* Carlos Fazio *
Política virtual
El debate de los presidenciables parece confirmar que la política ya no existe. Lo que atañe a la política es ejecutado por grupos privados de poder; los políticos son actores cuyas acciones están sujetas al veto de los poderes fácticos. Asistimos a la política como un show mediático. Sometidos a la dictadura de la televisión, los slogans de los políticos son tan vacíos como los de la mercadotecnia; además, las empresas de publicidad venden a los "candidatos" como mayonesa.
Existe un divorcio abismal entre el discurso y la práctica real. Una contradicción impúdica, como cuando Vicente Fox habló del movimiento estudiantil del 68 y reivindicó la lucha de Rosario Ibarra. Puro oportunismo. No hay programa ni proyecto. Asistimos a la fabricación de un mundo virtual con base en discursos demagógicos. Lo que importa son los ratings de popularidad o la credibilidad de la actuación. Los slogans mercadotécnicos evocan reacciones emocionales positivas. El discurso puede ser progresista; hasta de "izquierda". No así la práctica.
Lo que hoy se llama política se reduce a la administración más o menos eficiente del orden existente. Al acomodamiento ante las fuerzas compulsivas de los hechos y de las circunstancias. Francisco Labastida representa la continuidad de un régimen corrupto y criminal. La consolidación de una cleptocracia. Sometido por los dinosaurios del PRI, vendió su alma al diablo. Fox y Labastida encarnan la profunda crisis de representación. Ambos integran el "partido virtual de la unidad", dentro del cual las disputas sobre el orden y desarrollo de la sociedad desaparecen en favor de un mero conflicto de dominación entre cuadros de funcionarios políticos en competencia recíproca. El "partido virtual" es hoy un partido real. Se presenta como una "clase política" de fuerzas que encarnan los intereses del Estado. Una clase política que persigue intereses privados y, en ese sentido, libre de ideologías. Para sus miembros, la política ya no es una profesión a la manera de Max Weber, sino una "chamba". Lo importante es "hacer carrera"; se puede cambiar de bando.
Mediante maniobras retóricas, esa clase política autónoma manipula o neutraliza los intereses del electorado. Frente a las crisis, discriminaciones y fragmentaciones, se limita a presentar ante la población agraviada esas situaciones como el resultado de la fuerza compulsiva de los hechos y las circunstancias. Porque su verdadera función no es representar los intereses ciudadanos sino administrar el status quo, para ofrecerle condiciones más redituables al capital a costa del bienestar social. La globalización es la restructuración neoliberal del capitalismo.
La clase política extrae su legitimación de la fabricación de un mundo virtual. "La sociedad vale madres" (Alcocer dixit). Por eso los "políticos" del "partido virtual de la unidad" no van a la plaza pública. Hacen "política" a través de la televisión; es, la suya, una escenificación mediática. Como el PRI y el PAN son subsidiarias de un mismo partido unitario, toda la propaganda se vuelca sobre los actores: cómo se visten, cómo simulan un duelo similar al de la lucha libre (Labastida vs. Madrazo; Fox vs. la "alianza" PRI/PRD). Actúan un debate que no es debate. Los "candidatos" se someten a los mecanismos de funcionamiento de una comercializada industria cultural y de comunicación de masas. Los partidos ya no funcionan como correas de transmisión; ya no intermedian. Se han convertido en los aparatos mediáticos del Estado. Trafican en el mercado electoral con mercancías políticas fetiche. Hacen promesas que saben que no van a cumplir. ƑQué quedó del bienestar para tu familia? Las promesas de campaña siguen las técnicas de la industria de la propaganda comercial. Lo que cuenta es la presentación del producto, lo decisivo es el envase. Y cuando algo sale mal, los "políticos" piden disculpas, pero no tienen ninguna responsabilidad; siguen haciendo lo mismo. Estamos instalados en la "sociedad de la disculpabilidad".
El "voto útil" de Fox es una trampa. Su "ética" es falsa; su "verdad" también. Fox encarna el gatopardismo. Es camaleónico. Maximalista. Maniqueo.
La suya es una oposición cómplice, domesticada a golpes de Fobaproa y otros enjuagues non sanctos. Ya asomó su rostro "amable" fascistoide, oscurantista. Nos ofrece el cambio, la transición, la democracia como conceptos que sintetizan una suerte de "chovinismo del bienestar". Su realpolitik, con su clientela intelectual de arrepentidos, busca la renovación de la hegemonía por la vía de la cooptación. ƑSu oferta? Un país de cuentapropistas: "A cada quien su changarrito". Apuesta a la modernización del sector informal, como reserva útil flexible de fuerza de trabajo barata y bien dispuesta. Su economía de subsistencia (que incluye un vochito y una tele para la indiada) desembocaría en una "ama-de-casa-ización" del trabajo basada en la superexplotación.
Una victoria de Fox puede representar la alternancia; pero no es una alternativa de cambio. Construir lo alternativo no es fácil. Requiere una transformación profunda de formas de vida y de producción, de patrones de consumo, de los conceptos de progreso y desarrollo, de una revolución cultural. No es suficiente criticar críticamente; se trata de transformar la realidad. De reinventar la política.