La Jornada sábado 27 de mayo de 2000

Juan Arturo Brennan
Lo antiguo del 2000

Por quinta ocasión, el Centro Nacional de las Artes fue sede el Encuentro Internacional de Música Antigua. Por quinta vez se constató la riqueza y la variedad del quehacer sonoro de medievales, renacentistas y similares. Por quinta ocasión, ese foro demostró ser un buen escaparate para exponer ideas, aproximaciones, visiones, versiones y proyectos diversos en lo que a la realización y ejecución de esta música se refiere. Y por quinta ocasión, se ha presentado la oportunidad de hacer numerosas observaciones acerca de la variedad implícita en este tipo de repertorio.

La noche de la apertura del encuentro se presentó el Ensamble Real de Francia con un programa estrictamente medieval. Cosa atípica en este bien conjuntado grupo, esa noche los franceses tuvieron algunos momentos de discrepancia y divergencia; ellos mismos lo reconocieron antes que nadie y pusieron la solución a base de un riguroso y exhaustivo programa de ensayos. Por fortuna, el foro les brindó una segunda oportunidad. Dos noches después, el Ensamble Real ofreció un programa ligeramente distinto, ahora sí con las pilas bien puestas y la labor de conjunto plenamente aceitada. El público reaccionó con euforia especial al sonido de las gaitas, los caramillos, las ocarinas y el rebelde hurdy-gurdy, finalmente domado por Christophe Tellart a base de enjundia y concentración. A su vez, el Trío Subtilior formado por Anna Margules, Joan Izquierdo y Janne Eriksson obtuvo un éxito que por merecido no deja de antojarse un tanto inesperado, considerando la extrema severidad de su oferta musical: una colección de piezas medievales francesas, de singular refinamiento y complejidad, tocadas por un ensamble básicamente monocromático de tres flautas dulces. Tal severidad, sin embargo, fue complementada por una ejecución de alto nivel y, sobre todo, por la habilidad con la que estos músicos de México, España y Suecia resolvieron los galimatías rítmicos planteados por los alucinados compositores del Ars Subtilior francés.

El encuentro tuvo un momento luminoso en la actuación del Ensamble Anonymus de Quebec. El grupo ofreció un programa orgánico, retomando con sapiencia los elementos rituales y sociales del quehacer de la música medieval, con el añadido atractivo de que varias de las piezas ejecutadas fueron compuestas por los propios músicos canadienses sobre ideas, temas y usos medievales. Con esto, el Ensamble Anonymus llevó a nuevas alturas la saludable práctica de invención y reelaboración que forma parte del espíritu mismo de la música medieval. Especialmente destacadas resultaron las piezas vocales cantadas con admirable ductilidad por Claude Bernatchez y Guy Ross. El clavecinista sueco Anders Danman (que había participado antes en un concierto con dos compatriotas suyos y el flautista mexicano Horacio Franco) realizó un sobrio, bien programado y bien ejecutado recital de clavecín, abordando compositores franceses de fama menor como Forqueray, Balbastre y Duphly, cuyo trabajo explica de manera tangencial los portentos creados por Couperin y Lully para el teclado. Divertida resultó su versión músico-teatral a la Marcha de los marselleses de Claude-Bénigne Balbastre. A la buena marcha del recital de Danman contribuyó de manera decisiva el sonido cálido y bien balanceado de un clavecín mexicano construido por Alejandro Vélez en 1996.

Músicos ingleses y estadunidenses conforman The King's Noyse, cuyo primer programa estuvo basado en música para cuerdas frotadas de la Inglaterra renacentista. Sonido pulcro y unitario, así como un buen sentido para acentuar ciertos momentos de las formas de danza, caracterizaron la presentación del ensamble The King's Noyse. Quizá fue correcta la apreciación de varios asistentes (me incluyo entre ellos) respecto de la homogeneidad sonora, llevada hasta sus últimas consecuencias, del repertorio elegido. No obstante, ver y oír a Robert Mealy tocando el violín barroco a la usanza barroca, en posturas y arcadas inimaginables, fue una experiencia deliciosa.

Como en años anteriores, éstas y las demás sesiones del Encuentro Internacional de Música Antigua convocaron a una buena cantidad de público, lo cual parece demostrar que, finalmente, se ha roto de manera definitiva en nuestro medio musical ese muro sonoro al que me gusta llamar la barrera del Barroco. Ojalá que ese muro no se levante nunca más.