DOMINGO 4 DE JUNIO DE 2000

* Es una pequeña historia de amor: la de todos con todos, dice Juan Carlos Rulfo


Del olvido al no me acuerdo, un recorrido visual por la memoria

* La inquietud del autor de Pedro Páramo por la nostalgia está plasmada en el largometraje

Mónica Mateos * Hay historias que deben ser borradas casi de manera total por el tiempo para que valga la pena hablar de ellas.

Esa fue la idea que soñó Juan Rulfo al escribir Pedro Páramo. Ese es el sueño en el cual se convirtió su hijo Juan Carlos, quien, al haber elegido el oficio de cineasta, dio imagen, luz y color a los infinitos caminos que desembocan o continúan la frase: "Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre".

En su largometraje Del olvido al no me acuerdo, el hijo del autor de El llano en llamas plasma visualmente, a manera de metáfora lírica, la inquietud rulfiana por la memoria, la nostalgia y los viajes llenos de respuestas sin preguntas premeditadas: el hijo busca al padre y halla al abuelo. El padre busca al abuelo y logra un hijo. El abuelo habla a través del padre y el hijo. Y llega un instante en el que lo que menos importancia tiene es si las voces se escuchan desde la muerte o en esta vida.

"Todo sucedió en un viaje al sur. El lugar es Jalisco y se nombra Llano Grande. Tuve que esperar hasta que mi padre muriera para enterarme de muchas cosas. Así comenzó la búsqueda de mis orígenes. Yo me dejé llevar con una única pregunta bajo el brazo: ƑConoció usted a Juan, mi padre?", recuerda el joven director acerca de su andar por pueblos y praderas.

"De mi padre nadie dijo nada"

Con su cámara al hombro y como un amigo que retorna a casa, filmó a los viejos y sus cuentos, sus risas, sus costumbres y travesuras, sus fatigas, sus verdades y mentiras.

"De mi padre nadie dijo nada. A él no lo conocieron. Allí sólo conocían a los muertos y, más que eso, la historia de las muertes de esos muertos. Así conocí a Jesús Ramírez y a Cirilo Gallardo, gentes que me hablaron del abuelo, aquel legendario personaje que ni mi padre conoció bien y que se llamaba Juan Nepomuceno, el gran Cheno", añade Juan Carlos.

Entonces, para estructurar aquellas narraciones, "teníamos que encontrar un pretexto sabroso para que la película no pareciera el más duro de los ladrillos". Los ojos del realizador miraron hacia la otra mitad de su alma, su madre, Clara Angelina Aparicio, y la invitó a recorrer y recordar las calles del centro de la ciudad de México, donde un muchacho de provincia, llamado Juan Rulfo, la enamoró.

Así, vemos a Chachinita (como la llamaba el escritor) entrar como una aparición en una iglesia y platicar: "Una vez soñé que me volvía a casar con Juan, pero volteaba a verlo y no le veía la cara ni los zapatos. Yo estaba junto a él pero no le veía la cara ni los zapatos. Pasó el tiempo. En otra ocasión le conté el sueño a una amiga. Le dije: el otro día soñé que me volvía a casar con Juan, pero nunca pude verle la cara ni los zapatos. Entonces, ella se quedó callada, pensando, y después de un rato me dijo: 'Clara, yo creo que con quien te casaste nunca existió. Nunca existió'".

La historia de amor entre Clara y Juan aparece en la película entrelazada con la de los abuelos, entre olvidos y recuerdos de Juan José Arreola o Jaime Sabines, testimonios que el cineasta convierte en piezas del breve pero memorable cuento que llamamos vida. Porque no se trata de un documental o una ilustración de Pedro Páramo, sino de un recorrido visual por esa sustancia común: la memoria.

"ƑPor qué es bonita esta vida? Porque no tenemos otra. A mí me gusta. Unos la vivimos de una manera, otros de otra. Los ricos a su modo, los pobres a su modo. Yo tenía dinero y me lo gasté en parrandas, luego me quedé sin nada, pero disfruté la vida. Me gusta esta vida. No viviría otra. Además, no hay otra", dice uno de los viejos sabios que filmó Juan Carlos, mirándolos a detalle: sus ennegrecidas uñas largas, sus huaraches polvorientos, los "tronquitos" amarillentos enterrados en sus encías, sus miradas eternamente húmedas.

Antes de filmar Del olvido al no me acuerdo, Juan Carlos Rulfo tenía pocas cosas que contar. Explica: "Mi vida era aburrida, no muy espectacular, pero precisamente por lo aparentemente insignificante comenzó a tomar importancia. A partir del viaje todo fue importante, hasta mi vida".

Lo importante fueron los cuentos, no la verdad

Durante su recorrido por Jalisco tocó muchas puertas; "conocí mucha gente que me transportó a la memoria y a los recuerdos, a los tiempos de antes. Una mañana conocí a don Mariano Michel, viejo mozo de la hacienda de San Pedro, que me contaba otra versión más de la muerte del abuelo. Por la tarde me encontré a Juan Cobián, que decía que había estado junto a Cheno el día de su muerte, pero para los demás eso era mentira. Lo importante, entonces, fueron los cuentos, no la verdad".

Así se realizó Del olvido al no me acuerdo, que deviene en poema visual por su estilo plástico que recuerda al de Peter Greenaway.

La cinta se estrenará en México la próxima semana y, según afirma el realizador, "no pretende ser un homenaje a quienes tal vez mi padre escuchó y vio y que además todavía siguen viviendo, como señales permanentes de la vida. Es una pequeña historia de amor: la de todos con todos".