SABADO 27 DE MAYO DE 2000
Ť Adriana Williams escribió un libro acerca del creador mexicano
Miguel Covarrubias dejó un legado y varias llagas abiertas
Ť Su arte comunicó algo más profundo que el nacionalismo, dice la investigadora
Ť Muchas obras de su colección popular las posee un museo de California, EU
Miryam AudiffredŤ Sus amigos de juventud lo recuerdan como un hombre regordete, sumamente tímido y demasiado nervioso. Dicen que Miguel Covarrubias era tan sensible que la excitación llegó a convertirse en el estado natural de su rostro, siempre humedecido por un ligero rocío de sudor.
Le apodaban El Chamaco y a pesar de este término infantil jamás se le vio sin la compañía de una mujer hermosa pues, cuentan, su especial atractivo y su personalidad carismática deslumbraban a primera vista.
Han pasado 43 años desde su fallecimiento ocurrido en el Hospital Juárez de la ciudad de México y, sin embargo, ''su labor como caricaturista, ilustrador, escenógrafo, pintor, cartógrafo, antropólogo, museógrafo y promotor de danza sigue sin ser reconocida en su país"; no obstante, quienes lo conocieron se refieran a él utilizando, invariablemente, el término ''genio''.
Periplo para seguir unas huellas
Para la investigadora Adriana Williams -quien en unos días viajará de Estados Unidos a esta capital para presentar su libro Covarrubias, publicado por el Fondo de Cultura Económica- El Chamaco fue uno de los hombres más polifacéticos de la historia artística y cultural del país. ''Creo que su aportación fue superior a la de muchos artistas mexicanos que, como Orozco, Rivera y Siqueiros, fueron mejor conocidos y más ampliamente celebrados en su tiempo.
"Sus murales y lienzos no sólo sirvieron para mostrarle a todo el mundo lo que era México. Su arte comunicó algo aún más profundo que el nacionalismo que mantenía ocupados a la mayoría de sus contemporáneos."
Y es que en la figura de Covarrubias, además del recuerdo de una época plástica nacional, está la conformación de un plan de estudios para la Escuela Nacional de Antropología e Historia, la introducción de México a la edad de oro de la danza contemporánea, la consolidación del Museo de Antropología, el descubrimiento de la cultura olmeca y la difusión de las tradiciones de las culturas del sur de la República.
De hecho, la casa que el caricaturista compartió con su esposa y compañera de creación, Rosa, en Reforma 5 -durante los años treinta y cuarenta- llegó a ser considerada un punto clave para el desarrollo artístico del país, al servir de centro de reunión de todos los involucrados en el universo cultural; el inmueble era, en México, lo que fue el hotel Algonquin para el clan intelectual de Nueva York, el hogar de Virginia Woolf para los escritores y artistas de Londres o la casa de Gertrude Stein para los interesados en la cultura parisiense.
Nieta del ex presidente Plutarco Elías Calles, Williams dedicó 15 años de su vida a seguir las huellas dejadas por Covarrubias a todo lo largo y ancho del planeta. Buscó a amigos, familiares y colegas de la pareja y viajó por Bali, Indonesia, Washington, Nueva York, Los Angeles y México desde 1984.
Si bien Williams conoció al matrimonio Covarrubias en 1940, durante la inauguración de la muestra Veinte siglos de arte mexicano que se celebró en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, fue hasta 1962 cuando entabló una gran amistad con Rosa y comenzó a planear la manera de capturar la existencia de la bailarina estadunidense y su ''chamaco".
Como Covarrubias fue un viajero incansable y tuvo una larga residencia en Estados Unidos -durante su estancia en Nueva York fue el principal caricaturista de la revista Vanity Fair- su vida también se torna en este libro una evocación de la era del jazz y el renacimiento del Harlem.
Amigo de personajes como Carlos Chávez, Edward Weston, Tina Modotti, Diego Rivera, Man Ray, Andrés Henestrosa, Dolores del Río, José Limón, Angelina Beloff, Henri Matisse, Constantin Brancusi y Fito Best Maugard -con quien compartió su primer departamento en Nueva York y, al no tener dinero para amueblarlo, pintó los muebles sobre la pared- Covarrubias dejó un gran legado y varias llagas abiertas.
La razón por la que no ha recibido en su país el reconocimiento que merece sigue siendo un misterio. Para algunos, la existencia de tan sólo dos libros -incluyendo el que escribió la investigadora estadunidense- que retoman la vida y la trayectoria del artista puede estar relacionada con la inclinación que Miguel Covarrubias siempre mostró hacia la ideología socialista o con el coraje que, en 1940, provocó la invitación que Nelson Rockefeller le hizo para dirigir la exposición Veinte siglos de arte mexicano; siendo que él había pasado dos décadas fuera de su patria.
''No hacer más pesquisas''
La indiferencia de las autoridades mexicanas ante el talento de Covarrubias se hizo evidente poco después de la muerte del artista. Y es que tras su fallecimiento, cuando tenía 52 años, el destino de sus colecciones se inundó de silencios, pérdidas y contradicciones. Se sabe que la intención de Rosa -quien fue la única heredera de los bienes del antropólogo- fue donar las piezas prehispánicas de la Colección Covarrubias a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y que al final de cuentas la Secretaría de Educación Pública le pagó 40 mil dólares por adquirir las más de 500 obras que, dijeron las instancias oficiales, serían mostradas en el Museo Nacional de Antropología.
A principios de 1960 ese recinto se trasladó a su nuevo alojamiento en el Bosque de Chapultepec y -cuenta Williams, con base en el testimonio de la viuda- cuando Rosa acudió a esta nueva sede descubrió que del acervo original sólo se exhibían 25 piezas.
''Le dijeron que las demás estaban almacenadas, pero nunca le permitieron el acceso a la zona de bodegas para confirmarlo'' -aclara la autora.
"Además, en el curso de los años subsiguientes Rosa aseguró haber visto en galerías de Estados Unidos algunas de las piezas faltantes y, en su opinión, alguien (tal vez el propio museo) estaba vendiendo obras a 'millonarios yanquis'."
Nunca se han probado sus acusaciones, no obstante que Rosa descubrió que la galería neoyorquina D'Arcy puso en venta 40 piezas de la colección, que después fueron recuperadas, pero cuando Adriana Williams quiso tener acceso al almacén para contrastar el inventario de Covarrubias con las obras que se exhiben y las embodegadas se le aconsejó ''no hacer más pesquisas".
La colección de arte popular -integrada por cerca de 600 obras- también recorrió un camino incierto. A la muerte de Rosa, su albacea Luis Barragán ofreció estas piezas a varios museos del país pero, como ninguno mostró interés, en 1977 las obras viajaron al Museo Mexicano de San Francisco, California, donde se encuentran en la actualidad.
Así, la labor de una de las ''glorias más famosas de México" está dispersa en múltiples fronteras mientras, en México, de Miguel Covarrubias vive el eterno recuerdo de su figura acompañada de un cigarro o de una taza de café.
(Covarrubias, libro de Adriana Williams, traducido por Julio Colón Gómez, será presentado por su autora el sábado 10 de junio, a las 13:00 horas, en el embarcadero de Nativitas, en Xochimilco.)