MAR DE HISTORIAS
Valle de lágrimas
* Cristina Pacheco *
En camiseta, descalzo y con los pantalones doblados hasta la rodilla, Antonio camina despacio para no resbalarse en el lodo. Al pasar junto a un grupo de mujeres oye parte de la oración que entonan a coro: "No nos desampares ni de noche de ni día. Padre Nuestro..." Un relámpago ilumina el cielo. Antonio acelera la marcha tanto como se lo permiten los escombros hundidos en el lodazal.
Un hombre que lleva un niño en brazos le grita desde una azotea: "Toño: Ƒpiensan quedarse aquí o jalan para el albergue?" Antonio levanta los hombros con indiferencia y sigue de largo. Una anciana va a su encuentro y lo obliga a detenerse: "Ayúdame a sacar mis santitos, no puedo dejarlos allí..." Antonio se vuelve hacia la dirección a la que apunta la vecina. Sólo ve un amasijo de láminas y tablones que le recuerdan los restos de su vivienda. Vuelve a oír la voz de la anciana, que ahora se dirige a dos niños que transportan la cabecera de una cama: "Por vida de Dios, no dejen allí a mis santitos..."
La llovizna se convierte en lluvia. A las expresiones de temor, gemidos y rezos que se oyen por todas partes se suman las injurias con que un hombre estimula a cuatro voluntarios que lo ayudan a rescatar su automóvil sepultado entre las inmundicias que arrojó el canal: "Orale cabrones, Ƒqué también se les cayeron los huevos?". Antonio sigue adelante, pero alcanza a escuchar la respuesta: "Ni pa' qué hacerle, Juan: esta madre ya se chingo..."
"Como todo", murmura Antonio sin prestarle atención al grupo que se arremolina bajo el cobertizo que protegía la entrada a La Suriana. Del estanquillo no queda nada y se sospecha que a su dueño, Melquiades, se lo llevó la corriente. Antonio piensa en Josefina y un dolor se le clava en el pecho. La sensación desaparece cuando la ve sentada junto a las ruinas de su casa.
II
Antonio sigue de pie frente a Josefina pero ella no parece mirarlo y tampoco escucha la súplica que le hace:
-Mujer, por favor, métete. Estás toda mojada. ƑQué te ganas con seguir aquí?
La respuesta es un gemido agudo, largo, casi animal. Antonio se acuclilla frente a Josefina y trata de protegerla de la lluvia con su cuerpo. En cinco semanas es la primera ocasión en que puede abrazarla. Todo ese tiempo ella se ha mantenido silenciosa, tan lejana como si la hubieran sepultado junto a Eusebio. Antonio adivina que su mujer está pensando en él. Le besa la frente y vuelve a suplicarte:
ųDejalo descansar en paz. ųAntonio mira a su alrededorų. Piensa que el Eusebio tan siquiera no alcanzó a ver este desastre.
Josefina se echa hacia atrás y murmura:
ųPobrecito m'hijo, Ƒcómo estará? ųno advierte la inquietud que sus palabras le provocan a Antonioų. Todo mojado y sin que yo pueda cobijarlo, ni secarlo.
ųEl se encuentra bien porque su alma está con Dios. ųAntonio suspira al darse cuenta de que su mujer no lo escucha. Sabe que es inútil seguir hablando y se deja atrapar por los rumores que llegan de todas partes.
Son gritos, preguntas, advertencias. Al ver a un grupo de hombres que se acercan con palas y picos en las manos, lo asalta la curiosidad de saber cuál habrá sido el destino de Melquiades. Estira el cuello y les pregunta:
ųƑQué sucedió con Melquiades, apareció?
ųNo. Ahorita que llueve menos vamos al Puente Negro, a ver si por allá se quedó. ƑTe vienes con nosotros?
Antonio mira a Josefina y desiste de la intención de acompañar a sus vecinos:
ųMe gustaría, pero... ųlos hombres remprenden la marcha y él se pone de pieų.Si saben algo, no dejen de avisarme.
Su grito saca a Josefina del anonadamiento:
ųƑA quién están buscando?
