VIERNES 2 DE JUNIO DE 2000
* Concierto al alimón en la Sala Silvestre Revueltas del Ollin Yoliztli
Olivia y Julio Revueltas hicieron del sonido la gran fogata de la pasión
* La creadora de jazz hizo un paréntesis en su autoexilio y nos devolvió la esperanza
* Comenzaron las actividades de la primera Revuelta Cultural de Durango en México
Pablo Espinosa * Si cuando uno escucha música la piel se pone chinita, quien genera tal prodigio de sonido no es cualquier ejecutante. La gran fogata de la pasión, así encendida, ilumina las entendederas, acelera las neuronas, templa sentimientos, el mundo es bello. No hay lugar a dudas: estamos frente al soberano acto de la creación artística, tan íntimo como colectivo si quien escucha permite permear su espíritu de dones tales.
Eso aconteció la noche última de mayo en la Sala Silvestre Revueltas del Conjunto Cultural Ollin Yoliztli.
Una de las grandes figuras de la cultura mexicana, la compositora y pianista de jazz Olivia Revueltas, hizo su música preñada de pasión luego de once años de un autoexilio que no hace sino evidenciar la injusticia que domina México. Este retorno, en cambio, nos devuelve la esperanza. Nos devuelve un don, una presencia-en-ausencia que la noche del miércoles se materializó en la actuación de Olivia Revueltas al piano y Julio Revueltas a la guitarra y un bajista y un baterista y lo que sonó fue tan bello que hizo llorar de emoción al cielo entero. La ciudad sigue inundada, muchas horas después de tal epifanía, de tanta belleza.
Tiene razón Olivia: es una bofetada ver a un niño vendiendo chicles y jugando en los camellones. Esa misma injusticia social la hizo hacer huelga de hambre en el Zócalo por campesinos chiapanecos, mucho antes de la irrupción del EZLN, previo a su autoexilio, motivado por la injusta distribución de la riqueza: las escasas oportunidades de trabajo en México para músicos de jazz. El sistema fabricante de exiliados.
El jazz, ah, el jazz, tan escaso y tan pródigo en México. Olivia, dadora de amor, emigró a Estados Unidos y triunfó en la mismísima tierra del jazz. Su nuevo disco Round Midnight in L.A. (Alrededor de la media noche en Los Angeles) es prueba de ello. Puesto en las bocinas, la piel está también puesta cual gallina. Es una maravilla.
Refrendo de una gran estatura estética
En vivo, Olivia Revueltas refrendó su gigantesca estatura estética: riffs de candentísima alucinación, poderío en la mano izquierda cual saeta, sapiencia infinita en las teclas activadas por la derecha, enternecedora en los moods tranquilos, serenísima majestad en los recovecos del corazón humano puesto en música. Olivia pone el alma en cada frase, en cada gesto, en cada instante de su sónica presencia. Y sonríe, siempre sonríe. Hermosa, Olivia, dadora de vida, bellísima por su persona y por lo que sabe decir con su música. Una artista de calidad inconmensurable que México, como suele suceder, todavía no sabe que la tiene.
Esa obra maestra que Bill Evans ha hecho suya, The Peacocks, suena en niveles semejantes de encantamiento en las manos de Olivia y su trío de jazz, por igual que el swing, endemoniadamente angelical que suelta desde sus falanges la pianista, conmociona en sus propias composiciones, que sonaron como hoguera agigantada.
De la misma manera que solían juguetear, platicar con música y con el público Friedrich Gulda y Chick Corea, así también Olivia Revueltas y Julio Revueltas, madre e hijo, entablaron comunicación entre ellos y los afortunados que presenciamos tal acontecimiento histórico.
Acierto mayúsculo, por cierto, el del Instituto de Cultura, el de haber propiciado el retorno de una de las artistas mexicanas fundamentales. Ese concierto, a su vez, significó el inicio de la primera Revuelta Cultural de Durango en México que durará con actividades variopintas hasta el 15 de junio.
El sonido electrizante de los Revueltas, las sonrisas en la guitarra con arco de violonchelo de Julio, la luminosidad en el teclado de alas de ángel de Olivia, el sentido de la existencia cobró forma humana y su silueta sinuosa sobrevoló en forma de lágrimas de emoción estética: he aquí el triunfo de la música, esa manera de comunicación extrema, que no necesita de palabras.