Luis Linares Zapata
Fox y la inconsistencia
El martes negro del predebate disolvió el teflón con que Vicente Fox era resguardado. A partir de esa malhadada representación pública una gruesa capa de inconsistencias y dislates, previamente sembrados por él mismo, empezó a erosionar su perfil de candidato fuerte y atractivo. Las reiteradas pretensiones siguientes para construir una alianza incluyente, al centro del espectro electoral, desbordaron, ciertamente, sus reales posibilidades de liderazgo aglutinador. Al tratar de asumir las posturas, el programa y hasta la historia de las luchas democráticas del país, Fox abrió una brecha por la cual se viene colando el temor colectivo a lo que en realidad representa. Es decir, empezó a sustanciar la desconfianza de aquellos segmentos no comprometidos a fondo con sus ofertas.
No fue un choque repentino y masivo con el electorado, como bien pudo haber ocurrido después de sus desplantes escénicos a todo color y en pantalla gigante. Pero la brecha se ha ido ensanchando con sus reclamos posteriores a los medios (Reforma, Milenio), las apropiaciones indebidas de famas ajenas (Ibarra, Calvillo, 68), la aglomeración de posturas disímbolas sobrepuestas a su natural ideología y programa de derecha que ha terminado por confundir hasta al más benevolente de sus factibles votantes. Las múltiples e indiscriminadas adopciones de operadores y estrategas de otros partidos o los zigzagueantes llamados al perredismo y, en especial, sus diatribas contra Cárdenas, finalmente han calado su anterior coraza a la crítica y horadado su credibilidad. Fox continúa su peregrinar por la contienda presidencial pero ya cojea, va herido, aunque todavía mantiene un caudal de simpatías arraigadas nada despreciable. Pero la eficacia de su estrategia difusiva no ha podido contrarrestar la brecha de contradicciones que ya lo definen.
La reciente encuesta llevada a cabo en la UAM de Azcapotzalco es indicativa de cómo un segmento estratégico, la juventud educada, modificó sus preferencias de voto. Fox continúa en el primer lugar con 43 por ciento del total cuando antes alcanzó 46. Cárdenas se le acercó peligrosamente al pasar de 39 a 41 por ciento. Esto es importante si se piensa que el alumnado de esa escuela superior siempre ha manifestado una marcada tendencia panista, dado la zona donde se ubican esos planteles.
Y, como si lo anterior no fuera suficiente, la penetrante, continua, feroz andanada contra Fox que el aparato de comunicación colectiva le ha enderezado, ha ido mermando sus resistencias y causando estragos innegables. No ha sido gratuita la iniquidad difusiva favorable al PRI, negativa contra Fox y olvidadiza con Cárdenas que muestra con toda precisión y claridad el monitoreo del IFE.
Al natural deslinde que varias personalidades distintivas de la izquierda hicieron cuando el panista lanzó su credo a las Iglesias, principalmente dirigido a la jerarquía católica, se le han añadido otros más que, bien fundamentados, han dibujado la señal de alarma en su contra. No más retórica para incautar el afán popular de cambio. Es improductivo continuar el grito para sacar al PRI de Los Pinos como objetivo fundacional de la alternancia a rajatabla o como una primicia que sólo Fox puede lograr. Difícil parece aceptar la ruta que determina, sin excepciones, que los setenta años de priísmo en nada han contribuido al avance institucional de la vida organizada de México. Menos aún que todos aquellos oponentes que no se le unan traicionan los ideales democráticos. Si bien Fox es un aspirante que puede ganar la contienda, ello no asegura, con sello inequívoco, la gobernabilidad ni tampoco la modernización y apertura del sistema político y de comunicación o el robustecimiento del entramado social.
El amplio juego de partidos aparece entonces como una densa realidad que prefigura un panorama donde mejor se puede asegurar tanto la vigencia de la ley como la pluralidad social buscada durante décadas. El cambio de lemas, personas o escudos partidistas en la Presidencia, deseables por lo demás, no es la pieza fundamental para consolidar la dilatada transición. Sería sí, un acontecimiento trascendente. Propiciaría avances innegables en la rendición de cuentas, depuración de la vida pública y rompería las intrincadas malformaciones y hasta complicidades que hoy se dan con tanta facilidad y aceptación, pero no podría ser, como se anuncia, la distintiva llegada al olimpo de la vida democrática. El balance de poderes, el surgimiento de una sociedad civil organizada y vigorosa, un aparato abierto y transparente de comunicación son requisitos de mayor peso para tales propósitos.
Los días venideros son los terminales. La urgencia de adoptar decisiones se hace presente e impone rigores en los juicios que antes no implicaban tantas exigencias. En esos momentos, la congruencia y, sobre todo, la confianza en la persona y su aptitud para conducir la administración pública federal será definitoria. Ahí Fox no las tendrá todas consigo ni su despiadada voluntad para triunfar a toda costa derrumbará resistencias y apagará temores. Más bien los hará más álgidos.