ųA Melquiades ųAntonio vuelve a sentarseų. Si lo encuentran se va a morir al ver que de La Suriana no quedó nada. Pobre, ora sí tendrá que...
Josefina lo interrumpe:
ųBendito sea Dios, ya dejó de llover. Ojalá que mi muchachito tenga tiempo de secarse... ųoculta la cara entre las manos y vuelve a gemirų. No puedo hacerme el ánimo de que esté muerto. A cada ratito se me figura que va a llegar, que va a venir a decirme que está bien; pero el dolor que siento en el corazón me recuerda enseguida que él nunca volverá. Ay, si Eusebio estuviera aquí...
ųCreo que ya le hubiera roto la madre al licenciadito que vino a decirnos lo de las cobijas. Desde ayer anunció que iba a mandarlas y es hora que ni el agua pa'tomar nos llega.
ų...me diría que piensa irse a los Estados Unidos, como aquella vez. Ƒte acuerdas? ųJosefina se cubre los ojos con las manosų. ƑPor qué no se lo prohibiste?
ųYa no me jodas con eso. Sabes perfectamente que a un muchacho de 19 años nadie lo detiene, y menos si tiene el carácter de Eusebio. Acuérdate cómo era: bien decidido.
ųY bueno. ƑPor qué tenían que matarlo así? El nada más quería...
ųšCállate, cállate porque si no...! ųAntonio se levanta y da unos pasos, decidido a huir. Se detiene cuando ve el enorme charco frente a su casa. En el agua estancada y turbia flotan maderos y botellas.
Antonio recuerda que la tarde en que su hijo salió rumbo a los Estados Unidos intentó ponerle en la mochila unas latas de sardinas, pero Eusebio las rechazó: "Orale, jefe, pos si no voy de campamento. Dicen que llegando allá nadie tiene tiempo ni de miar, menos de comer. La cosa es tupirle a la carrera y no detenerse, porque si te apaña la patrulla..."
Sale de sus recuerdos cuando ve acercarse a un grupo de niños entre los que reconoce a Domiro:
ųƑQué pasó, adónde van?
ųAndamos buscando al Boby, Ƒno lo ha visto? ųDomiro escucha la negativa y emite otra vez el silbido con que suele llamar a su perro: ųBoooby...
ųPinches escuincles: ven la tempestad y no se hincan ųmurmura Antonio sin énfasis. Luego retrocede y vuelve a instalarse junto a su esposaų. De veras, Ƒno quieres que entremos al cuarto?
ųNomás ese quedó. Es el de m'hijo...
ųYa no. Eusebio descansa en el cementerio.
Josefina no intenta, como otras veces, de ignorar la realidad. Apoya la cabeza en el hombro de Antonio y al cabo de unos minutos ambos duermen.
III
Antonio se despierta sobresaltado por el grito de Josefina:
ųCon todo y lo que nos hace, ya entendí que Dios nos quiere mucho y por eso está haciendo que llueva tanto.
ųPor favor, Josefina... ųAntonio se frota la cara y luego mira el cielo encapotadoų. ƑQué horas serán?
ųLas que sean, Ƒya qué? ųJosefina se pone de pie. Caminando entre escombros y lodo llega hasta la única habitación que sobrevivió al desastre. La construyeron con el doble propósito de darle privacidad a Eusebio y seducirlo para que no se fuera a los Estados Unidos. "Tienes tu pieza para ti sólito: Ƒqué vas a buscar allá?", le dijo, pero fue inútil: el muchacho se fue y volvió en un ataúd.
Josefina descubre en la pared humedecida restos de la fotografía que Eusebio se tomó meses atrás. La acaricia y luego ríe a carcajadas. Al escucharlas, Antonio entra corriendo en la habitación, pero no se atreve a interrumpir el monólogo de su mujer:
ųLe dije a Nuestro Señor que como ya no podríamos vivir juntos al menos nos permitiera morir como tú. Me está haciendo el milagro, por eso llueve tanto. ƑA poco no te das cuenta? Mira: a ti te mató un gringo porque te dio sed y le pediste un vaso de agua; nosotros moriremos ahogados por las lluvias. Dios sí nos quiere.