MARTES 30 DE MAYO DE 2000
Ť Siete escultores/ VII* Ť
Ť Alberto Blanco Ť
Abstracción y figuración
No existen formas concretas o abstractas.
Pablo Picasso
En su ensayo sobre la naturaleza del medio de la escultura, Rudolf Arnheim con gran perspicacia hace hincapié en una extraña característica común a todas las artes que, no por evidente, deja de pasar para casi todos inadvertida. Este rasgo que es propio de todas las artes -y que, por supuesto, también lo es de la escultura- tiene que ver con una doble naturaleza que exhiben los objetos hechos con arte: a la vez que son imagen, son realidad. Aquí la cita:
''Los objetos de arte poseen una muy curiosa doble función y posición. Por una parte, estas construcciones son tan sólo una entre muchas especies de objetos físicos, como lo son los árboles, las montañas y el agua. Pero, por otra parte, estas construcciones son imágenes del mundo en el que habitan y del cual forman parte. Una doble realidad de esta especie opera en la escultura. Las esculturas no son sólo imágenes, sino que además son objetos, y esto crea una intimidad espontánea con los demás seres de la naturaleza, como los cuerpos humanos.''
Arnheim tiene razón. Una escultura -cualquier escultura- es al mismo tiempo que una reflexión acerca del mundo, una parte, un ser que habita en el mundo. Y esta condición, común a todos los objetos hechos con arte -artefactos- se vuelve todavía más imperiosa en el caso de la escultura, donde las piezas, construidas en el material que se quiera, comparten con nosotros un mismo espacio.
El hecho de que una escultura no haga referencia abierta, como lo hizo por tanto tiempo -siglos, milenios- en el pasado, a objetos y criaturas del mundo ''real", no implica una abolición de esta doble naturaleza de la que hablamos. Cualquiera de las esculturas que aquí podemos observar, exhibe esta doble naturaleza: son de alguna forma reflexiones sobre el mundo y, al mismo tiempo, seres, objetos, casi podríamos decir que criaturas, del mundo. Son, en pocas palabras tanto imagen como realidad.
El hecho de que una escultura, en cuanto icono o imagen (de hecho ''icono" quiere decir ''imagen") haga referencia más o menos directa a la realidad no hace que la obra sea menos ambivalente: la escultura seguirá siendo imagen y realidad a la vez. Lo podría decir con otras palabras, aludiendo a una metáfora que nos proporcionan los mapas: un mapa de un mundo real no es menos imaginario que un mapa de un mundo imaginario; un mapa de un mundo imaginario no es menos real que un mapa de un mundo real.
En este sentido, hablar de figuración o de abstracción en la escultura -o, para el caso, en cualquiera de las artes- no deja de ser un tópico hasta cierto punto irrelevante. Que a estos polos se les den otros nombres, como podrían ser ''concreción y abstracción", es lo de menos. Porque como decía Picasso: ''Desde el punto de vista del arte no existen formas concretas o abstractas; sólo existen formas que son mentiras más o menos convincentes". Las esculturas de Marina Láscaris, con su alusión más o menos velada a las formas del mundo natural, son un buen ejemplo para ilustrar lo dicho: Ƒestos caracoles son caracoles o son esculturas? ƑEstas conchas son conchas reales o son mentiras? ƑFiguración o abstracción? ƑRealidad o símbolo?
Me parece que, después de lo que he argumentado antes, queda claro que la respuesta -si es que hay respuesta a estas preguntas- debería ser algo así como ''las dos"; o ''sí y no". Esta es la condición bivalva del arte. Es como la mitológica cabeza de Jano que lo mismo ve hacia adentro que hacia afuera; y que igualmente mira hacia el futuro que mira hacia el pasado.
En uno de sus ensayos sobre escultura contemporánea Edward Lucie-Smith recordaba que ''los surrealistas introdujeron a través de sus objetos una división en la tradición de la escultura que persiste hasta nuestros días. Una parte de la escultura moderna pide ser leída en términos puramente formales; la otra parte ofrece un interés formal muy reducido -si no es que ninguno- y afecta al espectador puramente en términos de las asociaciones que provoca".
Las esculturas de Marina Láscaris nos ofrecen, del modo más natural, ambas posibilidades: por una parte es una obra que puede ser apreciada única y exclusivamente por sus valores plásticos, por la destreza con que ha sido realizada y por su belleza formal y, por la otra, se trata de una obra que brinda la posibilidad de establecer una complicidad inmediata en términos emocionales y afectivos, tal vez debido a las claras reminiscencias que ella ofrece del mundo de la naturaleza. Y es que, como ella misma ha dicho: ''La naturaleza es lo más básico, lo más sano... hay que regresar a la naturaleza".
ƑY qué puede haber más básico, más sano, más inmediato -nos podríamos preguntar- que el propio cuerpo? Porque la verdad es que bien visto y meditado no nos queda más remedio que aceptar que no tenemos otro punto de partida que el cuerpo ni tenemos, tampoco, otro lugar a dónde regresar. La escultura lo sabe, lo toca, lo siente.
El llamado de Marina Láscaris a ''regresar a la naturaleza", no es sino un eco de un llamado urgente que los artistas han hecho con gran insistencia, sobre todo a partir de la Revolución Industrial y de sus múltiples y nefastas consecuencias para la vida en el planeta. No sólo para la vida humana: la catástrofe ecológica es insoslayable. Y los artistas no son inmunes ni insensibles a ella. Sin ir más lejos, hay entre muchos -si no es que todos- los escultores que participan en esta muestra, una muy clara vertiente ecologista en su trabajo. Y es que no podría ser de otra manera. Se trata de una catástrofe que se manifiesta en el mundo de un modo contundente, violento, cruel, pero que tiene su origen en un desastre, tal vez, mucho más grave: una pérdida del centro. Una orfandad metafísica. Un vacío de Dios. Pensando en ello esta escultora ha declarado en fecha reciente:
''Hoy en día hay mucha pérdida espiritual, por eso hay tanta búsqueda respecto a quiénes somos. Hay como un desierto interior, no hay creencias fuertes, los jóvenes no tienen ideales... hay un desierto, un vacío, y, en general, el mundo está tratando de llenarlo con religiones nuevas...''
Yo no estoy dando una solución al problema con las esculturas. Yo sólo estoy reflejando que todos tenemos un vacío interior, una falta de valores, aunque por ahí existe una semilla de esperanza.
* Continuación del ensayo que el autor preparó, ex profeso, para la muestra Escultura, primavera 2000 que se exhibe en el camellón de Reforma y Gandhi