abasto para responder a nuestras dudas. Fueron brochazos, pero me quedó la inquietud. Después, cuando ya estaba en el periódico, un día fue Fabrizio León a fotografiarnos a los talleres. Todos mis compañeros querían salir en la foto, pero a mí lo que me interesaba era ver cómo se movía él, no lo perdía de vista. Observaba cómo arrastraba la película para la siguiente toma, cómo se comunicaba con los trabajadores para sacar la foto que quería.

-ƑAhí empezaste a interesarte en serio en la fotografía?

-No tanto así, pero sí se me removieron cosas. Fue hasta 1988, cuando me cambiaron al turno de la mañana, que me empezó a interesar de verdad la fotografía. Me tocaba distribuir los periódicos en las distintas secciones, pero donde más me gustaba ir era a Foto. Un día vi la puerta que conduce al laboratorio y pregunté si podía pasar, me dijeron que claro. Ahí me rencontré con los elementos del taller de fotografía de la secundaria, las charolas, la ampliadora, los carretes para revelar, el olor a fijador. Tomé una espiral y empecé a enrollar una película. José Luis Fuentes, El Carnalito, me preguntó si me interesaba la fotografía; le respondí que sí. Me invitó a ir a practicar. Desde entonces, todas las mañanas muy temprano, para no molestar a nadie, iba al laboratorio a ver qué aprendía. Un día que José Luis se enfermó me pidió que le ayudara a revelar unos rollos, lo tuve que hacer, pero con un miedo... porque eran rollos de Rogelio Cuéllar, Francisco Mata y Fabrizio León, que si los llegaba a echar a perder, šme matan! Pero lo hice bien. Me dijeron que tomara un curso básico de fotografía si quería entrar como laboratorista; claro que lo hice. Después, presenté un examen y pude entrar al Departamento de Fotografía. Siempre que veo a El Carnalito le digo que todo lo que tengo se lo debo a él, y también a Guillermo Sologuren.

-ƑQué significó para ti este nuevo trabajo? ƑCuántos años tenías?

-Fue un cambio total. La diferencia en el sueldo era tremenda, si yo ganaba dos pesos como chofer, pasé a ganar como ocho. Por fin, a los 30 años, tenía dinero para comprarme mi cámara fotográfica, una Nikon FM. Con ella empecé a tomar mis primeras fotos. Como laboratorista ya tenía la oportunidad de salir a cubrir órdenes; cuando no había fotógrafos me mandaban a mí, la primera fotografía que me publicaron fue una de vida cotidiana, en 1990.

-Así te hiciste fotógrafo.

-Sí, observando a Francisco Mata, a Fabrizio León y a Elsa Medina. De Mata me gustaba su fotocomposición, de Fabrizio la crudeza con la que mostraba las cosas, y de Elsa lo directa que podía ser; cuando uno veía una foto de ella entendía perfectamente lo que quería decir.

-ƑTe has sentido involucrado especialmente con algún hecho periodístico?

-Todos los días me involucro con mi trabajo, aunque sea una conferencia de prensa, hay que estar atentos siempre, no vaya a pasarle algo al cuate que está hablando. Pero de todos mis trabajos el que recuerdo especialmente fue el de un linchamiento en Otumba, estado de México, en 1996. Cuando llegamos estaba el cuate amarrado, con las señas de la golpiza que le habían dado, rodeado de gente. Algunos me empezaron a decir que si tomaba fotos me iba a partir la madre, y yo les respondí que ellos habían tomado la ley en sus manos, y que la foto que iba a salir al día siguiente en el periódico era importante para que las autoridades hicieran lo que les tocaba y no se repitiera lo que ellos habían hecho. A veces los fotógrafos nos involucramos para que no nos madreen, hay que tener tablas para salir de situaciones complicadas.

-ƑY el compromiso periodístico?

-Como fotógrafo el único compromiso que tienes es mostrar al lector lo que pasó; si además le imprimes a la imagen tu creatividad, mejor.

-ƑCómo evalúas la fotografía de prensa en México?

-Creo que en general es muy bueno el trabajo de los fotógrafos de prensa del país, si las fotos se pierden es porque las casas editoriales no ponen atención al trabajo del fotógrafo, porque hay una mala edición de la imagen, o porque se publica lo obvio, la sangre, el balazo, el muerto, los políticos de siempre.


Ventajas de la intuición

"La madrugada del día 6 de febrero pasado me sentí en el 68 -recuerda Francisco Olvera-, sólo que ahora todo era silencio". Hace tres décadas, explica, hubo jaloneos ante las detenciones, desorden, agresividad de los cuerpos policiacos, gritos. Esta vez la toma de Ciudad Universitaria ocurría casi en orden, y los muchachos eran llevados al interior del auditorio Che Guevara por elementos de la Policía Federal Preventiva sin apenas resistencia.

Con diez años en el oficio, en los que le ha tocado cubrir desde el levantamiento en Chiapas hasta la irrupción del Ejército Popular Revolucionario en el vado de Aguas Blancas, Olvera supo que había que tomar todas las imágenes que se pudiera, rápidamente. Primero hizo las panorámicas; luego siguió con los detalles.

De pronto, mientras estaba en la parte de abajo del auditorio, presintió su foto. Supo que algo estaba por ocurrir. Alzó la mirada y vio que entraba un grupo de jóvenes entre la valla de granaderos. Uno de ellos empezó a buscar a alguien con los ojos. Del otro extremo, donde estaban reunidos los activistas, surgió una muchacha que corrió a su encuentro con los brazos abiertos. El sólo alcanzó a decir: "Ya valimos madres", antes de abrazarla.

"Tiré tres cuadros -recuerda-; pero también sentí que a mi lado hubo otro flash. Era Acevedo, un compañero de Excélsior. Desde que llegué al periódico supe que esa era la foto. Se lo dije a mi editor, Pedro Valtierra, y él coincidió. Al día siguiente fue la portada del diario. Ahí quedó claro por qué La Jornada destaca de los demás periódicos: porque se arriesga".

Una semana después, Francisco se encontró con el fotógrafo de Excélsior. Al preguntarle qué había pasado con su imagen, que terminó en el rincón de una página interior, la respuesta fue que así lo habían decidido sus editores.

Esa es la historia de una foto que evoca los versos de Jacques Brel, el cantautor francés de la posguerra.

"Cuando no hay más que amor para trazar un camino/ y forzar el destino en cada encrucijada/ cuando no hay más que amor para hablar a los cañones/ ni nada más que una canción para convencer a un tambor/ Entonces, sin tener nada más que la fuerza de amar/ tendremos en nuestras manos, amigos, el mundo entero". (María Rivera)