La Jornada sábado 27 de mayo de 2000

Leonardo García Tsao
Orgullo patrio en Cannes

Si bien el cierre del 53Ɔ festival de Cannes le dio a los daneses motivos para festejar la adición de otra Palma de Oro en su récord, la cinematografía mexicana también pudo sentirse satisfecha de haber cumplido dignamente -a pesar de no haber estado en concurso- con una representación especialmente sólida: Amores perros, de Alejandro González Iñárritu, y Así es la vida... de Arturo Ripstein.

Puede decirse que Cannes seleccionó al 20% de nuestra producción anual, si tomamos en cuenta que esta se ha reducido a diez películas anuales, en promedio. La estadística nos favorece en cuanto a cinematografías de habla hispana. España está cerca del centenar de cintas al año y sólo participó con Krampack, ópera prima de Cesc Gay, en la Semana de la Crítica. Argentina produce unas treinta anuales y no apareció por ninguna sección del festival. De cine latinoamericano, sólo Brasil elevó la cifra con un largometraje y un corto en competencia, y otra cinta, Eu tu eles, en Una Cierta Mirada. Sin embargo, hubo consenso en las encuestas de la crítica en considerar a Estorvo, la pesadillesca abstracción de Ruy Guerra, como la peor cinta en concurso.

Las otras muestras de cine latinoamericano comprobaban su dependencia de la coproducción internacional. Tierra del fuego, nuevo ladrillo del chileno Miguel Littin, tenía inversión italiana, mientras que Lista de espera, de Juan Carlos Tabío, fue coproducida entre Cuba, España, Francia y hasta México. (La problemática presencia del actor cubano Jorge Perugorría, parece ser uno del los requisitos misteriosos para hacer una película latinoamericana).

Para el cineasta de estas latitudes también existe la opción de la experiencia hollywoodense. Rodrigo García, quien no puede escapar de la asociación con su padre, Gabriel García Márquez, debutó como realizador con Things You Can Tell Just By Looking at Her, una película sobre relaciones femeninas adornada por un reparto de lujo (Glenn Close, Holly Hunter, Cameron Díaz, etc.). Fue inconcebible que el jurado de Una Cierta Mirada le diera un premio favorecedor a su distribución, cuando su procedencia ya le garantiza de entrada una salida óptima. También perteneciente a las ligas mayores del showbiz fue Woman On Top, de la venezolana Fina Torres. Si esta adulterada comedia femenina resulta exitosa en Latinoamérica, ya podemos confirmar que eso de la identidad cultural es una entelequia.

Ese panorama demuestra que no celebramos la participación mexicana por puro chovinismo. El prestigio internacional de Ripstein ya no es novedad, pues esta es la sexta vez que ha sido invitado a Cannes. La revelación fue González Iñárritu, con un título que se volvió lo que los gringos llaman un "must-see" --o sea, de visión obligatoria-- desde el primer fin de semana del festival. En relación con Amores perros, uno escuchaba conversaciones entusiastas, era interrogado sobre los antecedentes del director debutante o incluso felicitado nomás por asociación paisana. Los colegas extranjeros afirmaban "Ya era tiempo que apareciera otro director mexicano además de Ripstein", olvidando que en Cannes también fueron aplaudidos Francisco Athié, Guillermo del Toro, María Novaro y Dana Rotberg en la pasada década.

Además, ambas películas mostraron estar en perfecta sintonía con los tiempos. Lejos de hacer antiguallas como sus compañeros de batalla Guerra y Littin, Ripstein revitalizó su estilo por medio de la tecnología digital, elaborando una lúdica aunque tremenda versión contemporánea de Medea. Por su parte, si González Iñárritu ejerció algunos recursos en boga -el relato dividido en episodios con personajes entrecruzados, el jugar con la cronología a partir de un hecho unificador- el desarrollo dramático y la riqueza de personajes de la película se apartan de los linderos de la moda.

Extinto como industria, pero capaz de producir títulos de éxito millonario en taquilla, así como de resonancia internacional, el cine mexicano parece vivir la más contradictoria de las crisis.