JUEVES 1o. DE JUNIO DE 2000
* Margo Glantz *
Salones de belleza
La fuerte impresión que me ha causado el barrio negro de Chicago no se borra. Casi todas las mujeres negras alacian sus cabellos y los aderezan como armaduras para combatir las inclemencias del tiempo y de la vida. El Metro transporta grupos de mujeres cuyas cabezas se adornan de manera elaborada y ritual y cuya elegancia de porte es natural; de inmediato recuerdo la misma asociación reiterada, la que en la columna anterior me hizo evocar un cuadro de Apolonio de Giovanni, pintor florentino del siglo XV que relata las aventuras de Ulises y dentro del cual los personajes que articulan el mito van vestidos como caballeros florentinos, las damas con altos y elaborados tocados, Penélope frente a su eterno telar, tocada también con un alto bonete de damasco de oro: en suma, la corte del Metro elevado de Chicago, la corte renacentista, la corte de Itaca. Yo, enfrente, mirando, en contemplación voyeurista, la única acción lícita que puedo emprender en un museo, quizá también en un tren.
De Chicago voy a Los Angeles, ambas ciudades muy mexicanas, como sabemos bien. Otro congreso, en esta congresitis aguda de la que adolezco, o adolecemos los académicos, Ƒel SIN? Esta vez se trata de un coloquio sobre la literatura mexicana a fin de milenio, con varios nacionales, entre ellos Carlos Monsiváis, Rosa Beltrán, Carlos Bonfil, Jorge Volpi, recién traducido a doce idiomas más, incluso el coreano. En el aeropuerto de Chicago me acuerdo de otros transcursos de este tipo, alguna vez rumbo a Ottawa, a un congreso de escritoras latinoamericanas (1978), o rumbo a Toronto, poco antes de Navidad (šQué ocurrencia!), a una reunión del MLA, congreso multitudinario, la mayor agencia de empleo que coloca o descoloca a los candidatos recién egresados de las distintas universidades en sitios estratégicos de la academia.
Ya en Los Angeles, decido cortarme el pelo. Desde que estaba en Chicago, cuando admiraba los museos, la arquitectura y las mujeres negras con sus apocalípticos peinados, ya tenía ese perentorio deseo, por otro lado, viejo impulso que de repente me asalta como imperativo categórico desde mi adolescencia: un salón de belleza, la posibilidad de un cambio inesperado, semejante al de los cuentos de hadas, los preparativos del baile de la Cenicienta, y el corte de pelo como condición sine qua non para recuperar una belleza primigenia aunque inexistente.
Me recomiendan una peluquería, se llama Super Cut y es unisex. Algunos jóvenes esperan, sus peinados me asustan, demasiado cortos, pelos rígidos y verticales. Alguien dice mi nombre, me doy vuelta y veo a una muchacha negra con un pantalón muy apretado y una blusa corta por donde asoma el ombligo; lleva el pelo largo pintado de rubio, lacio en la parte de arriba y con unos caireles de tono más oscuro que le llegan a los hombros. Empiezo a tener dudas sobre lo acertado de mi decisión, pero me dejo conducir dócilmente al lugar donde me lavará el pelo, ''recargue la cabeza", me dice, mientras me empuja sin miramientos hacia atrás, Ƒla cabeza demasiado grande o el lavabo demasiado alto?
Vuelve a jalarme hacia atrás, protesto, me dice airada, por lo que me cuesta trabajo entenderle, ''no puedo perder todo el día con usted"; otro jalón, empiezo a pensar que a lo mejor no ha sido esta una decisión muy adecuada; vuelve a tirarme para atrás, me echa agua caliente sin misericordia, me escurre por el cuello mientras masculla ''no quiero que se resfríe", y ya estoy calada hasta los huesos, me envuelve la cabeza en una toalla y me seca el pelo con movimientos violentos y repetitivos, dolorosos.
Llego al banquillo de los acusados, pido una revista, señalo un peinado y cierro los ojos, mientras ella procede a cortarme el pelo. Cuando los abro, sólo una pelusilla me cubre la cabeza, mi larga nariz resalta, mis orejas puntiagudas también, he regresado al lugar que la Cenicienta ocupaba al principio del relato, sin zapatillas de cristal y sin príncipes azules; reacciono con desmesura, después del niño ahogado; se acercan las demás peinadoras, la encargada trata de tranquilizarme, ''el corte corre por cuenta de la casa", me enfurezco aún más, vocifero, exijo que me devuelvan mi antiguo look. Con gran serenidad, como si le hablara a una niña, la mujer termina la discusión, diciendo con filosofía: ''El pelo crece a razón de pulgada y media por mes".
ƑGeneration gap?, Ƒracismos encontrados?