José Antonio Rojas Nieto
Logros por los fracasos económicos
Al presidente Ernesto Zedillo le gusta mucho hablar de su realismo económico y ponderar sus éxitos. No le gusta, en cambio, reconocer sus fallas, por lo que poco, realmente muy poco, se le escucha hablar de ellas. Luego de cinco años y medio, no debiera sorprendernos más esa actitud. Lo veremos cerrar el sexenio enfatizando sus grandes logros económicos; y vehemente al señalar que, por primera vez en la historia, se garantiza una transición económica ordenada derivada de ocho hechos: 1) un ahorro interno de 21.7 por ciento superior a 14.7 de 1994; 2) un déficit en cuenta corriente cercano a 3.1 por ciento sustancialmente inferior a 7.0 de 1994; 3) una participación de 71.4 por ciento de la inversión extranjera en el financiamiento de ese déficit, superior a 37 por ciento de 1994; 4) un tipo de cambio flexible, que evita utilizar recursos públicos para estabilizarlo como acontecía en 1994 con un tipo de cambio fijo; 5) una proporción de 54.1 por ciento de la deuda pública externa neta en relación con las exportaciones totales a diferencia de 126.3 de 1994; 6) un monto no mayor a dos mil millones de dólares de vencimientos de deuda pública externa de mercado al año siguiente de la entrega de la administración, a diferencia de los 33 mil 300 millones de dólares a liquidar en 1995; 7) reservas internacionales superiores a los 30 mil millones de dólares a diferencia de los 6 mil 100 millones de 1994; 8) finalmente, un monto de 23 mil 700 millones de dólares del llamado blindaje económico contratado con el gobierno de Estados Unidos que sobresale frente a ninguna previsión económica en este sentido en 1994.
Y tendrá razón, pero será terriblemente parcial e injusto con la sociedad si no menciona algunos de sus fracasos, por los que no tiene por qué sentirse orgulloso: 1) nunca se ha recuperado el nivel salarial medio de los años 1993 o 1994, para no hablar del nivel de fines de los años setenta, el más alto de los últimos tiempos; y esto a pesar, no sólo de que este año 2000 el PIB per cápita alcanzará, por primera vez en la historia, los 5 mil dólares, sino de que prácticamente en todo su sexenio, la productividad media manufacturera se elevó; 2) tampoco se recuperó la participación de la masa salarial en el PIB, la que experimentó un deterioro continuo del que no se ha descendido y su recuperación ha sido marginal e insignificante; 3) nunca como ahora se crearon empleos tan precarios, fruto de una changarrización de la economía que se caracteriza por ocupaciones de mala calidad y bajos salarios, a pesar de que, efectivamente, se han creado empleos de remuneraciones medias superiores a los ocho o más salarios mínimos (el promedio manufacturero de hoy es de poco más de seis mínimos), vinculados a cerca de 500 empresas que concentran desarrollo industrial y exportaciones; 4) jamás se cubrió el déficit de empleo como el mismísimo Presidente prometió al asegurar que crearía un millón de empleos anuales (en uno de los mejores años -1999- se crearon poco más de 700 mil); 5) con el desastroso Fobaproa convertido en deuda pública (más de 15 por ciento del PIB, ni más ni menos), los mexicanos incrementamos notablemente su nivel de endeudamiento externo per cápita; 6) finalmente, para sólo mencionar otro hecho, ningún gobierno como el actual -que mucho ha ponderado y publicado la necesidad de una economía sana, sólida, realista y con futuro- tuvo tan gran dependencia del petróleo, si bien ya no en términos de sector externo, sí de ingresos presupuestales, pues al mes de noviembre que entregue su gobierno, el presidente Zedillo habrá recibido 85 mil millones de dólares contantes de 1999, exclusivamente derivados de la extracción, es decir, sin contar el llamado IEPS implícito en el precio de las gasolinas y del diesel, y el IVA neto que entrega Pemex a la Secretaría de Hacienda (sería cerca de 140 mil millones con éstos); se trata del resultado de dos hechos que, en principio, deben ser caracterizados como profundamente regresivos: por un lado la más intensa explotación del subsuelo en la medida que este sexenio ha sido el de mayor extracción de crudo de toda la historia de México, con mínima reposición de reservas; y otro, que surge de los acuerdos y alianzas que esta administración estableció con grupos de poder internos y externos para llevar adelante su gobierno, la ausencia de una reforma fiscal capaz de conducir a un reordenamiento fiscal estratégico en el que poco a poco, pero indefectiblemente, se rompiera la dependencia fiscal del petróleo, y se restructurara la plantilla de contribuyentes y sus montos de aportación fiscal. Los primeros hechos son incuestionables; los segundos también. Más aún, los primeros fueron posibles gracias a los segundos. Ni más ni menos.