DOMINGO 4 DE JUNIO DE 2000
* Recital de 2 horas en el Metropólitan; hoy, en el Monumento a la Revolución
Fito Páez estrujó los corazones con su piano
Juan José Olivares * Acto de embriagada bohemia de dos horas fue el que entregó el sábado por la noche el flaco de Rosario, Argentina, Fito Páez, en el teatro Metropólitan, quien por cierto ofrecerá otro recital hoy, desde las dos de la tarde, en el Monumento a la Revolución.
El local art decó se llenó poco a poco, lentamente, con los párvulos corazones ansiosos de gesticular con cada una de las canciones del artista, tal y como él lo hace en sus presentaciones. Primero, abriendo el telón ųque por cierto no se abrió hasta que apareció Fitoų hizo acto de presencia la rubia argentina Laura Vázquez, para tocar unas cinco rolitas que realmente se disiparon en el auténtico olvido, aunque la verdad no canta mal, pero como siempre, los teloneros son el colchón para que muchos se puedan echar sus chelas en las barras del bar del teatro.
Hasta que se escuchó el primer guitarrazo, el enorme velo de terciopelo que cubre el proscenio se abrió para mostrar al Páez como un diablo, todo de rojo, iluminando centellante al hermoso recinto del Centro Histórico. Y abrió con Abre, de su última producción, y con la promesa de tener "una larga noche", y como un profesional, lo cumplió, pues se reventó poco más de dos horas, digamos que un banquetazo para sus seguidores que celebraron cada palabra, cada movimiento, cada desplante del che.
Iba de un lugar a otro, con impresionante energía, mostrándose honesto, con sus letras sinceras y reales, no obstante que todas siguen una línea recta, sin muchas variaciones, pero que al final terminan por convencer hasta al más escéptico, que la verdad los hubo por ahí desprendiendo uno que otro bostezo.
Pero Fito es la antítesis de la estática. Un movimiento suyo causaba el alarido colectivo. Un susurro, una declaración y una rola... Ese fue su rubro durante los más de 120 minutos de recital. Sonaban los metales, la agridulcemente bella voz de su corista (šummm!, dijeron por ahí), los sintetizadores, la batería, la lira, el bajo... y su piano, que estrujó el alma de todos sus escuchas, que entregados no dejaron un momento de corear su nombre. Se oyó La casa desaparecida y a callar y volar que todos somos un solo pibe desesperado, ansioso por encontrar la verdad; en eso sí comulgamos con el flaco, en esa disolución contestataria, pues al fin y al cabo Argentina también es América Latina.
Pero no todo es tristeza. Para el amor también hubo lugar, y en El amor después del amor Páez lo corroboró y refrescó nuestra memoria, haciendo vibrar hasta a las estatuas del inmueble, que también fueron testigas de la retroalimentación, Fito y su público, para no quedarse Al lado del camino, fuera de los contextos de libertad, énfasis que apuntaba el diablo Páez en sus demandas. Además de ponerle alegría a sus melancólicos y poéticos relatos cotidianos, con su fugaz homenaje a la efigie que causó que él cogiera un piano, una guitarra y un micrófono, Charly García, con un pedacito de No voy en tren, sólo que él sí necesitó de alguien a su alrededor.
Se dio el lujo de presentar a dos de sus apadrinadas: Fabiana, una guapa voz que se volvió mujer encima del tablado, y a la telonera, Laura Vázquez, que hizo de pi
Pero lo hizo en palpable acto de sencillez ųcaracterístico de algunos pibes, Ƒqué no?ų para seguir con La despedida y otras más y dejar un buen, muy buen sabor de boca en los mexicas que lo siguen a donde sea, propiamente dicho. A ver si es cierto que llena este día el Monumento a la Revolución, donde seguro repetirá la dotación. Venga, Fito.