José Agustín Ortiz Pinchetti
Si el PRI empata, pierde
EL PRI PUEDE SER DERROTADO por dos vías:
1. Perder oficialmente las elecciones. Aunque fuera por pocos votos, si el IFE lo certifica todo el mundo lo creería. Se abrirían las puertas de la alternancia y terminaría la presidencia imperial.
2. En lo que casi sería un empate técnico. Gana Labastida/ PRI por pocos votos (digamos no más de 7 por ciento). El conjunto de la oposición tiene claramente más de 50 por ciento. Este escenario es el peor de todos para todos por las siguientes razones.
Las elecciones mexicanas pueden ser libres pero no son justas. Labastida y el PRI ganarían con el apoyo del aparato, recursos multimillonarios no controlados, la carga de la plutocracia, los medios electrónicos y muchos periódicos. Progresa, Procampo. Una ley electoral desequilibrada que Zedillo no quiso modificar.
El fraude no puede ser descartado. En las regiones donde la vigilancia de los partidos de oposición es menor y donde la influencia de los gobernadores, caciques y líderes sindicales sobre los agentes del IFE es mayor puede haber muchas trampas. Los observadores pueden constatarlas y el público urbano imaginarlas y creerlas. Además la compra, coacción e inducción del voto serán inevitables e incontrolables a nivel local.
El PRI debe ganar por amplio margen. No le bastan a la oposición unos cuantos puntos, porque sus triunfos carecen de credibilidad después de décadas de fraudes. El propio Zedillo aceptó que su elección no había sido equitativa. Están frescas las trapacerías que el PRI hizo el año pasado en el estado de México. Recuerdo que hace años en una observación de una elección local muy reñida pude platicar con un gobernador priísta. Era la época de Salinas. El gobernador me dijo confidencialmente: ''si el PRI con todas las ventajas que tiene no gana por lo menos con 15 por ciento de ventaja nadie nos va a creer. Además no merece ganar. Si el PRI empata, pierde''.
En una democracia ningún gobierno puede funcionar sin el apoyo de su población urbana. Un resultado apretado sería increíble y podría agravar a las gentes que están hartas del deterioro, la descomposición, la falta de oportunidades y de empleos y que además están mucho más articuladas que en ningún otro momento.
La oportunidad de la alianza y/o de una coalición de opositores se volvería inevitable. Si hay una corriente fuerte a favor de la impugnación y la resistencia civil en todo el país, las dirigencias opositoras podrían llegar a un acuerdo para gobernar en coalición. Por más ciegos que hayan sido a las maniobras del PRI para dividirlos no podrían desperdiciar una oportunidad semejante a sabiendas que si lo hacen serán barridos del escenario.
La movilización nacional y la resistencia son factibles. Serían dirigidas por los partidos de oposición. Se alimentaría un espíritu épico y atraerían el aplauso y la solidaridad internacional. Hay que recordar que el PRI es una reliquia del autoritarismo. La democracia es un paradigma mundial.
El gobierno de Estados Unidos podría revisar el sólido apoyo que le ha dado hasta hoy al sistema. Los burócratas en Washington están preocupados por la posibilidad de una ruptura civil en México. No van a arriesgar más recursos políticos y financieros para favorecer a un régimen abiertamente decadente. Ya empiezan las presiones.
Las estructuras corporativas y la organización partidaria del PRI están muy dañadas. No tendría capacidad de respuesta para la movilización y la resistencia. El gobierno preferiría no usarlas, no sólo por su debilidad sino por el peligro de provocar desórdenes que empeoraran la situación.
Las consecuencias en la economía de esta agitación serían desastrosas. La transmisión del poder no sería tersa sino accidentada, con destellos graves de violencia. Habría una grave crisis de confianza. La fuga de capitales podría barrer con las débiles reservas mexicanas. Se calcula que podrían salir del país hasta 50 mil millones de dólares. Esto dislocaría la paridad con el dólar, las estructuras bursátiles y tasas de interés. Significaría pérdida masiva de empresas y empleos. En fin, una crisis de final de sexenio mucho mayor que las cinco anteriores. *
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