JUEVES 25 DE MAYO DE 2000
De Papas y ancianos
* Jean Meyer *
En estos últimos días la pantalla pequeña presenta muy seguido a un anciano temblereque y torcido que se arrastra, con visible dolor, en una representación permanente de esa etapa de la vida que es la vejez. La popularidad teatral y mediática de Juan Pablo II es sorprendente a primera vista, si uno piensa que en el primer mundo triunfa el culto, la idolatría de la juventud, del cuerpo de la juventud (un primer mundo donde abundan los ancianos que no aceptan ser viejos), y que en los otros mundos, la juventud demográfica es masiva, tan masiva que la población de menos de 15 años suele ser mayoría.
Sin embargo ahí va, apoyado sobre su bastón, expuesto cada día a una nueva caída, acosado por un fuerte Parkinson, el anciano que nos recuerda el papel histórico de los viejos. El Papa es lo que vemos, los cardenales tampoco son adolescentes, muchos obispos han dejado de ser jóvenes, en tierra de Islam todos los guías espirituales son venerables y barbudos; cientos de millones de personas les ofrecen su alma, contra moda, medios de comunicación, artes. Incluso en la política, los electores prefieren, muchas veces, hombres experimentados a jóvenes aventureros. La longevidad del personal político es asombrosa: Balaguer acaba de perder la relección a los 94 años. El anciano no es forzosamente sabio, pero lo que se espera de él y lo que puede dar es la ponderación de la doctrina, la evaluación correcta de los riesgos. ƑQué tan viejo era Noé cuando subió un pequeño reducto de seres vivos al arca salvadora?
Esa tentación política -que no conoce México hoy- la conoció Francia en varias ocasiones: descargar toda la responsabilidad sobre los hombros del anciano providencial, para mal (Pétain, 1940-1944), para bien (De Gaulle, 1958-1969). El famoso carisma del General rebasaba el de un padre para alcanzar el de un abuelo con algún parecido con Júpiter.
Ahora bien, la vejez no es ninguna garantía, puede ser "un naufragio", dijo De Gaulle. Al entrar a la senectud, los defectos pueden fortificarse -fue el caso de Pétain, héroe de la Primera Guerra Mundial, colaborador de los nazis en la segunda. Un tirano joven se vuelve un viejo tirano, Pinochet siguió siendo Pinochet, por más que su segundo aspecto de abuelo bonachón pudo engañar a muchos. Un hijo chiquito mío, al verlo en televisión, exclamó: "Ƒcómo puede ser dictador y hombre malo, si parece abuelito?". La edad no le enseñó nada tampoco a Pío XII, no le ayudó a romper sus extraños silencios sobre las atrocidades nazis, el exterminio de la nación judía y del pueblo gitano. Sufrió angustias mortales, nos dicen testigos dignos de fe, pero se quedó callado.
Su predecesor corresponde a la imagen tradicional del noble anciano, de esos ancianos que poblaban el Senado romano (Senado viene de senex, viejo; es el consejo de los viejos sabios, sabios por viejos). Pío XI no fue menos autoritario que Pío XII, el aparato institucional de la Iglesia católica ya había alcanzado la cima de su autoritarismo y de su verticalidad; Pío XI empezó con grandes simpatías, como italiano y como católico, hacia el fascismo de Mussolini, hacia sus conquistas inhumanas en Africa. Sin embargo, con la edad se volvió antifascista, comprometido, conmovedor, descubriendo la relatividad de las cosas, la posibilidad, el deber de evolucionar. Descubrió que el poder, el triunfo de la institución no lo era todo, que lo importante eran los hombres que sufren y mueren, por culpa de la locura colectiva o de la perversidad inconsciente de los que deciden. Tomó conciencia de su responsabilidad. Ya viejo aprendió a volverse un justo, un tsadik, sin habilidad política, a diferencia de su sucesor. Olvidando táctica y estrategia, empezó a gritar fuerte y claro a una edad cuando callar es la regla. Terminada la prudencia, terminada la diplomacia, gritó que el nazismo era un paganismo mortífero, que el comunismo soviético también, mandó preparar una encíclica para denunciar el antisemitismo, repitió: "espiritualmente, los cristianos somos semitas". Por desgracia murió antes de la publicación de un texto que se dio a conocer... 60 años después.
Existen miles de héroes anónimos, para los cuales también la entrada a la vejez, en lugar de significar el fin, es un nacimiento, la hora del compromiso más personal, social y humanitario. Necesitamos de esos nobles ancianos. *